La de hoy domingo, es una típica reflexión de una mañana de verano en la costa mediterránea donde nos encontramos como si fuéramos unos feligreses que asisten a un ritual estival cada año.
En España, el país que me ha provisto de casa, trabajo y familia propia, lo de salir de vacaciones en agosto, es algo irrenunciable, dada las presiones sociales que sobre este hecho actúan. Tal es el caso que nos encontramos de frente a uno de los prodigios de la naturaleza menos esperado por quien escribe estas letras: el peñón de Ifach, en Calp.
Esta elevación cuyo nombre en Valencià es Penyal d’Ifac, no supone – ni mucho menos- un “monte” alto, dado que solamente se eleva unos 332 metros sobre el nivel del mar, pero supone por mucho el lugar más interesante de toda la zona que lo circunda.
Más allá del interés que pudiera suponer este parque natural, nos gustaría contar parte de las sensaciones que vivimos al subirlo y rodearlo por 2 horas aproximadamente. El impacto de la soledad del paseo y lo dramático del paisaje y la caída al agua, nos hizo pensar en nuestro papel como creadores de espacios, o cuando menos organizadores.
Nos percatamos, una vez más, que la naturaleza nos da unas lecciones ante las cuales no podemos hacer otra cosa que quitarnos el sombrero y reconocer que somos unos administradores de su grandiosidad. Ninguna obra humana puede igualar la perfección de la naturaleza, y cuando fallamos en la misión de ser buenos administradores de la misma, con todo y las consecuencias de eso, ella misma trata de recuperar su rumbo de equilibrio.
Ifach ha sido intervenido por el hombre, ya sea con senderos, caseta de control o incluso ruinas medievales; pero no cede en su imponente actitud frente a las costas que lo flanquean. El solo hecho de pensar que nos gane la noche allí arriba, nos hace apreciar su magnitud.
La Pobla Medieval d’ Ifac, las ruinas que se encuentran en el Penyal, data de finales del siglo XIII. Los investigadores plantean que La Pobla representa un muy buen ejemplo de una villa cristiana de la época, formado por una fortificación medieval con su recinto amurallado con varias torres e iglesia. Levantada bajo las órdenes de Roger de Llúria, Almirante de la Corona de Aragón, fue destruida, en parte, a mediados del siglo XIV, en los escenarios de los conflictos entre la corona castellana y la aragonesa.
Hoy en día, al pasar junto a ellas, en una subida más de esparcimiento que de exploración, nos hemos quedado sobrecogidos al ver como el tiempo ha pasado por la obra del hombre dejando notar su paso, pero dejando casi intacta la obra de la naturaleza; aunque transformando lo que muchos siglos atrás fue una isla, en un peñón consustancial a la tierra firme.
Que el artículo de hoy sirva de reflexión para los que tomamos la naturaleza como fuente de inspiración…
Si todavía esto no es suficiente, veamos la obra de Jørn Utzon, su propia casa en Mallorca (https://www.metalocus.es/es/noticias/casa-can-lis-de-jorn-utzon-mirando-al-mediterraneo-restaurada-por-lise-juel) o la obra de Alberto Campo Baeza, la Casa del Infinito, en Cádiz (https://www.campobaeza.com/es/house-infinite/).
Hasta la próxima.