…” Miras tus manos. Yuri, concéntrate. Cuando diga” tres” tus manos quedarán inmóviles. ¡Uno, dos y tres! Tú no puedes mover las manos. Intentas moverlas, pero están inmóviles. Tratas de hacer un leve movimiento y no puedes. Ahora quitaré ese estado de tu mente y tú podrás por fin hablar nítida, libre y fácilmente. Toda la vida podrás hablar en voz alta y con claridad. Mírame. Quitaré la tensión de tus manos y de tu boca. ¡Uno, dos y.… tres!”
La esencia del tema es el control, el conocimiento y el aferramiento a si mismo. Es la clave que sujeta toda la película. En ”El espejo” de Andréi Tarkovski es imposible capturar el propio ser directamente, sólo se puede capturar mediante la reflexión – una reflexión de si mismo a través del espejo. Dejemos que esta reflexión se estremezca hasta emerger a la superficie y que se refleje en el cristal de la ventana o en el espejo de la mente humana. De todos modos, el reflejo del espejo seguirá siendo no más que una mera apariencia subordinada a un juego en el ámbito de la subjetividad.
El sentido del arte y de la poética los heredó de su padre poeta. Pero, su viaje al arte no fue sencillo. Estudió orientalismo e incluso trabajó durante un tiempo como geólogo antes de comenzar a estudiar en el VGIK de Moscú (Instituto Estatal de Cinematografía rusa Sergei Gerasimov). De su maestro, Mikhail Romm, aprendió que la luz en el celuloide es la pincelada en el lienzo del pintor.
Para Andréi Tarkovski la narrativa cinematográfica debe proyectar la responsabilidad del artista y su papel social en el espacio cultural. Sin embargo, niega que el artista sea meramente un obrero que realice trabajos por encargo a la orden de la ideología gobernante. Su visión difirió de las características del artista proletario en el realismo socialista.
El espejo (1974) es un film autobiográfico con una distintiva poética. Las partes que conforman su estructura a menudo no están entrelazadas en la continuidad del tiempo, mas la composición es como un sueño que va formando las imágenes dibujando los planos a color y a blanco y negro. Tarkovski refinadamente manejó las técnicas de la poética japonesa como haiku o tanaka. Al igual que en los jardines japoneses, el espectador debe sumergirse en la imagen, introducirse en esos paisajes creado por el artista para fusionarse con ella y, a su vez, aceptar el mensaje del autor. Mientras que el espectador no esté dentro de la imagen, estará especulando sobre el significado de los símbolos y andando a tientas sin comprender la esencia de la narrativa de Andréi Tarkovski.
El método creativo de la imagen de Tarkovski fue la construcción en los planos y no la construcción de los planos. Sus películas no son secuencias de planos tipo clips. Cada toma está pensada hasta el último detalle. La ubicación de la escena, la luz, el lugar y el ángulo de la cámara: todos estos son elementos que Tarkovski formalmente enmarca sus pensamientos. Tarkovski significativamente mantiene una contención en el montaje o edición (sus películas tienen 1/3 menos del número de planos en comparación con otros cineastas). Por esa razón, muchos pseudos críticos tienen la opinión simplista de que es un cine estático y aburrido.
Pero precisamente ese limitado número de planos en el montaje de cada secuencia es la que permite al espectador introyectar desde adentro las películas de Tarkovski. De lo contrario, no es posible percatarse de que se trata de un mundo en el interior sublime del ser humano. Para lograr esta catarsis Tarkovski se apoya en los valores y antivalores de arquetipos (tierra, aire, fuego y agua) como una alegoría de la existencia: en la antítesis y en la síntesis dialéctica de estos cuatro elementos. Andréi Arsénievich Tarkovski fue un alquimista en la simbología filosófica y en la estética de la imagen cinematográfica.