¿De qué valen los kilómetros de tinta que se gastan a diario sobre los problemas dominicanos? ¿De qué sirve el derecho a la opinión si no hay receptor alguno que interprete los signos y por lo menos ocupe un momento de su tiempo en razonar lo propuesto como posible verdad y oportunidad de entendimiento? ¿De qué nos sirve la sociedad presente, el cobijo denominador de país, la pertenencia e identidad nacional por la que  nos desgañitamos en conflictos y cosmogonías cuando no somos capaces de institucionalizar nada con armonía, métodos y propósitos para bien común?

¡La nación dominicana anda mal! La entera población vive halándose de las greñas sin responder siquiera en lo más básico y común, como son los deberes y principios para con lo de todos, a la obligatoriedad del esfuerzo colectivo en pelearle la existencia a los males y desafíos que golpea con todos los ímpetus de lo miserable, lo corrupto y lo inviable  de las sociedades en el mundo.

Al país hay que hablarle claro: hacerle escuchar en modo contundente sobre el aciago derrotero en el que marcha. No importa que hoy día tengamos buena voluntad en la figura de un presidente, o que existan unos que otros sectores comprometidos con la preservación de nuestros recursos naturales (esos lugares que aún quedan a partir de estas líneas). Tiene que haber una reflexión común, una reflexión de todos, un compromiso patrimonial por la consecución del sueño patrio: libertad, progreso, felicidad en su modo más tangible, alcanzable, humano.

¡Es tan obvia nuestra realidad! ¡Tan exacta!..  que parece mentira el paupérrimo sentido común de todos nosotros. Muchos dirán “pero si nuestro país siempre ha sido así” y razones no le faltan pero: ¿acaso eso es lo que queremos, eso es lo que buscamos, por ello es que seguimos resistiendo bajo los andamios de la nacionalidad las trombas foráneas y nacionales que tanto provecho para sus arcas sacan y han sacado del pedacito de tierra y sus gentes?

Se escribe a diario, se argumenta a diario, nos hartamos a diario. Nos da un patatú, una sirimba, un no sé qué, con las anormalidades enfermizas que a diario suceden en nuestro lar de origen. De algún modo debe de imponerse el orden, la justicia, la igualdad de derechos y oportunidades. Yo no creo en ninguna solución nacional que emane del sistema partidocratico dominicano (muestra irrebatible de lo dicho, lo que ocurre en el PRD, como retrato contundente). Honestamente, cada vez me convenzo más de la tesis aquella del profesor Juan Bosch, de que al país dominicano lo que más le conviene es una “Dictadura” respaldada por el pueblo.

En fin, teclas van y teclas vienen. Todos opinamos, todos creemos tener la razón y por lo tanto queremos que alguien nos escuche. Yo amo mi país, y la verdad es que no sé de qué otra manera demostrarlo.