La Providencia divina es, según Agustín de Hipona, el modo como Dios gobierna el mundo en el despliegue del tiempo. Esta idea la desarrolla en La ciudad de Dios, en el libro VIII. Sin embargo, esta idea no es fruto del cristianismo, sino que proviene de una raíz lejana, de la filosofía helénica clásica, es de origen platónico.

Aunque en las Leyes, X, 903 b-d, Platón hable de providencia entiende por esta el desarrollo de la idea de Destino. Providencia significa cuidar amorosamente. Se trata de un arbitrio supremo impersonal que abarca tanto a los dioses como a los humanos. El filosofo de la Academia la define: …el que cuida el universo [providencia / Destino] tiene todas las cosas ordenadas para la salvación y virtud del conjunto, de modo que también cada parte de la multiplicidad padece y hace en lo posible lo que le es conveniente. A cada una de ellas se le han establecido jefes que dirigen continuamente lo que deben sufrir y hacer hasta en el mínimo detalle y hacen cumplir la finalidad del universo hasta en el último rincón….

La divina providencia, imagen barroca.
La divina providencia, imagen barroca.

En el siglo XVI se caracteriza con suma claridad. Encuentro un breve resumen de esta en la obra De concordia, del jesuita español Luis de Molina [1535-1600], texto que tuvo gran influencia en el siglo XVII.

Molina define la Divina providencia: acción que se ejecuta por medio de la creación y del gobierno de las cosas creadas. El gobierno es la dirección de las cosas ya creadas hacia sus fines y su perfección; por ello, presupone la creación y la existencia de las cosas. Pero la conservación de estas cosas y de las demás a través de las cuales dirige a aquellas hacia sus fines y las conduce a su perfección, es tarea del gobierno. Por tanto, la providencia mantiene con la creación y el gobierno la misma relación que la que mantiene el acto interno que posee una existencia formal en Dios con los actos externos a través de los cuales manda ejecutar aquello que la providencia ha preconcebido y establecido [Parte sexta. Sobre la providencia de Dios].

La idea fundamental que comporta la Providencia divina depende de dos conceptos anteriormente mencionados: Perfección y salvación.

La providencia procura que el mundo alcance, bajo la dirección divina, su perfección, su plenitud, es decir, Dios influye para que cada cosa del mundo, en especial el mundo humano, que es lo histórico, alcance su culminación, que no sería otra cosa que su salvación: cuidar que lleguen a ser lo que prometen ser, su posibilidad. Es el gobierno del mundo para que alcance la plenitud de su esencia, la suma de su acontecer.

Heidegger, desde su formación de teólogo, en el comienzo de su polémica Carta sobre el Humanismo, repite lo mismo: Estamos muy lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Solo se conoce el actuar como la production de un efecto, cuya realidad se estima en funcion de su utilidad. Pero la esencia del actuar es el llevar a cabo . Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, producere. Por eso, en realidad solo se puede llevar a cabo lo que ya es. Ahora bien, lo que ante todo «es» es el ser.

Ortega, en Meditaciones del Quijote, su primer y más importante libro –para mi–, se refiere al verbo salvar, que relaciona con la idea teológica-cristiana de la Salvación.

Salvar es para Ortega el cometido de la cultura: Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Benefac loco illi quo natus es [Haz bien al lugar donde has nacido], leemos en la Biblia. Y en la escuela platónica se nos da como empresa de toda cultura, esta: salvar las apariencias, los fenómenos. Es decir, buscar el sentido de lo que nos rodea.

La idea de la providencia guia la reflexión de Bossuet sobre el sentido de la historia,  –y creo mostrar con las citas de Heidegger y de Ortega, que este concepto transformado, aún persiste en dos de los más destacados pensadores del siglo XX–.

El sentido de una dirección predeterminada de la historia se proyecta a la visión moderna. Este esquema se mantendrá en lo adelante para determinar una estructura temporal de forma lineal, progresiva e irreversible que va a asumir el tiempo en la Modernidad al tomar como dirección un lance indefinido y abierto hacia la perfección en lo porvenir.

Se instaura la fe en el progreso, en un perfeccionamiento material de la humanidad en el sentido de un avance continuo, a través del desarrollo de las ciencias y las tecnologías.

Desde el siglo XIII la consciencia europea empezará a racionalizar el tiempo a través de su secularización. Acontece en ese momento, que debido al incremento de la vida secular desde la potencialización de la relaciones materiales económicas, políticas, culturales y sociales que se intensifican con el llamado primer renacimiento de Occidente, que acaece en los siglos XII y XIII, producto del acrecentamiento de los intercambios entre Oriente y Occidente, del rescate de los textos clasicos manejados por la cultura arábiga y del avivarse de la intercambios comerciales y culturales que consolida la llamada Ruta de la Seda.

Desde ese momento la Iglesia viene forzada a ceder su soberanía sobre el tiempo, por ello la idea de la marcha del tiempo hacía un fin escatológico comenzará a declinar hacia el horizonte de una historia material marcada por un proceso de avance hacía adelante, guiado por la fe de que la humanidad se dirige hacia una finalidad de mejoría material continuada, de florecimiento y bienestar, es decir hacia una progresión.

La importancia de las ideas sobre la historia de Bossuet es que al tomar como punto de referencia, que la historia comporta ideas de plenitud y continuidad, las transforma en estructuras que sirven para el traspaso de la edad medioeval a la moderna.

Retrato de Jacques Bénigne Bossuet.
Retrato de Jacques Bénigne Bossuet.

En base a ese planteamiento, la obra de Bossuelt adquiere un lugar primario y trascendente. Tan significativa resultará ser, que en el siglo XVIII, Voltaire la transformará en el fundamento para formular el planteamiento teórico de su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, de 1756.

Allí, por vez primera se plantea una filosofía de la historia, término que crea el propio Voltaire, y que postula al interpretarla como una serie de acontecimientos que deben ser concebidos fuera de un marco teológico.

Voltaire intuye que la obra de Bossuet brinda las bases de un nuevo discurso que supera todo lo que se había concebido con anterioridad, que contiene un alto valor en sí mismo; y para su fines, considera que permite superar la concepción tradicional de la historia cristiana y ofrece a la reflexión una nuevo método para manejar un diferente contenido.

Como afirma, con razón, el pensador alemán Karl Löwith, en su obra: Significato e fine della storia, el intento de Voltaire será destruir el viejo sistema religioso, específicamente, la interpretación cristiana de la historia.

Retrato de Voltaire.
Retrato de Voltaire.

Lo que realiza Voltaire es algo simple. Reune la mayor cantidad de hechos posibles y los interpreta mediante el uso de normas comunes de la razón humana: La civilización significa para él el desarrollo progresivo de las ciencias y de los oficios, de la moral y de las leyes, del comencio y de la industria. 

Su éxito consiste en que provee a una burguesía en auge, la justificación de sus ideales históricos en en los siglos XVIII y XIX. Voltaire señala: Dios se ha retirado de la dominanción sobre la Historia; todavia puede reinar, pero ya no gobierna con su intervención.

Voltaire estima, además, que la interpretación de la historia de Bossuet no es universal, pues no incluye a China. Bossuet comienza su obra con la creacion del mundo y termina con la coronación de Carlomagno. Voltaire inicia desde ese punto final y abarca hasta el reinado de Luis XIII. Aunque concebida como una continuación de Bossuet, constituye una refutación de su concepción del acontecer historico. Según Löwith, Voltaire es el primer autor que intenta vislumbrar una historia moderna; organiza los acontecimientos según su encadenamiento interno, e intenta describir la vida entera de un Estado.