La música tiene un pasado extenso y hermoso, tanto o más que el lenguaje verbal. Prueba de ello son los hallazgos arqueológicos de flautas construidas con hueso de ave, cuya antigüedad se estima entre 6.000 a 8.000 millones de años. Existen diversas teorías sobre esta coexistencia íntima de la música con la evolución humana. Algunas de estas teorías guardan relación con la respuesta del cerebro al escuchar cualquier sonido musical.
Algunos científicos, a su vez, sugieren que la influencia de la música sobre los seres humanos pudo haber surgido de un hecho fortuito, dada su capacidad para secuestrar, a temprana edad, algunos de los sistemas cerebrales en ciernes, tales como el lenguaje, la emoción y el movimiento. Se sabe que, los seres humanos escuchamos música desde la cuna e incluso dese el mismo período de gestación. Se sabe que los bebés, en los primeros meses de vida, tienen la capacidad de responder a melodías antes de responder a la comunicación verbal de sus padres. En tal sentido, se ha comprobado que los sonidos musicales suaves relajan a los niños. Un estudio realizado en el año 2005 con niños prematuros que no podían dormir constató que, éstos se relajaban con los latidos del corazón de sus madres o con los sonidos musicales que los imitan.
Por su parte, la música está considerada entre los elementos que causan más placer en la vida de los seres humanos, ya que esta libera dopamina en el cerebro como lo provoca los diferentes tipos de alimentos, el sexo y las drogas licitas e ilícitas. En ese contexto se sabe que los estímulos musicales dependen de un circuito cerebral subcortical ubicado en el sistema límbico. Para su información y crecimiento intelectual, el sistema límbico está formado por estructuras cerebrales que gestionan respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales que emiten las conexiones del área pre-frontal del cerebro humano.
En tal sentido, el científico canadiense Robert Zatorre constató en su laboratorio musical que, una vez los mecanismos neuronales de percepción musical se activan, los sonidos impactan en el tímpano del oído y luego se transmiten al tronco cerebral y, de ahí, a la corteza auditiva primaria. Como tales, estos impulsos viajan por las redes neurológicas del cerebro que permiten captar y percibir la música, así como almacenar aquellos sonidos sonoros que nosotros habíamos escuchado desde muy temprana edad.
Según varios estudios científicos que se han venido realizando desde hace alrededor de cincuenta (50) años en Alemania, Reino Unido, Italia y en los USA, la formación musical debe considerarse como un componente fundamental en la educación formal y no formal de nuestros hijos y no como un lujo adicional. Ya se sabe que la música contribuye a desarrollar las potencialidades artístico-musicales de nuestros hijos y a que éstos aprendan a expresarse de manera plena, lo que enriquece su mundo interior. No obstante, son innumerables los beneficios que aporta la música en los seres humanos, entre otros, la sincronización de los dos hemisferios cerebrales, lo que a su vez favorece la creatividad y la improvisación.
Los resultados de seis (6) estudios realizados por neuropsicólogos en catorce países en vías de desarrollo constataron que la música influye en el hemisferio izquierdo del cerebro, el cual es el responsable de la lectura de partituras, el aprendizaje de las técnicas instrumentales y el análisis musical complejo. Como se puede apreciar, los niños, adolescentes y jóvenes expuestos al fenómeno sonoro-musical decente, tienen mayor posibilidad de lograr un desarrollo cerebral y emocional integral. Asimismo, la música contribuye a desarrollar una personalidad equilibrada y creativa con altos niveles de intelectualidad, según lo comprobó un estudio realizado por la Asociación Americana de Psiquiatría en el período 1958-1986, en el que participaron unos 604,000 estudiantes de música que residían los cinco Continentes.
Como se puede apreciar, la música contribuye a que nuestros hijos desarrollen una extraordinaria sensibilidad estética y espiritual, lo que disminuye la fatiga y activa el sistema glandular. Asimismo, la música modifica el sistema respiratorio y regula el metabolismo y el ritmo cardíaco. También la música favorece la emisión de ondas alfas en el cerebro, lo que produce un estado de relajación que propicia un mayor aprendizaje a nivel primario, secundario, universitario y pos-universitario.
Los neuropsicólogos sociales y los psiquiatras sabemos que la música es relajante, tonificante e integradora. A través de una serie de técnicas y teorías musicales, se puede utilizar el poder de la música para influir, modificar, alterar y provocar cambios significativos en nuestra fisiología y en los estados emocionales, mentales y anímicos. A este fenómeno se le llama Terapia Preventiva o Musicoterapia. En tal sentido se sabe que la música facilita la concentración, la buena memoria, la imaginación, la creatividad, la autodisciplina, la perseverancia, el sentido estético, el orden lógico y la claridad o lucidez mental.
Asimismo se sabe que la música tiene un poderoso efecto sobre los seres humanos, pues esta toca nuestros sentimientos, emociones y nos permite identificarnos con nuestros pares. Como tal, la música trae recuerdos a la consciencia que creímos haber olvidados, pero que los mismos nos transportan hasta nuestra infancia y/o adolescencia. Según tres (3) estudios realizados en el año 2013 por Alluri, la música activa las grandes áreas del cerebro, específicamente las áreas auditivas y motoras. Estos estudios encontraron que las áreas cerebrales auditivas, motoras y límbicas se activaron, sin importar que los participantes escucharan a Los Beatles o Vivaldi.
Según otros estudios realizados Carol Lynne Krumhansl, la música transmitida de generación a generación, armoniza nuestros recuerdos autobiográficos, preferencias y respuestas emocionales. Como tal, el fenómeno anterior es descripto por la psicología social como un “golpes de reminiscencia”. Según otros estudios realizados por neuropsicólogos húngaros y franceses (2013), existen circuitos en la corteza cerebral involucrados en la percepción, codificación, almacenamiento y construcción de esquemas musicales abstractos. Lo anterior refiere que las melodías, en la mayoría de los casos, pueden modular nuestro estado anímico y hacer que nuestras palabras sean más oportunas y eficaces.
La psicología, la neuropsicología y la psiquiatría utilizan la música con el fin de mejorar, mantener o intentar recuperar el funcionamiento cognitivo, físico, emocional y social de las personas con problemas psicólogos, emocionales y conductuales. Se sabe que la musicoterapia utilizada clínicamente, activa los procesos fisiológicos y emocionales de la mayoría de las funciones cerebrales y emocionales disminuidas o deterioradas. En tal sentido, se han observado importantes resultados clínicos en pacientes con trastornos del movimiento y dificultad para hablar producto de un accidente cerebrovascular, demencias y trastornos neurológicos.
Varios estudios de neuroimagen han constatado que, tanto escuchar o hacer buena música, estimulan conexiones y regiones cerebrales vinculadas con la emoción, la recompensa, la cognición y la sensación de bienestar. Las terapias basadas en la música favorecen nuevas conexiones y circuitos cerebrales llamadas neuroplasticidad, las cuales compensan las deficiencias que presentan algunas regiones del cerebro que han sido afectadas o dañadas por un evento cardiovascular o de otra índole. También se sabe que la música es emoción, expresión, habilidades sociales, lingüísticas, artísticas y matemáticas.
Como se sabe, la buena música ayuda a obtener coordinación sicomotora, respeto por el trabajo propio y el ajeno, así como a desarrollar movimientos corporales organizados, expresivos, armónicos, auditivos, lingüísticos y de comunicación asertiva. No obstante, aquellos sonidos musicales que no activan el sistema límbico cerebral, no es buena música. En tal sentido, a estos ruidos desorganizados y molestosos llamados música de calle, la psicología social los denomina caos sonoro, cuyo impacto incide negativamente en el tímpano del oído y en el sistema nervioso central.
Finalmente, se sabe que cuando las ondas sonoras entran al odio estas golpean el tímpano y este a su vez vibra. A través de la vibración del tímpano, las estructuras del oído medio traducen las ondas sonoras en impulsos nerviosos que, según su magnitud, agradan o afectan el sistema nervioso central y el estado anímico de las personas. En tal sentido se sabe que, la música alta por un período de tiempo prolongando provoca una rotura o perforación del tímpano y producir sordera leve, moderada o grave. Son muchos los casos de jóvenes con problemas de audición que acuden a ver a sus médicos por haber estado expuestos a música alta que dañaron sus respectivos tímpanos.
“La música es la aritmética de los sonidos, como la óptica es la geometría de la luz”. Claude Debussy (1862-1918)