La música refleja y ha reflejado a través de la historia los estilos de vida y de comportamiento de los distintos grupos humanos y sociedades, e igualmente se vincula directamente a la afectividad, las emociones y estados de ánimo de las personas.

La relación estrecha entre música y sociedad se refleja en los cambios que sufre la música (tanto clásica, popular, jazz, folklórica, y de todos los géneros) a través del tiempo, en cada sociedad y grupo social.

Nuestra música popular no escapa de esa realidad. Demuestra cambios importantes sobre todo en el género llamado “música urbana” que tiene su principal medio de difusión a las redes sociales y que consume sobre todo la población adolescente y joven en los distintos estratos sociales. En términos musicales estas expresiones han disminuido la relevancia de la melodía y la armonía dándole mayor peso al ritmo en combinación con el texto que está sostenido en una estructura rítmica. En el texto, se mantiene (al igual que en otras manifestaciones de música popular de épocas anteriores nuestras) el abordaje al cuerpo de las mujeres de forma violenta y machista donde se refuerza la mujer como objeto sexual. En las anteriores se hacía desde el doble sentido, ahora es directo y con el uso de términos que aluden directamente a los genitales desde las expresiones populares estigmatizadas como “vulgares”.

La música y las artes pueden promover cultura de paz, equidad de género, justicia social, cohesión social y fortalecimiento de identidades desde nuestras raíces afrodescendientes.

Nuestra historia y nuestra cotidianidad ha estado y está bañada de incesto, violencia sexual, violencia de género, acoso sexual, abuso sexual, uso y tráfico de sustancias psicoactivas, explotación sexual en espacios educativos, laborales, comunitarios y familiares. Esta realidad se invisibiliza socialmente, pero la música (que es un espejo) las refleja mostrando igualmente las barreras y brechas existentes entre la población adulta y la juventud/adolescencia.

La música urbana demuestra también el peso que adquiere cada vez con mayor fuerza la búsqueda de dinero fácil a través de distintas vías (licitas e ilícitas). Dentro de ello se encuentra la producción de música y videos que se consume y se vende. La venta está vinculada a las redes sociales y al éxito en convertirse viral. La viralidad está mediada por la exacerbación de la violencia, escándalos, sexo ayudado por su escandalización desde los tabúes presentes en nuestra sociedad.

Gran parte de estas manifestaciones de música urbana muestran grandes vacíos de una educación afectivo-sexual integral y educación musical ausentes de la formación educativa de nuestras nuevas generaciones, que no tiene sostén para el desarrollo de su creatividad musical.

Nuestras escuelas no ofrecen educación musical ni lectoescritura de calidad. Nuestras nuevas generaciones no cuentan con herramientas educativas para expresar sus sentimientos, preocupaciones, problemas y experiencias combinadas con un modelo estético.

En vez de juzgar a exponentes de las distintas manifestaciones musicales (sexo femenino y masculino), deberíamos utilizar sus canciones para un dialogo intergeneracional y revisar en ellas las demandas de las nuevas generaciones y así ofrecer respuestas desde el sistema educativo, las políticas culturales y de juventud que se desarrollan en el país.

Ojalá nuestras autoridades y las instituciones que toman o influyen en las decisiones en políticas públicas pongan sus oídos en lo que están sintiendo y viviendo nuestras nuevas generaciones y le den la importancia que tiene la música y las artes para el desarrollo humano. La música y las artes pueden promover cultura de paz, equidad de género, justicia social, cohesión social y fortalecimiento de identidades desde nuestras raíces afrodescendientes. Existe una gran demanda en nuestra adolescencia y juventud de expresión a través de la música. Necesitan herramientas para construir su propio universo musical y artístico con calidad que pueda perpetuarse en el tiempo y no sea solo una búsqueda de dinero fácil.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY