La indignación y consecuente repudio a la discriminación racial siempre han tenido paladines/portavoces en la cultura artística. No solo artistas activistas, de esos con una particular agenda política progresista y especialmente defensores del movimiento de los derechos civiles (casos de Harry Belafonte, Sidney Poitier o Madonna), sino también creadores artísticos que pusieron -y ponen- a disposición de esa causa más que su imagen e influencia social, sus talentos profesionales. Desde Billie Holiday con el éxito de “Strange Fruit” (1939) y la impronta de Frank Sinatra que inicia con el cortometraje “The house I live in” (1945), pasando por obras de James Brown, Bob Dylan, John Lennon, Marvin Gaye, Fania All Stars, Stevie Wonder, Bruce Springsteen, Bob Marley, Eric Clapton, Spike Lee y Michael Jackson, para llegar a las de Chuck D, KRS-One, Nas, Beyoncé, Kanye West, Kendrick Lamar y muchas otras mega-estrellas y no tan megas de la música popular de nuestros días.
Estrechamente ligada a la discriminación social, pues comúnmente proyectada como manifestación de esta, se encuentra la brutalidad policial, tema que por más de 60 años también ha servido de materia prima artística o musa de incontables producciones musicales, si bien principalmente en Estados Unidos, también en otras sociedades alrededor del mundo; sin embargo, a diferencia de otros problemas sociales ancestrales (como aquellos asociados a la desigualdad en sus tantos escenarios, delincuencia/violencia, corrupción, machismo, drogas, etc.), ha sido especialmente a través de los géneros musicales de origen afroamericano R&B, soul y hip hop que mayor difusión y explotación comercial ha recibido este tópico.
No me mal interpreten, no pretendo sostener que solo en esos géneros musicales se identifique la resistencia y protesta artística contra los abusos policiales, pues sin grandes esfuerzos podríamos verificar composiciones con esa temática en otros -Vgr. “American Skin (41 Shots)” de Bruce Springsteen (1999)-, algunas veces de forma tan abierta como se haría en un discurso de incitación a las masas con la ayuda de un megáfono, o para ser más gráfico en un insulto cara a cara, aunque también vía mensajes subliminales, o con la ayuda del más fino genio poético.
En efecto, la subversión y la rebeldía artística nunca han tenido en la música una representación más agresiva y directa a la que encontramos en el punk y similares especies del rock pesado -pues características consustanciales a estos géneros-, siendo la brutalidad policial uno de sus temas más emblemáticos. Eso explica desde finales de los 70s la existencia de bandas como Millions of Dead Cops y The Accused, cuyos nombres dicen todo al respecto, y también canciones como “Police Story” (1981) de Black Flag, “State Violence State Control” (1982) de Discharge, “Polícia” (1986) de Titās, “The Badge” (1990) de Poison Idea, “Cop Killer” (1991) de Body Count, “LAPD” (1992) de The Offspring, “Killing in the Name” (1992) de Rage Against the Machine, “Conditioned” (1995) de Chokehold, “Fuck Police Brutality” (1996) de Anti-Flag, y la lista podría seguir en aumento hasta nuestros días con producciones de bandas como Jesus Piece, Thou, Kublai Khan TX, letlive, Year of the Knife, Down to Nothing, Fever 333, First Blood, etc.
También, fuera de la música anglosajona, y más bien en el plano latinoamericano, podríamos listar la salsa “Justicia” del grupo neoyorquino Los Hacheros, y posiblemente en esa misma línea “Señor Sereno” de Ismael Miranda; y aquí también incluir el tema “El hombre gris”, una mezcolanza de soca y compa del artista urbano dominicano Vakeró, y por supuesto, una canción no menos original y en su momento controversial del grupo puertorriqueño Calle 13: “Tributo a la policía”.
De continuar escudriñando en la música mundial quizás la lista pueda continuarse con muchas otras composiciones, que desconozco o que ahora pierdo en la memoria -sobre todo de las producidas en los últimos años a propósito de los casos de abuso policial más publicitados en USA-, pero nunca como sucedería de extender la investigación a la discoteca del hip hop, pues el ejercicio sería entonces posiblemente impracticable, no porque no logremos identificarlas con facilidad, sino todo lo contrario, pues ahí sobreabundan los versos, canciones y se cuentan incluso álbumes completos con esa temática especial -Vgr. Hip Hop for Respect (2000), del sello independiente Rawkus Records-, pero que como se comprenderá, para listarlos carezco del tiempo y del espacio necesario en las posibilidades del presente artículo.
Esta singular correspondencia que el tema tratado recibe en el hip hop se explica en la circunstancia de que resulta común en la mayoría de sus exponentes -regularmente jóvenes negros y de origen pobre, o que así fueron- haber sido víctimas directas -más que simples testigos- de abusos y manifestaciones de brutalidad policial que luego inspiran sus composiciones, lo que da cuenta de que ciertamente se trata de un fenómeno íntimamente relacionado con la discriminación racial y socio-económica, antes que -y sin descartar la concurrencia de estas causas- con la corrupción o la ineficiencia funcional de los agentes del orden, aunque todos estos también son vicios que van de la mano en cada abuso e injustica policial.
Lo anterior no es una realidad exclusiva de la música estadounidense, pues también verificable en toda otra sociedad donde la policía se destaque por hacer de las suyas -posiblemente en todas partes- y exista una cultura hip hop -por igual, en nuestros días posiblemente en todas partes-.
Por ejemplo, mientras que en la música tradicional dominicana las canciones con alguna referencia a la brutalidad o corrupción policial -que siempre ha existido entre nosotros- resultan de dificilísima identificación, por no decir inexistentes, lo mismo no pude decirse del hip hop criollo, donde no pocos exponentes se han referido al tema, entre los que se destacan el rapero Dkno con el tema “Comandante” y el grupo Campamento Revolucionario con “Compañero de Celda”, entre otros. Similar estadística encontraremos en la música puertorriqueña, donde también prevalecerá el hip hop en esa temática con los repertorios de Luis Diaz, Yalzee, Siete Nueve y otros raperos.
Solo en sociedades como la nuestra, pseudo-liberales y donde los regímenes autoritarios y totalitarios siguen siendo una amenaza latente, se desconoce o prefiere ignorar que el hip hop ha pasado de ser en algún momento histórico el género musical más censurado, restringido y discriminado, al más exitoso de la música pop contemporánea en el mercado global, y que al mismo tiempo en su versión consciente constituye un importante instrumento artístico contra el racismo, la brutalidad policial y toda otra clase de injusticias producto de la discriminación y el abuso de poder. Y eso, a pesar de su larga historia y avanzada evolución en la cultura dominicana, producto de su constante importación desde los años 80s por los “dominicanyols”, prácticamente desde sus inicios como música popular norteamericana, detalle que regionalmente solo podría identificarse en términos similares en la evolución de este género musical en la vecina isla de Puerto Rico.
Esa pobre valoración y recepción que ha sufrido el hip hop consciente en República Dominicana parece tener su más certera explicación en las limitantes, sesgos y prejuicios sociales que vienen con este producto musical desde sus orígenes, y que extrapoladas a nuestra realidad permiten comprender por qué en convicción de muchos dominicanos -claro que ignorantes en la materia- siga siendo “música de tigres”, y que de estos, para no pocos pasa indistinto entre otros ritmos, solo porque incorporan el rap en sus interpretaciones y a su vez resultan originarios del barrio o de las clases más pobres (como el reguetton, el dembow y demás familiares que sin mensaje ni contenido social alguno en sus letras son apoyados ciegamente por nuestros principales comunicadores y medios de comunicación, e incluso con patrocinio privilegiado del Estado, y de ahí gran parte de su éxito comercial a nivel local).
No menos se puede esperar de una sociedad donde el racismo -de indesmentible presencia histórica entre nosotros- nunca ha merecido siquiera una censura mediática, una condena judicial y mucho menos una manifestación social como las que ahora suceden en todo el mundo a propósito del caso George Floyd y lo que le ha seguido. ¿Será este también el momento del despertar de la sociedad dominicana? Me gustaría pensar que sí, pero tampoco me gustaría engañarme y terminar decepcionado. Entonces, ya veremos…