La contadera ha pasado ya las sesenta muertes en lo que va de año, nueve de ellas en la cara del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, designado el 17 de diciembre de 1999 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Eso y los aspavientos publicitarios de cada fecha es  lo único que vemos en las historias sobre feminicidios. 

Cada relato ha sido una apuesta a la revictimización, evidenciada en la repetición de  imágenes monumentalizadas de cuerpos acuchillados o baleados, tirados en el suelo, o sobre camas de pobres desarregladas y sangrientas. Pura humillación a la dignidad de seres humanos; construcción distante de cualquier asomo de contextualización y responsabilidad profesional. Choque maldito contra la ética periodística.

Matarlas dos o tres veces, humillar su dignidad después de muertas, sacarles provecho particular a la tragedia y, por acomodo a discursos facilones, satanizar  al hombre en general, ha sido la norma en la construcción y difusión de las noticias y comentarios. El negocio es más rentable.

Los medios de comunicación, sin embargo, no son los principales responsables de una violencia social que registró 240 homicidios generales en el primer trimestre de este año.  Las investigaciones internacionales han demostrado, hace décadas, que éstos no son omnipotentes, y sus efectos lejos de ser automáticos. Pero también han evidenciado que “ejercen una poderosa influencia al definir los temas en los que piensa la gente, es decir, la agenda pública” (Agenda Setting).

A partir de esa perspectiva, aquí, imponen a los públicos el cacareo de discursos plañideros sobre los crímenes en cuestión, sin contexto. Es una invitación implícita a asumirlos como normales y hasta merecidos. Paralelo, con la reiteración de notas sensacionalistas que enseñan metodologías para matar, empujan hacia el despeñadero a quienes tienen predisposiciones a la violencia y carecen de herramientas para hacer lecturas críticas de mensajes.   

Urge voluntad para detener tanta superficialidad con esta grave situación.

El enfoque debería orientarse hacia el reclamo de políticas públicas reales, con énfasis en la refundación de la familia; a la integración del hombre a la búsqueda de las soluciones; el desmonte de estereotipos motivadores de violencia; lucha por el bienestar general de la sociedad, y a echar al zafacón todo lo que huela a negocio con la sangre de las mujeres, aun sea hechura de mujeres “vivas”.

Nunca enfocarse en multiplicar opiniones que construyan odio entre hombres y mujeres, y enarbolen como estandarte la desaparición de las virtudes de la familia tradicional. Ni en promover, por comisión u omisión, canciones agresivas; ni vender a la fémina como objeto sexual a través de la publicidad.

Pero tampoco validar metáforas oficiales, bonitas y bien intencionadas, pero inentendibles para gran parte de los públicos mediáticos que se pretende impactar, como ésta:

“El aleteo de una mariposa puede provocar un huracán en otras partes del mundo”.

Para lograr este cambio radical, los ejecutivos de los instrumentos de información, convencionales y digitales, deberían abandonar criterios vetustos e inflexibles para la elaboración de las noticias, como los que “privilegian el acto violento sobre el pacífico, el dato excepcional sobre el normal, el incidente sobre el proceso, lo individual sobre el general, lo inmediato sobre lo mediato”. https://biblio.flacsoandes.edu.ec/libros/digital/46121.pdf.

Esto es posible. Solo se necesita: un poco de humildad para zafarse de normas de construcción de la noticia que datan del principio del siglo pasado; ver el problema desde su complejidad; responsabilidad social y firme voluntad para ayudar a la toma de una nueva conciencia sobre la relación él-ella en el marco de una sociedad que no sea propiedad de unos cuantos turpenes en desmedro de un montón de seres humanos esclavos.