Desde la antigüedad el mundo femenino ha sido pensado desde la perspectiva del hombre. Desde que el hombre decidió anular a la mujer de la vida pública y la apartó al Gineceo, relegando su existencia a breves espacios íntimos y privados donde poder ser mínimamente en libertad, mientras en los entornos sociales no podía existir sino en la medida que el hombre permitiera, desde el silencio, la subordinación y la depreciación, reduciendo su existencia a la especulación y el capricho que de él surgiera, la historia de la mujer desde la óptica del hombre fue escrita con el silencio de esta, de manera tal que hemos existido y hemos sido desde el punto de vista del hombre, del pensamiento del hombre, de la idea del hombre en sentido general como otro “hombre incompleto” como pensaba el gran filósofo Aristóteles.

Todo lo que se ha dicho y escrito sobre el mundo femenino a través de el imaginario masculino no ha sido entonces más que, la confesión de su propio reflejo, ya que en la medida que él conocía y que él le permitía ser a la mujer, es que podía pensarla y expresar de ella categóricamente lo que es y lo que debería ser. A través de los imaginarios recreados sobre ella el hombre hacía confesión de su debilidad – específicamente la sexual hacia ella- de sus inseguridades con respecto a la  incomprensible admiración que por ella podría sentir, pese a haberle negado la instrucción o reducir la misma a la instrucción de cortesana y manejo de los quehaceres domésticos, estableciendo como política no estimular su desarrollo intelectual y de la propia inferioridad al verse unido necesariamente al “ser inferior” para hacer prevalecer su linaje y anidar durante meses al próximo emperador, maestro y soldado.

La necesidad de retrotraer al lector a las épocas pasadas para entender la condición de la mujer de hoy como un proyecto de vida auténtico, es porque la autenticidad se revela en una persona que se encuentra en propiedad de su entorno, de los símbolos, costumbres, valores, principios, lenguaje y su relación directa con ellos, y ese proceso fáctico-histórico implica un cambio en ella, si lo asume con responsabilidad para encarnar un sujeto mujer que decide crear un proyecto propio a pesar de las contingencias naturales y sociales que les tocó vivir. Por el contrario, el concepto de lo inauténtico está configurado por la dictadura de lo impersonal, lo que determinaba desde el comportamiento, el aligeramiento de la existencia para que se haga ‘fácil’, hasta las únicas posibilidades a las que estaba sujeta su existencia, esta condición de subordinada, condiciona también la capacidad de decidir y elegir, porque limita a la mujer a las posibilidades dictadas por la sociedad, incapaz de pensar por sí misma, ya sea porque ignora su pasado o decide asumirlo sin cuestionarlo, como mecanismo de supervivencia decide la única opción posible en su proyección hacia el futuro desde un pasado del cual no se haya en control, ser ese “hombre incompleto” de Aristóteles que constantemente se mimetiza para sobrevivir en sociedad. Ciertamente nadie puede ser siempre, total y absolutamente auténtico o inauténtico durante toda su vida, porque ambos conceptos no son mutuamente excluyentes entre sí, una persona no puede vivir una vida genuinamente auténtica o inauténtica todo el tiempo, sino que en distintos momentos y periodos de nuestra vida, la misma goza de mayor o menor grado de autenticidad o inautenticidad.

Precisamente es esto lo que les quiero hacer notar, que a través de la historia a pesar de las condiciones adversas que modelaron el proyecto de vida de las mujeres relegadas al Gineceo en Grecia,  a ser unas eternas menores de edad mental, por ejemplo, no fue un limitante para algunas categorías de mujeres que configuraban la excepción en su sistema. Hay una categoría menos documentada pero existente, como el de las ciudadanas profesionales que trabajaban en tiendas, o como prostitutas y cortesanas con mayores grados de libertad; cuya normas sociales y costumbres aplicadas no configuraron un límite para definir los términos de su existencia, de igual manera, también se elevaron por encima de estas ciudadanas y al nivel de los hombres griegos y de los límites claramente establecidos en el entorno jerárquico y de influencia Griega para ganarse un reconocimiento para la historia como; la poetisa Safo de Lesbos, filósofas como Areta de Cirene y matemática como Hypatia, líderes políticas como Gorgo de Esparta y Aspasia de Mileto, Olimpia de Epiro, Roxana y médicas como Hagnódice de Atenas y la hermosa hetaira Frine, mujeres que decidieron alejarse de los estereotipos creados para ellas como únicas realidades posibles, para construir un proyecto auténtico de vida de amplias posibilidades que le mereció gran relevancia en la Antigua Grecia y en la historia universal.

El Ser para el filósofo más importante del siglo XX, Martín Heidegger, es un Dasein, un ‘ser ahí’. Para los seres humanos, hombre y mujer, son para los únicos seres que hay Ser, porque son los únicos que se cuestionan sobre este. Si el Ser se ha de dar necesariamente con el tiempo, y de paso, esta búsqueda del sentido del Ser sólo se puede realizar desde la aclaración de la existencia fáctica de los seres humanos. Si queremos lograr un conocimiento cada vez más claro y preciso de lo que es el Ser, necesitamos aclarar la vaga compresión que poseemos entre aquellas propiedades, aspectos y cualidades que poseemos en cuanto a ser un ente más en el mundo y lo existencial, aquellas propiedades que se refieren al ‘Ser Humano’ que se haya interpelado por su condición de comprender al Ser.

Esto solo lo podemos lograr relacionándonos directamente con la historia, con el entorno, con la cultura, con nuestros seres queridos y con los no tan queridos, pero siempre decidiendo con responsabilidad asumir un proyecto de vida que nos diferencie de los demás, pero sin excluirnos de ellos, porque somos con relación a los demás, es decir, una íntima unidad que nos hace ser y estar con los demás en el mundo, pero siempre a través de la compresión, una facultad que no se desarrolla ni potencia nunca a través del odio, el resentimiento, la apatía y la injusticia.