Instituido por las Naciones Unidas con la finalidad de reconocer y estimular su tenaz lucha y denodados esfuerzos por alcanzar el pleno reconocimiento a sus derechos y valores, la paridad de género y un trato igualitario, el 8 de marzo  se celebra el Día Internacional de la Mujer.

De reconocer que la mujer dominicana de hoy dista mucho del lugar que ocupaba en la sociedad un cuarto de siglo atrás, donde eran reducidas las oportunidades de estudio, y las de trabajo quedaban limitadas  fundamentalmente al oficio doméstico y áreas específicas como la  enfermería, el secretariado, peluqueras y manicuristas y empleadas de comercio, salvo las que descollaban en el arte, el deporte  y en relativa medida el magisterio.

A nuestros días  puede calificarse de impresionante  el avance registrado por las mujeres en nuestro país.  Hoy son muchas las que se desenvuelven  y destacan en las más diversas, complejas y sofisticadas carreras profesionales. Es notable y crece de continuo la cantidad de mujeres que ejercen como médicos, abogadas, periodistas, arquitectas, ingenieras, psicólogas, psiquiatras, odontólogas, contables, laboratoristas, empresarias, magistradas hasta nivel de la Suprema Corte y el Tribunal Constitucional, ejecutivas de compañías y profesoras universitarias.

La presencia de la mujer dominicana se ha dejado sentir en actividades que normalmente le estaban vedadas y que, por su naturaleza y riesgo, se consideraban de la exclusiva competencia de los hombres. Así, hoy tenemos mujeres desempeñándose en el ámbito militar y policial, donde han ido escalando por méritos y no por razón de género,  las más altas posiciones de mando. 

Si bien su participación en el escenario político todavía se ve sometido a muchas limitaciones, no es escasa la cantidad de las que han sido alcaldesas, regidoras, gobernadoras,  ministras, diputadas y senadoras, en tanto dos han ocupado la vicepresidencia de la República, y la que está en posesión y activo ejercicio del cargo disfruta de gran reconocimiento público y se le considera con potencial suficiente para ocupar la Primera Magistratura. 

Como prueba palpable del afán de superación y el cambio generacional de mentalidad que se ha ido registrando la mujer,   baste recordar que al presente más del  60 por ciento de los asientos en las aulas universitarias del país son ocupados por mujeres, y que en las más recientes graduaciones de profesionales su número supera con mucho al de los hombres. 

Es significativo, por tanto, el avance logrado.  Pero, es todavía, sin embargo, un buen trecho el que resta por recorrer para lograr la paridad de género a fin de que la mujer pueda ser reconocida en plenitud de sus derechos y valores en igualdad con los hombres.

Todavía es una injusta señal de discriminación, el solo hecho de que a tareas iguales y realizadas con la misma dedicación, en muchos casos con ventaja para la mujer, esta reciba una retribución inferior al hombre.  Como lo es también que en la ocupación de un plaza de trabajo o en la escala de promociones, sea igualmente relegada aún cuando sus conocimientos y méritos le otorguen ventaja.  O peor, cuando para acceder a un empleo o a una promoción, sea sometida a acoso y humillantes exigencias carnales.

Y cuenta más aún, la enfermiza práctica machista que la considera un objeto de su propiedad y la somete a todo género de menosprecios y abusos; los maltratos físicos, psicológicos y sexuales de que siguen siendo víctimas tantas mujeres y que con tanta frecuencia culminan con en los llamados feminicidios, donde registramos la más elevada tasa de toda la región.

Superar esta torcida cultura a la que se suma el alto índice de adolescentes embarazadas, fruto de la marginalidad, la crisis familiar, la paternidad y maternidad irresponsable y la falta de orientación  donde también ocupamos el poco envidiable puesto de cabecera entre los países caribeños, constituyen el trecho más prolongado y exigente que resta por atravesar a la mujer dominicana para alcanzar el sitial de respeto múltiple que merece como hija, novia, esposa y madre dadora de vida, pero además dotada de capacidad y sobradas condiciones  para desempeñar un papel estelar en el seno de la sociedad y en la construcción de un mejor país.

Una tarea que requerirá tiempo, esfuerzo y sacrificio y en cuyo empeño debe encontrar el más solidario respaldo de todo hombre que se precie y valore como tal, que al honrarla a ella se estará honrando a si mismo.