Escribir sobre la mujer es un ejercicio que, primero posee una riqueza infinita, diría yo, infinita y sacra. También es tema infinito en sí mismo porque es demasiado lo que hay que decir. Desde tiempos que ni recuerdo, ser mujer se ha convertido es un estado, una situación, una experiencia, un constructo, un proceso, un producto, una vaina y un joder constante. En mi país y en muchos otros de la región es todo un maldito reto.

Cuando los pechos de las niñas empiezan a crecer, ella, niña que aún no es mujer en el concepto social, ella, que es solo hembra por su género, pero todavía no es la hembra que la sociedad conforma, es solo una niña que empieza a experimentar el primero de los muchos cambios que vendrán, se asoma tristemente al sentimiento de vergüenza. ¡Pero vergüenza por qué! Sí, justo por eso, porque la niña está desarrollándose y la abuela o la tía le dice delante de cualquiera que esté presente que ya tiene unos manguitos en el pecho. Lo hace mientras se los toca, sin su permiso, claro. La niña no entiende nada y se encorva tratando de disimular la transformación que opera en su cuerpo, un territorio que es suyo aunque todavía no se entera de ello. Esta experiencia de burla sana, puede ser uno de los primeros actos de violencia sutil al territorio de la mujer. Una violación que se instala en su psique muy sutilmente, que termina siendo la base de la sumisión a la que más adelante podría ser sometida.

La vergüenza y la mujer son algo así como hermanas de crianza. Sus primeros encuentros tienen lugar en la niñez, cuando le dicen que no se siente de tal manera, que las niñas buenas no hacen esto o aquello, que cierre las piernitas, que se siente como señorita. La culpa es otra miembro de la familia en la psicología de la mujer.

Todo hecho que habita en la mente de un colectivo social se proyecta en la sociedad que habita.

La mujer y muchos hombres podrían ver situaciones de las que una gran cantidad de mujeres son víctimas como hechos aislados y asociarían su ocurrencia a eventos bien específicos y claros, sin que haya conexión entre uno y otro, sin embargo el germen de mucho de cuanto ocurre se halla en los primeros años de la niñez, tanto de hombres como mujeres. Sin la contención adecuada, muchos hechos originados en edades tempranas provocan efectos aleatorios que podrían sorprendernos. La madeja, pues, si se hala, llega bien lejos.

Otra experiencia de vergüenza, es la menarquia, o primera menstruación. La sacralización de la regla sigue siendo todo un tema en tiempos del teteo y se ha desvirtuado por completo. El misterio que rodea el ritual natural de mayor ocurrencia de toda la historia de la humanidad no solo pierde su naturalidad, también se censura y se romantiza. En los comerciales de TV la sangre es azul o rosada, nunca roja; todo es sonrisa y la mujer menstruante está sonriente y feliz mientras desliza su toalla sanitaria en el panti. Mientras, en un barrio cercano, una chica compra una toalla individual y el dependiente se la entrega en una funda oscura para disimular su contenido.

Más allá de los mitos que rodean la sangre de la mujer que menstrúa y que circula en nuestras comunidades menos avanzadas, la jovencita que empieza a menstruar no siempre es preparada para los cambios que supone este hecho. Todo gira en torno al dolor físico que pueda producirse, en los analgésicos más adecuados y el más útil de los consejos: “cuídate, porque ya te puedes preñar”. Excepto por los fabricantes de toallas sanitarias, parece que nadie quiere hablar del tema. No es de extrañar que en cuanto a los embarazos de niñas, la figura del hombre sea tema secundario, al extremo de que parece que ellas se embarazan solas.

Tener la menstruación puede ser una experiencia que defina la calidad de varios de tus días. Hay mujeres a las que nos les pasa absolutamente nada distinto a lo habitual, otras sufren bastante. Somos criaturas hormonales y esta verdad puede confirmarse en la perimenopausia y en la menopausia. En mi caso, mis compañeros de trabajo y mis jefes siempre sabían cuándo estaba “en mis días”. El dolor que viví desde mi Juventud primera tenía cotas imposibles de describir. Trabajar durante mi período me obligaba a tomar una cantidad grosera de analgésicos que terminaron provocándome gastritis medicamentosa. Entonces no sabía que padecía de un trastorno. Hoy sabemos que la dismenorrea es un problema de salud que provoca menstruaciones muy dolorosas y que debe ser atendido por un facultativo. También conocemos la endometriosis, considerada por la comunidad médica como el cáncer blanco por las consecuencias que puede provocar si no se atiende a tiempo. Estos males no son nuevos, nueva es la mirada y el abordaje de algo que por mucho tiempo fue considerado tabú, predisposición o exageración de la mujer.

Nuevamente el cuerpo de la mujer es relegado. Hemos estado solas en momentos de importante transformación física y mental. Personas amadas, padres, madres, esposos, parejas, no nos han tomado en serio o han menospreciado lo que hemos sentido. Eso no es gratuito, hay un precio que pagar por ello, y no solo lo paga la mujer. Todo hecho que habita en la mente de un colectivo social se proyecta en la sociedad que habita.

Actualmente tanto el cuerpo de la mujer y del hombre son objetivizados solo que ocurre en aspectos distintos en cada uno. En la mujer, su cuerpo es un producto, un recurso, y penosamente ni siquiera es de su propiedad en plenitud. ¿Qué tan difícil puede ser para la mujer advertir tal dinámica cuando ha aprendido a estar desconectada de sí misma y de su cuerpo desde la infancia?

De igual forma hombres y mujeres se creen con el derecho de decidir y opinar sobre qué debe hacer una mujer con su imagen, lo que porta, cómo viste, si decide tener hijos o no, si es célibe o si tiene parejas casuales. La propia mujer pende de la opinión de muchas de sus pares para una infinidad de cosas que solo le competen a ella. Lo cierto es que a la mujer la alejan de sí misma desde que nace y esa distancia es la génesis de tantas heridas como son posibles de crearse. Ella podrá estar muy convencida de que se pertenece, que es dueña de sus decisiones e incluso responsable de sus acciones y aun teniendo la respuesta a estas cuestiones frente a sus narices, no podría identificarlas.

La mujer como ser individual y grupal está herida, pero cuenta con la oportunidad de identificar el origen de esa herida. Lo más trascendental de esta mirada que ofrezco es que el retorno hacia ella misma es la cura necesaria para sanar, lo que redundará, sin duda, en la recuperación de la sociedad misma. Naturalmente, ese camino deben recorrerlo ambos, hombres y mujeres, he ahí otro quid del asunto.