La citogenética nos muestra que cada ser humano tiene 46 cromosomas, organizados en 23 pares, estos se encuentran en el núcleo de nuestras células y están formados por nuestro ADN (información genética) y un armazón proteico. La única diferencia genética que existe entre la mujer y el hombre es que los cromosomas sexuales de la mujer son XX y los del hombre XY.
Después de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, normalmente en las trompas de Falopio, se inicia el desarrollo embrionario continuando casi en su totalidad en el Útero. Durante las siete primeras semanas, el embrión humano luce idéntico sin importar que sea varón o hembra. Posteriormente se manifiestan los cambios masculinos en los embriones XY: crecimiento del clítoris (tubérculo genital) hasta convertirse en pene, fusión de la vagina (pliegues uretrales) que desaparece, crecimiento y ahuecamiento de los labios mayores (protuberancias genitales) para formar el escroto. Los testículos (que inicialmente están en la misma posición que los ovarios) descienden hasta colocarse en el escroto, localizándose más externamente por necesitar una temperatura más baja que los ovarios. En los hermafroditas, este proceso de diferenciación no se completa y permanece un humano indiferenciado sexualmente. Esta indiferenciación sexual es posible también verla en el campo psicológico, incluso con un desarrollo físico normal.
Posteriormente por efecto de las hormonas se acentúan más las diferencias de los sexos, especialmente durante la adolescencia, por lo que es más fácil confundir una niña con un niño, que una mujer con un hombre.
La sexualidad en el hombre y en la mujer es diferente. En la mayoría de las especies animales, el macho tiende a buscar a la hembra para perpetuar su descendencia y en algunos casos toma medidas para tratar de garantizar que la cría que vendrá sea realmente suya. El macho es poco selectivo, oportunista y es capaz de enfrentarse a muerte con otros machos por poder copular con la hembra. La hembra en cambio es selectiva, va a seleccionar al macho que haga el mejor aporte de genes (mejor futuro) para sus crías, ella decidirá cuál escoge, porque mientras el macho podría engendrar descendientes a diario (si encontrara parejas), la hembra de algunas especies (como la humana) normalmente sólo puede hacerlo una vez por año y sus vínculos con la cría son más estrechos. Estos instintos básicos ayudan a comprender mejor algunas conductas humanas tanto individuales como sociales.
En nuestra sociedad postmoderna en que la sexualidad es más libre, por los cambios culturales y por controles de la natalidad perfeccionados, la mujer ha visto la posibilidad de asemejar la sexualidad masculina de forma recreativa y superficial. Hay que señalar que cuando lo único que se oferta en la relación es la belleza, al envejecer podría dificultarse el encontrar el sentido de la existencia. En vista de lo largo del proceso de maduración de la cría humana, la mujer normalmente necesita relaciones más firmes con el hombre antes de procrear que le garanticen su apoyo, pero al no ser ese su interés, se ha sentido más libre para asumir la vida sexual de forma menos selectiva. Pero cuando algo se sale de control, sigue llevando las de perder. Por ejemplo, cuando aborta corre riesgos para su vida y tiene más posibilidad de desarrollar trastornos de estrés postraumáticos, a diferencia del varón que podría ni saber que había engendrado un niño en “aquella noche de locura”.
Por otro lado, cuando la mujer se vincula a un hombre peligroso (por ejemplo, un psicópata) talvez por no haberlo conocido bien, las posibilidades de salir lastimada e incluso muerta son mayores que en el hombre.
La mujer debe desarrollar su sexualidad y vivirla, pero no intentando imitar al hombre, porque incluso lo que pudiera ser gratificante para éste, para ella podría ser decepcionante.
En la Edad Media la fuerza física y la agresividad eran de suma importancia para posicionarse a nivel social, lo que favorecía evidentemente a los hombres, actualmente lo son la inteligencia y los conocimientos. La capacidad cognitiva de la mujer no tiene nada que envidiarle a la del hombre, por lo que hoy en día, la mujer puede presentar una capacidad productiva similar. Esto ha contribuido a que se reconozca su igualdad, aunque lamentablemente algunas culturas se muestran rezagadas en ese proceso, muchas veces por razones religiosas.
Es comprensible que la mujer crea que para superarse deberá imitar al hombre, pero es preciso reconocer que ante los retos principales que presenta la humanidad en este momento, es posible que el hombre tenga mayores limitaciones para asumir los cambios necesarios. Por lo que la meta de la mujer no debiera centrarse en replicar lo que hace el hombre.
La visión egoísta que ha prevalecido de ganar yo, superarte a ti, sin importarme el nosotros y venciéndolos a ellos, ya ha llegado a un callejón sin salida. Ahora es indispensable el “ganemos todos”. Debemos aprender a colaborar, a adaptarnos, a ceder cuando sea lo racional, a establecer empatía con nuestros compañeros de este viaje existencial, a privilegiar el bien de la colectividad sobre el individual y a mejorar la calidad de nuestra comunicación, seguramente la sensibilidad femenina bien podría hacer aportes cruciales en estos aspectos.
La mujer moderna sabe que no es inferior, aunque no todos los hombres han logrado aceptarlo. Obviamente debe reclamar sus derechos, pero su mejor opción no es el enfrentamiento, porque las hormonas masculinas no reaccionan bien a las confrontaciones. Desde una postura inteligente, firme sin ser agresiva y gradual, puede lograr más que si enfrenta directamente o acorrala al hombre, aunque jamás tolerando la violencia de género. Actualmente es más necesaria la habilidad femenina para la comunicación y la diplomacia, que la del hombre para el combate. No es menos hombre el que aprende a no agredir.