La gente se muere, no importa lo “poderosa” que sea o haya sido, se va de este plano… A pesar de esta certeza, seguimos en el afán constante y permanente de querer poseer y controlar. No importa si en el proceso dañamos y nos llevamos por delante sentimientos, emociones, personas, uniones, espacios… Parecería que hay una programación interna, que nos hace pensar que lo único importante son nuestros deseos. No me cabe duda de que hay que trabajar para romper este tipo de lógica de pensamiento, centrada en lo individual que hace tanto daño y construir desde los derechos personales una visión colectiva. Cuando se quiere satisfacer el ansia de grandeza se nos olvidala transitoriedad de la existencia.

Lamentablemente, por lo regular, las personas al adquirir dinero y poder, se comportan de forma insaciable, generan una gran necesidad de acumulación y mucho miedo a perder lo que tienen o a no conseguir más. Actuando desde ahí, no les importa dañar, sea al planeta, el país o a una persona en particular. Esto es una de las razones del porque la gente asesina, hace daño, se atrinchera, genera divisiones y se asume poseedora de “verdades absolutas”, aunque estas colidan con los derechos de las personas. Un perfecto ejemplo de esto, es como se ejecuta y se justifica cualquier acción, a fin de mantenerse en alguna posición; sea la de presidente de la República, aunque haya que pasarse por el c… la Constitución; sea la de conserje, si sentimos que nuestro empleo está amenazado y con ello la posibilidad de generar dinero para comer…

En esa vorágine, se nos olvida lo falible que es el ser humano, esa sentencia permanente de que nos vamos a morir y que estos cuerpos yacerán en la tumba fría. Cualquier enfermedad puede recordarnos lo absolutamente dependientes que podemos ser, y a pesar de eso continuamos actuando desde la prepotencia, desde la necesidad de sentir que podemos ejercer poder  expresado en riqueza, posesiones materiales y control.

Me pregunto qué pasaría si en lugar de medir el éxito por valores relacionados con el dinero y el “poder”, lo midiésemos en función de quienes usan su genio y la ciencia para que la humanidad sea más igualitaria y equitativa; entre quienes reparten alegría, amor, felicidad, respeto, paz, cariño, crean y contribuyen a un “mundo mejor”.

El  éxito de una persona debería medirse en  en función de quienes no se corrompen para mantenerse en una posición, de la humildad y la prudencia, porque esto haría que nadie se sienta insustituible o “predestinada” y no estimularía el avasallamiento. Quizás desde ahí, podríamos lograr hacer florecer la verdadera democracia. Quizás y sólo quizás, desde esa visión del existir alguien que ha sido presidente del país no estaría dispuesto “a todo” por volver a serlo; alguien que es presidente, no tendría la necesidad de romper todas las reglas en la búsqueda de quedarse en el cargo. Y nadie tendrá la tentación de pensar que los bienes públicos son su patrimonio particular.

La verdad que hoy solo quería recordar la transitoriedad del existir. Pero, no dejo de sorprenderme con el accionar de la política partidista y sus “líderes” y me pregunto como el poeta: “Que día vendrá, oculto en la esperanza, con su canasta llena de iras implacables y rostros contraídos y puños y puñales…”.