En días pasados, ví surgir un hermoso arcoíris -esbelto dentro de su curvatura- coronando el cielo capitalino. Con su valentía, pretendía protegernos de la inclemente lluvia. Algunas nubes le ocultaban y gallardamente volvía a desplegarnos el abanico de sus mágicos colores.
Con sigilo, sorprendiéndole, nubarrones grises y negros le rodearon, ¡tal cual la cobra asedia a sus indefensas presas! No valieron sus esfuerzos por sobrevivir. El arcoíris luchaba y languidecía…
Rodeado por la furia de los siniestros verdugos celestes, desapareció entre nubes claras!
Las estrellas – despavoridas y acobardadas – escondieron sus juegos, más aún, sus destellos, permitiéndoles así la implacable invasión del firmamento. Regresó la noche, testigo silente del exterminio cobarde, de aquel ingenuo y confiado, también fenómeno atmosférico.
Me entristeció el espectáculo, y sin pensar, pensé, cuán parecida a nuestras realidades resulta la agonía y muerte de aquel arcoíris, que ví languidecer entre las rejas de mi balcón.
Bruni, tantos diciembres y eneros; tantos Manolo, tantas "escarpadas montañas de Quisqueya"; tantos junios y Mayobanex; tantas luchas, tantas muertes, tantos que ya marcharon, quizás en el silencio de nubarrones grises e inclementes negras noches.
Y como ciclo natural, nueva vez, ¡volverán a surgir los arcoíris!, y la esperanza poblará los campos, en el vuelo irrefrenable de las mariposas!
Gian
"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"'
Filipenses 4.13