El pasado 25 de enero un conjunto de filósofos y literatos (Umberto Eco, Julia Kristeva, Bernard-Henri Levy, Salman Rushdie, Fernando Savater, Peter Schneider, entre otros) publicaron un manifiesto donde expresan su preocupación por el actual derrotero de Europa.
El manifiesto comienza con esta frase lapidaria: “Europa no está en crisis, está muriéndose”. El término Europa alude aquí a un proyecto de raíces culturales comunes, a una tradición de valores filosóficos y políticos, a un ideal comunitario, así como a la utopía civilizatoria y libertaria que ha sido un signo de Occidente, independientemente de las sangrientas fisuras y extravíos a lo largo de una historia de totalitarismos, fanatismos, explotación y violencia generalizada.
En el manifiesto, los autores señalan que este proyecto se deshace, teniendo como lugares emblemáticos de esta desarticulación social, política y cultural a Atenas y a Roma. Ambos escenarios son llamativos. Por un lado, Grecia, la cuna de la racionalidad occidental, donde emergió la polis (la ciudad-estado) como espacio público de discusión y de diálogo. Por el otro lado, Roma, cuna de un modelo jurídico que sentó bases para un ordenamiento social que trascendió los siglos. Ambas naciones, al borde del colapso, se encuentran envilecidas desde el punto de vista espiritual, arrinconadas desde el punto de vista económico y político.
Y más llamativo aún es su situación de desamparo. Debemos recordar como hace menos de un año se discutía la posibilidad de expulsar a Grecia de la Unión Europea. Si bien hoy no es un tema de la agenda política inmediata, lo cierto es que Grecia sobrevive en un ambiente de restricción, estigmatización y castigo por parte de países como Alemania, que luego de beneficiarse de la “burbuja de riqueza” de los países mediterráneos ahora los sermonea.
Es significativo que uno de los puntos de partida del manifiesto sea la alusión a las conferencias del filósofo alemán Edmund Husserl (1859-1938). Una de esas conferencias es “La filosofía en la crisis de la humanidad europea”, de 1935. La misma constituyó en su momento una especie de manifiesto del padre del enfoque fenomenológico. En dicha conferencia, Husserl señaló que Europa no era ya una yuxtaposición de naciones distintas que interactuaban mutuamente motivadas solo por el conflicto de intereses comerciales y políticos, sino también, una estructura supranacional de donde emergía un espíritu de criticidad libre y de nuevos e infinitos ideales provenientes de la filosofía y de las ciencias especializadas.
Este espíritu es el que se encuentra en crisis, porque hoy Europa es menos una estructura espiritual común que una débil asociación de naciones cuya principal finalidad es satisfacer los intereses de emporios económicos, aún a costa de sacrificar el legado cultural que la ha hecho uno de los núcleos de la civilización occidental.
Una vez socavada esta estructura espiritual, viejos fantasmas aparentemente superados reaparecen para incordiar el futuro: El nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el populismo y el autoritarismo. Todos ellos generadores de violencia y de barbarie.
El manifiesto subraya la necesidad de defender el federalismo como proyecto político ante el naciente espíritu de división y aislamiento que se consolida desde los centros de decisión política del continente.
El escrito sentencia la posibilidad de un retorno europeo a la barbarie. Puede parecer apocalíptico o exagerado. En muchas ocasiones, la creencia metafísica de que la historia es un proceso lineal nos hace pensar que situaciones experimentadas en el pasado son irrepetibles, que una vez superado un régimen totalitario, una fuerza xenófoba o una situación de caos, hemos logrado una conquista irreversible.
Sin embargo, no existen leyes en la historia, el azar, las contingencias y los fenómenos indeterminados constituyen parte de la tela con la que se teje el entramado de los hechos históricos. No existen fases o períodos históricos superados definitivamente, teleologías o síntesis dialécticas. La historia no es un círculo repetitivo de procesos y acciones, pero tampoco es una línea recta hacia la realización de un fin.
Esta lección filosófica es importante recordarla y está implícita en el manifiesto. Europa, como ideal comunitario, no es una conquista irreversible. Es un proyecto, como tal: destructible, revocable, defendible y por supuesto, alcanzable.