En vida Carlos Gómez Ruiz fue identificado corrientemente como “Carlitos” y/o como “El Bebé Holandés”, porque hablaba español con el típico acento de los holandeses de su natal Aruba, antigua posesión holandesa, y porque, según sus apodadores, se parecía a la imagen de un bebé holandés que promocionaba una marca de leche en polvo holandesa que era muy popular aquí. En el primer mes de su muerte se le llamó “El Guardia Muerto” y el doctor Peña Gómez lo llamaba en sus recuentos sobre los preparativos y el estallido de la revolución de abril como “El Benjamín de la Revolución”.
A la cabeza de un Comando Civil Constitucionalistas cuyos integrantes vestidos de militar, armados de ametralladoras, ocupaban dos Jeep Land Rover fue de los que se presentaron a la televisora oficial a respaldar a los militares constitucionalistas que la habían ocupado el mismo 24 de abril.
Luego de operar con éxito en varios puntos del antiguo Distrito Nacional, Gómez Ruíz entró en pánico la noche del 26 de abril al darse cuenta que el José Francisco Peña Gómez, otros altos dirigentes políticos y altos oficiales constitucionalistas se habían asilado en diferentes embajadas convencidos de que la causa constitucionalista había fracasado.
Su primo, mi amigo, Luis Ruiz Moreno siempre recuerda que esa noche Gómez Ruiz le voceó desde el Land Rover que ocupaba:
-¡Dile a mamá que me asilé!
Freddy Elías Sigarán habría de recordar 40 años después en conversación conmigo:
-Nos sentíamos suspendidos en el aire, a punto de caer, cuando nos negaron el asilo en varias embajadas.
Finalmente los acogieron en la de Nicaragua, pero antes del amanecer concluyeron que mejor era correr el riesgo de morir aquí combatiendo en condiciones desventajosas que caer en las garras del tirano Anastasio Somoza. Salieron y contactaron a Mejía Pichirilo y se incorporaron a las acciones armadas que este ejecutaba en apoyo de la revolución mientras se combatía duro en los alrededores del puente Duarte.
Estando el miércoles 28 en las inmediaciones del parque Independencia se enteraron de que tropas de San Cristóbal del general Salvador Montás Guerrero habían ocupado el desolado Palacio Nacional sin disparar un tiro. Gómez Ruiz se propuso atacarlos para que quedaran encajonados allí y no se atrevieran a avanzar hacia el puente y atacar por la retaguardia a los constitucionalistas.
A las 9:30 de la mañana, bajo los rayos acariciantes de un sol mandarina, avanzaron cuesta arriba por la 30 de marzo, protegidos por un tanque de guerra. Gómez Ruiz y su comando se guarecieron en el lateral derecho del tanque. La parte Este del garaje del Palacio quedaba a la izquierda. Donde la 30 de marzo se empina de más en más, al rebasar el garaje del palacio el tanque perdió fuerza y velocidad.
El conductor del tanque no tenía experiencia. Al estallar la revolución era chofer de una guagua del Colegio La Salle, y por eso lo escogieron para conducirlo. El inexperto tanquista pisó hondo el acelerador y el tanque avanzó rápidamente dejando al grupo al descubierto y entonces se escuchó el tableteo gríseo de una ametralladora 30. Gómez Ruiz fue sacudido violentamente por ocho disparos, dio una vuelta en el aire y cayó boca abajo. Otros dos resultaron heridos pero lograron escapar del lugar por la calle Trinitaria de San Carlos.
-Lo que más recuerdo de aquella mañana trágica es un sol hermoso que me daba en la cara- diría en 2005 Fredy Elías Sigarán, quien sobrevivió milagrosamente a tres heridas de balas.
Allí quedó por un mes Gómez Ruiz, con ropa militar de campaña, su fusil ametralladora M1 a su lado. Mientras estuvo allí la gente se refería a él como “El Guardia Muerto”.