En el liceo del Pedernales de la frontera dominico-haitiana, años setenta, había profesores con habilidades naturales para las matemáticas, “fuera de liga”. ¿Quién no recuerda a Epifanio Reyes (Fano), Rafael Berroa, Teudis Pérez, Enrique y Mello Pérez? No eran titulados universitarios aún, pero pocos de ayer y hoy le han superado. Manejaban al dedillo la Física, Matemáticas, Trigonometría, Álgebra de Baldor, Geometría. Y eran “hijos de Machepa”, egresados de la escuela pública Hernando Gorjón y luego del mismo Liceo Pedernales.

Isanny Tejada Guzmán, una muchacha de  Guaricano, sector de Santo Domingo Norte agobiado por las necesidades de servicios y por el desempleo, me los ha traído a la memoria. 16 años, hija de Ismael García, chófer de carro del transporte público, y de Ambelisa Guzmán, ama de casa, la estudiante de quinto de secundaria acaba de ganar la primera medalla para República Dominicana en la XX Olimpíadas de Matemáticas de Centroamérica y el Caribe, celebradas el 22 de junio de 2018 en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin, de La Habana, Cuba, con el auspicio de la Organización Iberoamericana para la Educación,  la Ciencia y la Cultura.

Ella es la menor de un trío de hermanas. Las dos mayores, estudian. Una, Ingeniería de Sofware, y la otra, Medicina. Ella habla correctamente, con una calma envidiable. “Me preocupa la falta de interés de la juventud, y para cambiar hay que hacer un esfuerzo. Le agradezco todo a la educación de mi madre y mi padre”, ha comentado a Geomar García y José Francisco Arias, en el televisual A Diario.

Ysanny es un ejemplo de que,  aun con la sociedad en contra, se puede. Y que los muchos brillantes no son exclusividad de parcelas millonarias.

Aquí, desde los medios de persuasión del poder, se ha construido un patrón tan falso como grotesco sobre la juventud y lo público.

De ella se cantaletea lo peor: que está perdida, dicen. Pero demasiado buena es si resulta patético el espejo al que le obligan a mirarse desde del amanecer. Lo público es presentado como la máxima expresión de ineficiencia, ineficacia y de la corrupción. Tanto que, con solo expresar la condición de empleado estatal, le gritan ladrón    

Desde esa perspectiva, basta ser joven para ser malo; y basta ser empleado público para no servir y ganarse la etiqueta de corrupto. La calidad y la honradez viven del otro lado, nos inoculan implícitamente.   

Cada minuto de cada día de cada año visibilizan, sin embargo, como modelo a seguir al reguetonero o rapero o merenguero urbano con sus letras de incitación a la violencia, el desenfreno sexual, el maltrato a la mujer, al consumo de drogas.

Cada minuto de cada día de cada año  sobre-exponen, como si fuese una película culebrón, al joven transgresor de la ley, la buena vida y los millones del narcotraficante, la niña o la anciana violada, los cuerpos despedazados a machetazos y cuchilladas, los enfrentamientos a tiros o a puñaladas mientras corre la sangre; los éxitos de las mujeres “vivas”, amantes del menor esfuerzo, y del empresario o político corrupto como referente de honor y prestigio… 

Los buenos y sus buenas acciones son como “muela de garza” en los instrumentos de información. De vez en cuando los exhiben, pero con sensacionalismo extremo, como algo raro. Ysanny es una muestra. Su mérito, indiscutible y aplaudible. Cierto. Pero, ¿cayó del cielo de sopetón o es el producto de una construcción? ¿No hay muchas Ysanny con valores, hijas de familias valientes excluidas del bienestar?

Ni cayó del cielo, ni ella es la única. Ni lo público es sinónimo de corrupto, como el ser pobre no típica a nadie como estúpido ni como delincuente. Solo la universidad estatal tiene en sus aulas cerca de 200 mil jóvenes. Las escuelas y liceos de todo el país están “full” de estudiantes. ¿Son tarados? ¿No aparecerán unos cuantos brillantes? ¿Por qué no descubrir los talentos y visibilizarlos para quitar protagonismo mediático a los delincuentes?

No hay que esperar a que alguna Ysanny o Pedro gane una olimpíada de Matemáticas para darle dos minutos de fama. Cada quien debe de cumplir con su rol en la sociedad. Y por ahí, muchos medios y periodistas cojean.