Las movilizaciones ciudadanas, por sí mismas, no perduran en el tiempo por su naturaleza coyuntural. Son, generalmente, eventos que expresan malestares sociales acumulados que, ante uno o varios hechos concretos, encuentran su detonante. Detrás de éstas hay, pues, una respuesta de los ciudadanos frente a las clases dirigentes y élites en general. En estos tiempos de redes sociales, esos malestares se difunden con rapidez lo que permite articulaciones que sobrepasan la capacidad de respuesta de los sectores dominantes. Es decir, las movilizaciones son importantes, tienen un enorme potencial de transformación y de provocar pasos adelante, pero, ante la evidencia de la historia reciente, donde grandes movilizaciones populares no lograron acarrear avances en varios países, es menester tomarlas con cautela. Hagamos eso con nuestro caso en República Dominicana.

En cuanto a movilizaciones, la clave está en que tengan una traducción política que es lo que, finalmente, produce los cambios estructurales que, de manera implícita o explícita, solicitan las masas en las calles. Las élites dirigentes enquistadas en el Estado, que saben manejar los resortes del poder y disponen de grandes recursos, gozan de muchas ventajas a la hora de maniobrar frente al pueblo movilizado. Un pueblo que, en la medida de que se movilice sin direccionalidad clara ni horizontes bien definidos, puede ser, muchas veces, fácilmente desmovilizado mediante múltiples estrategias que se trazan desde el poder estatal. Las movilizaciones toman tiempo en madurar políticamente, esto es, en definir y proyectar hacia dónde ir y cómo incidir concretamente en el sistema político. Sin esa maduración no pueden tener traducción política, y sin esto último, su capacidad de disputar poder real es mínima. Más aún en estos tiempos determinados por la lógica de los efectos de verdad, donde las cosas cambian rápidamente y lo que hoy es “importante” es sustituido por otras “prioridades” en poco tiempo. Porque no es cuestión de la verdad en sí sino de su efecto. Es decir, importa aquello que se mediatiza, no su contenido o veracidad en sí mismo. Con los recursos que dispone el poder estatal para instalar narrativas, sobre todo en sociedades mediatizadas, despolitizadas y de bajo nivel de criticidad como la nuestra, esto es determinante.

El pedido que se ha hecho, por parte de las voces más mediáticamente visibles de las movilizaciones frente a la Junta Central Electoral, de que no haya partidos ni políticos profesionales en la misma en principio está bien. Es normal que se pida eso debido a la lógica sobre la que gravitan estas movilizaciones que son espontáneas, autoconvocadas y encabezadas por jóvenes ajenos al partidismo tradicional (o por lo menos críticos del mismo).

Pero sí deben preocupar ciertos llamados a la despolitización de algunos convocantes. Colocando la cuestión en una lógica de "buenos y malos", según la cual, por un lado, hay un "pueblo noble" movilizado, y del otro, están "los malos" que serían los partidos y políticos. La experiencia incluso empírica reciente en la política mundial, demuestra que esos llamados son muy peligrosos por el sentido común que instauran en la mente de la gente. Un sentido común que termina despolitizando y vaciando de contenido procesos que en sí mismos son políticos. La política está en todo lo que hacemos en la sociedad desde comprar algo hasta nuestras preferencias de cualquier tipo, pues ello es orientado por decisiones. Y las decisiones dentro de lo social tienen que ver con consensos; los cuales, a su vez, se definen en el marco de relaciones de poder entre actores sociales. Es decir, se determinan mediante la política.

Vivir en colectivo, donde lo que haces tiene que ver con leyes y normas que demarcan lo permitido y lo prohibido, es política. Porque hubo una decisión, un consenso, entre actores sociales para definir aquello. Entonces, la movilización siempre es política. Lo que sí debe ser es no partidista para que sea realmente un proceso de cuestionamiento al sistema; siendo que los partidos son los máximos representantes, y garantes, del sistema. Y políticos hay y habrá siempre porque todos los que vivimos en sociedad somos entes políticos. Lo que no debe haber es políticos profesionales partidistas. Puesto que ello sería entrar en la contradicción de cuestionar al sistema con o mediante representantes del mismo. Algo contradictorio y tramposo que no lleva a ninguna parte.

Y finalmente, volviendo a lo que dijimos al principio, la clave de esta movilización será que tenga una traducción política que le permita superar la coyuntura e incidir estructuralmente. Para eso, como señalamos en varios artículos que hicimos reflexionando sobre la Marcha Verde, tendrá que necesariamente tener una repercusión electoral. De lo contrario, el régimen político existente, ese que tanto criticamos y rechazamos, seguirá igual pues sus representantes formales y legales, es decir los partidos y políticos, seguirán siendo los mismos. Y, por tanto, continuarán tomando las mismas decisiones y llevando a cabo las mismas prácticas corruptas y antipueblo.

El 15M español tuvo trascendencia al largo plazo porque se tradujo políticamente en la creación de PODEMOS, y otros partidos de ruptura que acabaron con el bipartidismo español que era el sistema contra el cual marchó la gente ese día. En nuestro país esta movilización deberá derivar en algo parecido. Esto es, en instrumentos políticos concretos que pueden disputar espacios de poder y el control del Estado a las élites dirigentes actuales. Que, asimismo, puedan deconstruir las narrativas que los poderosos de la política, y de sectores empresariales, instalan en la sociedad. Lo cual define las mentalidades y el sentido común a partir del que la gente decide y ve las cosas. Tiene que convertirse en una fuerza nueva que dispute esos imaginarios; creando otros nuevos para que la gente, a su vez, pueda ver nuevos horizontes. Porque la lucha de fondo, tiene mucho que ver con quiénes definimos esos horizontes de sentido en los que se inscribe la gente: eso que se convierte en normalidad. Hasta ahora, la normalidad imperante, esa que repiten día y noche en medios y redes las voces del viejo régimen, es la que definieron los de arriba.

Así las cosas, se requiere mayor madurez política y visión estratégica de los sectores más politizados y organizados que están en la movilización. No todo se debe dejar en manos del "pueblo noble". Eso es infantilismo maniqueo. Tiene que haber algún tipo de direccionalidad. Porque el poder se disputa construyendo estructuras de poder. Y el poder no es malo ni bueno. Es un instrumento. Que, en nuestro caso, queremos usar para transformar para bien la sociedad y acabar con todas las desigualdades, injusticas, excesos y mediocridades que nos imponen los todavía dueños del país.