Kant nos falló… La criticidad asumida por el idealista Königsberguense en contra de la moral dominante de la época, no fue más que la inseminación de moralina disfrazada de una supuesta ética universal o imperativo categórico cuya insostenibilidad es manifiesta en la actualidad. No hay nada absolutamente bondadoso, sino interpretaciones basadas en subjetividades de lo que consideramos correcto.
Nietzsche lo advirtió… moral sin moralina, sostenía el pensador alemán, como remedio natural para derrotar las falsas verdades que se construían y con el pasar de los años y auxilio del poder se institucionalizaban y desplazaban cualquier desafío intentado desde la razón.
La decadencia del debate, en sentido general, se debe precisamente a ese contagioso pathos kantiano que permite exhibirnos como transmisores del bien universal para desmontar las proposiciones de los demás que, automáticamente son excluidas de ser ponderadas pues rivalizan el mensaje del que se dice ser portador único de la verdad.
La moralidad débil o aupada con moralina es un mal que nos invade silente y a la vez ruidosamente -para muestra un botón- el debate político en los últimos meses se ha circunscrito ha inculpar al adversario de farsas que, poco o nada, ayudan a la mejoría nacional, sin embargo, han sido poco los contrincantes que se han dignado hasta la fecha a presentar una propuesta política hacia el electorado.
Si creemos en la igualdad y, nos creemos genuinamente demócratas, empecemos a practicar la deliberación del pensamiento desterrando la ideología de que nuestro discurso es el único con validez por consagración de nuestro imaginario, ya que los argumentos construidos en base al convencimiento del deber ser, sin respaldo de razonamiento lógico alguno, no son más que aspiraciones autoritarias derivadas de la moralina que nos rodea.