Cuando hago uso de mi juicio crítico aprendo mucho, pero cuando decido aceptarlo todo y no negar la realidad imperante, puedo comprender aún mejor y aplicar una visión de conjunto, que me permita ver un poco más allá de lo que los límites de mi juicio crítico me plantea. ¿Pueden las sociedades vivir sin un código moral consensuado que configure una conciencia moral en relativa armonía, a pesar de las diferencias individuales? Es dudoso que así sea y que producto de ello, los resultados no se hagan esperar en detrimento de otros aspectos vitales, como de la salud psíquica e incluso biológica del individuo.

Y veamos de que hablo. En el mundo occidental existen dos posturas en confrontación acerca de cómo estructurar los valores en sociedad y la economía, unos apegados al orden social espontáneo y otros en el constructivismo. Los primeros entienden que los valores que ha adquirido el individuo y por los cuales se rige en una sociedad civilizada, son producto de la negación e incluso supresión de instintos primitivos procedentes de un orden tribal de marcada dependencia, que los llevaba a emplear una distribución de los recursos disponibles para sobrevivir, basada en una moral instintiva que configuró unos principios y valores que entienden que unos están más calificados –ya sea por fuerza o tradición, cuando del chamán se trataba– para distribuir equitativamente los recursos y ordenar la sociedad de acuerdo a valores que reposan en el “mérito”. Los segundos en una postura diametralmente opuesta, entienden que la sobre estimación del raciocinio del hombre, puede llevar a un control excesivo y al totalitarismo que finalmente termina por escasear los recursos en su afán de distribución, para esta corriente no es admisible la idea de que el individuo creó sus instituciones y las normas por las cual se rige hoy, para esta corriente, estas instituciones y normas son producto de la acción humana, pero no del diseño humano.

Para entender este planteamiento podemos emplear un ejemplo; si nosotros nos disponemos siendo realistas a retroceder en el tiempo, nos percataremos que las nuevas formas de organización que fuimos adquiriendo fue producto o de disensión o consenso entre las partes, más no de un diseño inteligente de un Dios o un individuo iluminado, aunque en cada civilización hayan existido chamanes, gurús, jerarcas y caciques, etc., por lo que debemos coincidir en el hecho de que ciertamente estas organizaciones sociales y las normas surgidas y evolucionadas hasta llegar al día hoy, han sido producto de nuestros actos, actos que bien pudieron haber sido consensuados o impuestos por la fuerza de quienes a su vez entenderían era lo factible en su momento, así fuera de manera instintiva y empírica, aunque no así lo ideal. Porque siendo realistas también, debemos admitir que, una vez asimilado este orden, normas y modos de organizarnos, con ellos también nosotros vamos adquiriendo capacidades intelectivas, es decir, una manera cada vez más compleja y meticulosa de entender qué funciona en sociedad y por qué funciona, por lo que, tanto desdeñar la capacidad intelectiva del individuo como sobreestimarla, nos lleva a un punto peligroso, porque en ambos casos se le anula o minimiza el valor al mismo de su capacidad de agencia.

Entonces me permito establecer ahora como uno y otro entienden la moral de acuerdo al tipo de sociedad que impera, para que entendamos cómo en ambas perspectivas se puede extraer el aprendizaje más valioso. Los constructivistas con una fuerte influencia del racionalismo cartesiano entienden que; no se puede aceptar nada que no sea racionalmente demostrado y piensan que solo puede funcionar lo que es planeado deliberadamente, esta corriente supone, porque recordemos que partimos siempre de una duda razonable, entonces planteamos hipótesis y proponemos posturas y fórmulas, probamos o experimentamos para dar finalmente con un método de la índole que sea, pero, ¿ podemos organizar así una sociedad y  su consumo?, es decir, ¿el estilo de vida de millones de individuos?, rápidamente siendo conscientes de los límites de la mente humana concluimos que no, y que de hacerlo los resultados serían deficientes o contraproducentes, en fin, esta corriente supone que el hombre ha creado sus instituciones y su civilización, es decir, la ha diseñado inteligentemente y que por lo tanto la puede alterar a voluntad, entonces si se puede explicar por medio de razonamientos es un conocimiento válido y legítimo por el cual se puede estructurar todo lo que pueda conocerse, incluso la sociedad.

Sin embargo, para los pertenecientes a la corriente del orden social espontáneo, es diametralmente opuesto, la conclusión de esta corriente es que el contraste existente entre la sociedad primitiva (orden tribal) y la sociedad civilizada (orden extenso), más aún la basada en un intercambio económico entre extraños, como es la sociedad moderna y urbana, lo que la convierte en un fenómeno relativamente más nuevo todavía, no ha sido producto de reflejar nuestros instintos morales primitivos, sino más bien negando y suprimiendo estos. Es decir, el establecimiento de la Gran Sociedad ha implicado una batalla constante entre la instintiva moral primitiva y la moral adquirida, ha sido yendo en contra de sus instintos básicos que el hombre moderno se ha civilizado. Por otro lado plantean que, las normas de conducta que surgieron una vez existe este nuevo orden, no fueron planeadas deliberadamente, sino que surgieron espontáneamente, y quienes las adoptaban prosperaban y se multiplicaban más que los otros. Siempre y cuando estas normas fueran acatadas y respetadas, estas sociedades prosperaban y superaban a las otras y la implicación más importante de esto es que, los integrantes de estas sociedades no necesariamente entendían ni pasaron por el cedazo intelectual dichas normas, solo las acataron y respetaron.

Por lo que esta corriente es clara al asegurar que, si se quieren obtener los resultados  del modelo de la sociedad exitosa se debe incorporar a sus tradiciones, las normas conducentes al orden extenso y que el proceso evolutivo finalmente determinará con ello en su ejecución, cuáles serán las sociedades seleccionadas, precisamente por preservar las tradiciones más eficientes.

Por tradiciones eficientes invitó a que nos quedemos en su aspecto básico de formas, es decir, de ver solo los rituales que caracterizan a cada sociedad, sino las normas en todo su conjunto que han hecho que configuremos tradiciones y prácticas culturales, dígase marco político, religioso, económico, de justicia y sociedad. Es por ello que la nuestra y las sociedades latinoamericanas configuran sociedades deficientes, porque se resisten permanentemente al establecimiento de las normas que han hecho prosperar a las sociedades eficientes, por el contrario, bajo una visión cortoplacista de planes e intereses personales, han surgido normas y costumbres que lejos de indicar prosperidad y desarrollo han favorecido al mantenimiento de un ordenamiento que favorece una cultura autoritaria e improductiva que guarda afinidad con la descomposición social actual, por el afán de ver formas y de apegarse a experiencia ajenas en sus aspectos formales, creyendo erróneamente que ahí yace la fórmula para el enriquecimiento y el desarrollo, por lo que, se ha orientado a la sociedad a ver El Progreso en función de los bienes ostensibles, no importa a costa de qué manera, sea esta licita o ilícita.

Y no a observar y con juicio crítico entender que no fue producto de esas normas impuestas por burócratas y legisladores que el desarrollo y la prosperidad sobreviene, sino por la aceptación, el respeto y el consenso de valores que configuran redes de confianza, cooperación y libertad de que los actores tomen decisiones y actúen de acuerdo a sus propios intereses y objetivos. De hecho, ha sido así que los políticos corruptos y narcotraficantes, se han enriquecido, valiéndose de su capacidad de agencia y en franco irrespeto de las normas que los políticos imponen y que no acatan, para operar a la sombras sin regulaciones ni ningún tipo de límites para con los demás, lo que como resultado ha degenerado en una sociedad altamente improductiva y con unos niveles de desigualdad estructural que solo África puede superar.

La narco-economía actual que fomenta y subvenciona todo tipo de vicios y bajos instintos, la dependencia estatal de la sociedad, la descomposición social y el individuo carente de sentido, destruido en su interior, sin plataforma ni valores que generen una confianza en él como fuerza socializadora, dando paso al vacío de significación como diría Braudrillard, que le impide comprender la realidad compartida, mantenido a ese individuo allí en su Isleta mental, ensimismado y sensible al griterío virtual ante cualquier nimiedad y la instrumentalización de las relaciones humanas como alternativas para sobrevivir, si ha sido producto del constructivismo como corriente del pensamiento para intervenir la sociedad con fines de control e instrucción, indica que falla estrepitosamente quien intenta modelar y dirigir la economía y la vida en sociedad de la gente, pero si es producto del orden social espontáneo y nadie lo planificó, sino que producto de quienes somos, esto es, lo que ha surgido y en base a esto es que hemos articulado semejante  intento deficiente de sociedad, estaremos destinados a ser absorbidos como lo son todas las sociedades dependientes y deficientes, por inercia.

 

Hasta aquí todo puede parecer un desahogo pesimista por mi parte, sin embargo, solo es una pequeña muestra de los resultados que generan los individuos cuando no son capaces de reconocer su poder personal y social, peor aún su capacidad de agencia para tomar decisiones en su propio provecho y su capacidad para crear vínculos y redes de confianza, factores sin los cuales la prosperidad ni el desarrollo serán posibles. Las sociedades exitosas han alcanzado el éxito porque los individuos que la conforman actúan no como agentes pasivos que acatan el ordenamiento social previo sin cuestionarlo, sino porque a partir de lo que tienen, cuestionan y entienden que nadie podrá construirles una vida en sociedad, realizarle sus sueños, ni generar las condiciones que ellos desean para sí mismos, mejor que lo que estén dispuestos hacer por ellos mismos, son agentes activos de su propio cambio, no están esperando el “cambio”.