Desde los tiempos inaugurales de la sociedad burguesa, la nueva clase social se propuso superar las limitaciones que habían acompañado los siglos obscuros de la Edad Media y el modelo estancado de desarrollo del feudalismo.
Este reto acompañó a la burguesía como la emergente clase económica que se empoderó por igual de la ciencia, la tecnología y revolucionario ímpetu de las construcciones de infraestructura para abrir los caminos del progreso y el desarrollo. La Ilustración se hizo acompañar de lo mejor del pensamiento: René Descartes, Blaise Pascal, Baruch Spinoza, Francis Bacon, John Locke, David Hume, Montesquieu, Voltaire, J.J. Rousseau, Diderot, Ortega y Gasset, entre otros.
Necesitaba esta iniciativa de un fundamento teórico que a la vez fuera un sueño social que contagiara los pueblos y los comprometiera en el alcance de metas y propósitos. Es cuando aparece el paradigma de la Modernidad, que se hizo acompañar de postulados teórico-filosóficos que sellaron un proyecto social de vanguardia en su momento.
El papel del Estado, el rol del mercado en una sociedad que hizo de la mercancía un fetiche como le llamara Carlos Marx y por supuesto, un reconocimiento de la ciencia, la tecnología y el pensamiento en sus teorías sobre sociedad y ser humano, fueron suficiente en su fase inicial para envolver toda una maraña de sectores, propuestas, enfoques y metodologías que, acompañados del discurso modernistas, relanzan las sociedades, recomponen la madeja social, reformulan los nortes y prioridades sociales y económicas, y se lanzan en la búsqueda de una prosperidad prometida como utopía.
El capital se hace primordial en esta nueva experiencia y por tanto, comienza a definir las prioridades a las que finalmente les sirvieron la ciencia y el pensamiento. Ese capital focalizó parte del esfuerzo en obras de infraestructura, muchas de relumbrón y otras necesarias, para redefinir desde las mismas, los ejes del dinamismo social.
Ciencia, tecnología, obras infraestructurales y cambios en el sistema funcional de las instituciones sociales, sobre todo las de naturaleza pública, se embarcan en la nueva aventura. Con el tiempo el capital fue ganando espacio en el nuevo modelo societal y terminó imponiéndose en la definición del norte que orientaría el rumbo del desarrollo.
Puso el capital a sus pies: la tecnología, la ciencia y las ideas. Esto ha complicado la oferta modernista, pues el conocimiento se condicionó a los intereses del capital. Desde un primer momento se ha considerado, por ejemplo que la modernidad o modernización son las obras de infraestructura, cambios institucionales, obras viales, avances tecnológicos e innovaciones de la ciencia; no obstante, el impacto en el bienestar de la gente no se mide con el mismo interés, pues se relaciona en función del poder adquisitivo que el capital permite adquirir o disfrutar.
Sin embargo, el relumbrón de la obra se cacarea como éxito de la modernidad sin detenernos a pensar de qué manera mejora a los ciudadanos. Se valora más su visualidad como parte de un cambio impresionista en las formas de vida, no necesariamente de mentalidad.
Esta dicotomía entre visualidad impresionista de la modernidad y transformación en las formas de mentalidad de los pueblos que asumen estos cambios y modifican sus referentes mentales y cambia su estilo y calidad de vida son los componentes básicos del paradigma modernista. De lo que se trata es de cómo la clase políticamente tradicionalmente ha confundido, por conveniencia, la intención original de la modernidad en detrimento de quienes, bajo este modelo han quedado fuera del desarrollo, sus beneficios, y son usados como instrumentos de reproducción de este modelo, como peones.
Un puente, una carretera, un gran edificio, la mecanización o informatización de un sistema burocrático o industrial, son resultados de la modernidad indudablemente. Pero la modernidad es también un paradigma, que va más allá de una obra física que es impresionista. Hoy desvanecida la modernidad por su entrampamiento en las patas de los caballos del capital, es factor de crítica. Si bien hemos logrado grandes avances técnicos y científicos a diferencia de la Edad Media, pero dejar fuera más de las dos tercera parte de la población del mundo del modelo desarrollista que se pensó originalmente, es incorrecto.
El racionalismo condenó al fracaso la modernidad y muchas de sus importantes ideas y pensadores que se enmarcaron en ella, como el positivismo, el marxismo, el funcionalismo y otras ideas, como el propio liberalismo en el mundo económico, todas ellas abrazan la modernidad sin comedimiento, y pusieron las ideas, tal vez convencidos y considerándola el mejor de los caminos, no lo dudo, pero al finalizar el siglo XX, todo comenzó a resquebrajarse.
Hoy la modernidad es muchas cosas buenas y malas. Sin las pausas de la reflexión, sin el humanismo ya advertido, sin los parámetros requeridos para evitar los desborde. La modernidad es más que tecnología e infraestructura; además es avance de la humanidad en los órdenes interiores de su existencia, en la garantía de su seguridad, en el ordenamiento social, en la preocupación por los focos de atención de sectores y regiones empobrecidas, que también debe asumirlo la modernidad.
La modernidad no fue un proyecto excluyente del resto del mundo, aunque surgió en Europa, era parte de una visión complementaria del mundo, la globalización como propuesta es su mejor presentación, sin ordenamiento social, redefinición del papel del estado, un estado de derecho incuestionable y el refreno de la acumulación desmedida del capital, en lo que el Papa Juan Pablo II, llamara, capitalismo salvaje, no es posible alcanzar los retos modernistas.
Pensar es de sabio, el mundo, sus pensadores, líderes, protagonistas y figuras representativas deben aportar a la reflexión y la necesidad de hacer un alto en el camino para redefinir y relanzar las ideas y modelos de desarrollo que garantice mayor espectro de beneficiarios, aunque implique una reingeniería del postulado modernista, o la construcción en el imaginario social, de un nuevo paradigma…porque lo que nos espera es temerariamente riesgoso.