Me ha resultado interesante, siguiendo el comentario crítico a la ética del posdesarrollo de Pablo Mella, la caracterización de la modernidad y su efecto más imperecedero: la colonialidad. Regularmente hemos asociado la modernidad con el siglo de las luces (s. XVIII) y su afán de encaminar la historia de la humanidad por las sendas del desarrollo que traería la razón universal. Emmanuel Kant nos habló de esta mayoría de edad, de este saber que se erige en norma absoluta de lo que es el hombre y que serviría de baremo para las demás civilizaciones de modo tal que el proyecto ilustrado de desarrollo debía constituirse en el sueño anhelado de cualquier estado-nación.

Desde una perspectiva latinoamericana la modernidad se retrotrae al descubrimiento del “nuevo mundo” y nos construyó bajo el estatus de colonia. La relación modernidad y colonialidad en tanto que dominio y conquista del otro es muy estrecha. Por ello la caracterización de la modernidad-colonialidad como proyecto occidental en que se expande y se erige en universal un modo de ser: la del hombre occidental.

La modernidad es la época de los grandes relatos, de la conciencia histórica que nos propone un final feliz para la humanidad si nos dejamos guiar por la luz de la razón. La idea de progreso es la ideología que coloca como norte el desarrollo de los pueblos. La mirada optimista sobre el futuro estaba en la explotación eficiente de las riquezas de las naciones. El mundo es desencantado por la voluntad de saber. La racionalidad moderna es instrumental e instrumentalizadora del mundo de la vida.

Desde nuestro continente, la modernidad es colonialidad. La voluntad de poder se expande hacia la conquista de nuevos territorios con el fin de explotar las riquezas. El capitalismo y la democracia liberal se instauran como las formas occidentales naturales de organización de la sociedad. Ser racionales es ser más modernos, más occidentalizados.

El proyecto de la modernidad-colonialidad ha traído desencantos y desencuentros. Pero la crisis de los metarrelatos de la modernidad no ha mermado la mundialización, no solo de los mercados sino también de las culturas. La pretendida y supuesta universalidad del mundo moderno solo ha sido un canto de sirena para extender las garras del capitalismo liberal.  La acumulación de capital se hace en detrimento de millares de condenados a la pobreza en sistemas eficaces y eficientes de neoesclavistas.

Este es el contexto al que nacemos como colonia en el siglo XVI y en el que aún permanecemos como estado-nación en el siglo XXI. Las contradicciones de la modernidad nos afectan culturalmente y las condiciones económicas del modelo económico que trajo lo padecemos bajo nuevas formas y bajo nuevas circunstancias.

La dupla modernidad-colonialidad nos describe a la perfección, pero bajo ciertos matices dada nuestra condición receptiva, desde las periferias de los grandes centros de poder y producción del saber. Somos consumidores de la modernidad y esta condición perpetúa nuestro estado colonial respecto a los centros del poder-saber; no somos productores de modernidad. Como consumidores obsesivos no incorporamos a nuestro mundo los avances tecnocráticos y burocráticos de la modernidad (esos mismos que hoy entran en crisis) sino que nos adecuamos de forma sensualista a lo perverso de la modernidad consumista.

Planificación, burocracia, eficiencia y eficacia, acumulación del capital, cultura nacional son rasgos de la racionalidad moderna que podemos encontrar fragmentariamente en nuestro modo de ser y de estar en el mundo como colectividad. Hoy nos sucede lo mismo que sucedió antes de la formación de la República, las ideas nos llegaban de con retraso. La imposición del modelo capitalista globalizador nos impuso una nueva crisis cuando apenas iniciamos en la conciencia de los valores modernos.

¿Vale la pena hablar de desarrollo o posdesarrollo en una economía dependiente y en una sociedad periférica como la nuestra sin proyecto claro y estable de nación? Creemos que aquí está la riqueza de la ética del posdesarrollo al conminarnos a buscar nuevas formas creativas de convivencia y de ser bajo la perspectiva ética. Entiéndase que esta perspectiva ética abrasa todos los órdenes de la vida humana, individual y colectivamente. Las rendijas de la acción creativa están en la formulación de una nueva propuesta ética en estos tiempos inciertos para todos.