Los dioses griegos bebían, se emborrachaban, mentían, engañaban, intrigaban, se enamoraban, traicionaban, sentían celos unos de otros y a veces de los comunes mortales, eran viciosos, libertinos, promiscuos, “maquinaban odiosas acciones”, mataban, cometían adulterio, faltaban a casi todos los mandamientos y además conspiraban, sostenían cruentas luchas por el poder y todo lo que usted pueda imaginar. Tenían además una especie de humor negro muy negro, tal y como lo describe el romano Apolodoro en su “Biblioteca mitológica”.
Así, durante la primera gran conspiración celestial, el primer golpe de estado celestial, la rebelión contra Urano incluye el uso de una guadaña para cercenar su equipo colgante, lo castran al pobre Urano sin misericordia, ¡al padre de los dioses! Toda una crueldad y una falta de respeto.
Más adelante, durante la segunda conspiración (esta vez contra Crono, el que devoraba a sus hijos, el mismo que empuñó la guadaña contra Urano,), los conjurados emplean un purgante:
“Urano fue el primero que gobernó sobre todo el mundo. Casado con Gea engendró en primer lugar a los llamados Hecatonquiros: (…), los cuales eran invencibles en tamaño y fuerza y tenían cien manos y cincuenta cabezas. Tras éstos Gea dio a luz a los Ciclopes (…), cada uno de ellos con un solo ojo en la frente. Pero Urano una vez atados los arrojó al Tártaro (lugar tenebroso que se halla en el Hades, a tanta distancia de la tierra, como la tierra del cielo). Y de nuevo engendró hijos de Gea, los llamados Titanes: Océano, Ceó, Hiperión, Crío, Jápeto Cronos, el más joven de todos; y las hijas lamadas Titánides: (…). Indignada Gea por la destrucción de sus hijos arrojados al Tártaro, convence los Titanes para que ataquen a su padre; y le da una hoz a Crono. Éstos, al margen del Océano, lo atacan y Crono corta los genitales de su padre y los arrojó al mar. De las gotas de sangre que manaba nacieron las Erinias: (…). Luego de expulsar el poder a su padre, subieron a los hermanos que habían sido arrojados al Tártaro y le dieron el poder a Crono. Pero Crono de nuevo atándolos los encerró en el Tártaro y casándose con su hermana Rea, a raíz de que Gea y Urano le habían profetizado que le sería arrebatado el poder por su propio hijo, devoraba sus retoños recién nacidos. A la primera que nació, Hestia, se la tragó, después a Deméter, a Hera, tras las cuales, a Plutón y Poseidón. Irritada por esto, Rea se retiró a Creta, cuando coincidió que sé hallaba encinta de Zeus y dio a luz en la cueva de Dicte. Se lo entrega a los Curetes y a las ninfas Adrastea e Ida, hijas de Meliseo, para que lo criasen. Por tanto ellas alimentaban al niño con la leche de Amaltea, mientras los Curetes armados custodiaban la criatura en la cueva y entrechocaban los escudos con las lanzas, para que Crono no oyese a voz del niño. Y Rea, envuelta una piedra en pañales, se la dio a Crono para que se la tragara como si fuera el niño recién nacido.
“Una vez que Zeus hubo crecido, tomó a Metis, la hija de Océano, como apoyo. Ésta le dio a tragar a Crono un bebedizo que le obliga a vomitar primero la piedra y después los hijos que había devorado. Con ellos Zeus inició una guerra contra Crono y los Titanes. Y habiendo estado en guerra durante diez años, Gea vaticinó a Zeus la victoria si lograba tener por aliados los que habían sido arrojados al Tártaro. Aquel, dando muerte a Campe, que los vigilaba, desató sus ligaduras. Entonces los Cíclopes dieron a Zeus el trueno, el relámpago y el rayo, a Plutón el yelmo y a Poseidón el tridente. Armados así vencen a los Titanes y encerrándolos en el Tártaro pusieron como guardias a los Hecatonquiros. Echan a suertes el poder y le toca a Zeus el dominio del cielo, a Poseidón el del mar y a Plutón el del Hades”. (Apolodora, “Biblioteca Mitológica”).
Hesíodo, el poeta griego contemporáneo o casi contemporáneo de Homero, describe en su “Teogonía” el episodio de la emasculación de Urano, pero con mayor lujo de detalles y derroche de poesía:
“Castración de Urano. Afrodita.
“Pues bien, cuantos nacieron de Gea y Urano, los hijos más terribles, estaban irritados con su padre desde siempre. Y cada vez que alguno de ellos estaba a punto de nacer, Urano los retenía a todos ocultos en el seno de Gea sin dejarles salir a la luz y se gozaba cínicamente con su malvada acción. La monstruosa Gea, a punto de reventar, se quejaba en su interior y urdió una cruel artimaña. Produciendo al punto un tipo de brillante acero, forjó una enorme hoz y luego explicó el plan a sus hijos. Armada de valor dijo afligida en su corazón: ‘¡Hijos míos y de soberbio padre! Si queréis seguir mis instrucciones, podremos vengar el cruel ultraje de vuestro padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas acciones’. Así habló y lógicamente un temor los dominó a todos y ninguno de ellos se atrevió a hablar. Mas el poderoso Cronos, de mente retorcida, armado de valor, al punto respondió con estas palabras a su prudente madre: ‘Madre, yo podría, lo prometo, realizar dicha empresa, ya que no siento piedad por nuestro abominable padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas acciones’. Así habló. La monstruosa Gea se alegró mucho en su corazón y lo apostó secretamente en emboscada. Puso en sus manos una hoz de agudos dientes y disimuló perfectamente la trampa. Vino el poderoso Urano conduciendo la noche, se echó sobre la tierra ansioso de amor y se extendió por todas partes. El hijo, saliendo de su escondite, logró alcanzarle con la mano izquierda, empuñó con la derecha la prodigiosa hoz, enorme y de aflados dientes, y apresuradamente segó los genitales de su padre y luego los arrojó a la ventura por detrás. No en vano escaparon aquellos de su mano. Pues cuantas gotas de sangre salpicaron, todas las recogió Gea. Y al completarse un año dio a luz a las poderosas Erinias, a los altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en sus mano largas lanzas, y a las Ninfas que llaman Melias sobre la tierra ilimitada. En cuanto a los genitales,
desde el mismo instante en que los cercenó con el acero y los arrojó lejos del continente en el tempestuoso ponto, fueron luego llevados por el piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella”.
La mitología griega es de una riqueza incomparable y la abundancia y variedad de criaturas divinas, semidivinas, héroes humanos, brujas, monstruos y demonios constituye una especie de laberinto donde es difícil orientarse. Por añadidura, muchos eventos, muchos personajes se repiten en diferentes versiones y el número crece y crece en modo exponencial. Entre los griegos, el mencionado Hesíodo (que nació probablemente en la segunda mitad del siglo VIII a.C) fue quizás el primero en tratar de poner orden en la maraña de historias que habían circulado durante siglos en forma oral, asentándolas por escrito en su famosa “Teogonía”. (Del mismo modo, durante cuatrocientos años circularon de boca en boca las narraciones sobre la guerra de Troya y las aventuras de Ulises, antes de ser escritas por un poeta o escuela de poetas que designamos convencionalmente con el nombre de Homero).
Entre los romanos, tres de los principales recopiladores son Ovidio, Virgilio y el incierto Apolodoro, el discutido autor de la “Biblioteca mitológica”.
La mitología era parte fundamental de la religión de los griegos y hoy en día poca gente cree en ella, aunque muchos rasgos doctrinales y rituales sobreviven.
En cambio, de la población de siete mil millones de habitantes que agobia el sobrecargado planeta tierra, casi la mitad cree de alguna manera en las religiones derivadas de la mitología judeo cristiana, copiada, como la griega, de las de Mesopotamia, Egipto, Persia y otras fuentes bien conocidas.
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