Fue en la Sastrería Rey donde conocí al Padre César Augusto Hilario Brito, cuando su voz diáfana de barítono natural, irrumpió con fuerza en el negocio de Papá con preguntas de esas que no esperan respuestas, “Rey pero este muchacho es de los tuyos, que grande está”. Hilario atravesaba del Obispado a la Sastrería Rey, cuando la casa del Obispo de Santiago, se ubicaba en la calle Restauración en una propiedad del doctor Octavio Almonte. El Padre reproducía así la tradición de probarse trajes y sotanas de “corte impecable y ajuste perfecto” como a la usanza acostumbraba una parte significativa del clero nacional.

Creo que su historia está mediada por dos Papas, tanto en el desarrollo eclesial como musical. Pio XII y Juan XXIII. De acuerdo a los “50 años de Ordenaciones Sacerdotales” de Monseñor Bello Peguero, César Hilario fue ordenado en Roma en julio de 1958. Recibió sobre su amplia frente y sobrada inteligencia, las manos de su Santidad Pío XII con la celebración precedida por Monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, estratega del desarrollo y obispo de Santiago, quien visitó El Vaticano en conjunto a un grupo de peregrinos encabezados por Jacobo de Lara y Guadalupe Badía de Rojas, quienes fueron sus padrinos de ordenación.

Cuando fue ordenado, Trujillo imperaba en la isla, pero al concluir sus estudios de música en 1962, el dictador había sido ajusticiado y la República bullía en democracia. César Hilario había sido enviado a Roma a estudiar música, donde se diplomó máster “Cum Laude” en música sacra y licenciatura en composición. Su diploma está certificado por su Santidad Juan XXIII. Fue alumno aventajado de Domenico Bartolucci, director del coro de la Capilla Sixtina hasta su fallecimiento en 2013. La importancia de la música para la cultura de Santiago es tal que debiéramos educar al menos 10 nuevos máster en música, sea en Vaticano o Berklee, incluso debemos darle más fuerza al Festival de Coros que organiza la Catedral Santiago Apóstol.

El Padre Hilario acumula un prontuario insuficientemente conocido pues en Pueblo Nuevo y otras barriadas insurrectas de Santiago, en los 12 años de Balaguer contribuyó a que muchos jóvenes no fueran apresados y torturados, y a otros los salvó de los mecanismos represivos del régimen que desparecía y eliminaba opositores a granel. La música y los diversos coros que fundó en comunidades le dieron toda una mística en muchos clubes deportivos y culturales que se organizaron en ese entonces como espacios de participación social.

Su imperecedero proyecto social y cultural es la creación y sostenibilidad del Orfeón de Santiago en 1962; pero su mayor obra pastoral fue evangelizar y proteger la juventud con amplio sentido humanista, siendo entre los sacerdotes de Santiago el que mejor expresó las ideas preclaras y avanzadas que se derivaron del Concilio Vaticano II y la Teología de Liberación, dos impactantes y vanguardistas acontecimientos ideológicos de la Iglesia Católica durante la segunda mitad del Siglo XX.

El Presbítero César Augusto Hilario Brito es indómito, levantisco y crítico. A concepto de la analista de medios Grisbel Medina, el Padre es el sacerdote que algunos prefirieren “sólo oír cantar y dirigir el Orfeón”, antes que escuchar los muchísimos paradigmas sobre los que evangeliza infatigablemente. Creo que debe el “César Augusto” al patriota nicaragüense antiimperialista, asesinado dos meses antes de su nacimiento (1934), Cesar Augusto Sandino.

Por la gestión tesonera, perseverante y especializada de más de medio siglo del Padre Hilario, el Orfeón es hoy un patrimonio de la República y Santiago. Una animación sociocultural de primer orden que sostiene el Ayuntamiento y debemos cuidar entre todos. El Orfeón ha sido tejido de auténticas fibras del mamey cultural cibaeño. El Orfeón es una genuina alianza de 49 virtuosos del canto que el Padre supo articular entre barítonos, contraltos, sopranos y tenores. Es uno de los mejores aportes a la innovación musical para saber implantar la Agenda Estratégica de Cultura para el Desarrollo. Nuestro Padre Hilario y su Orfeón son parte de la esencia y el talento santiaguero, una identidad de los que llevan la “magia en el corazón”.