“Viniste al mundo a predicar el Evangelio, no a rentarte a ningún gobierno”, me dijo.

El mes de diciembre siempre trae a mi memoria las tres ocasiones en que ofrecí  mis servicios al gobierno dominicano. Las tres veces fui rechazado de cuajo y sin ninguna explicación. Sin embargo, siempre llegaron hasta mí palabras de aliento a través de personas con las que nunca esperaba tropezarme.

En una ocasión me encontraba en el antedespacho del Antro Nacional, el Palacio de Gobierno, momentos antes de enfrentarme cara a cara con el Presidente.

En su lugar tropecé con la cara de un amigo que no veía desde mis años neoyorquinos, quien se convirtió para mí en una especie de oráculo.

-“Si nos mantenemos “despiertos”, a veces Dios nos habla a través de quien menos sospechamos”- me dijo, sin yo haberle comunicado el motivo de mi visita.

– “Dios nos habla a través de los niños y de los pájaros del campo, como si estuviéramos en sintonía con el universo- concluyó el oráculo”.

Sus palabras me dejaron estupefacto, pues yo no le había comunicado la razón por la cual me encontraba allí, y él venía directamente del aeropuerto.

“Zapatero, a tus zapatos; estás perdiendo tu tiempo en un país donde nunca pasa nada, donde todo es siempre lo mismo y nunca hay esperanza”- pontificó el amigo.

Lo que no me dijo fue que él estaba haciendo antesala con el mismo propósito que el mío. De ahí salió nombrado Consejero de una embajada. ¡Qué timbales!

En tiempos de Don Antonio Guzmán Fernández, otro amigo que trabajaba en el Antro, me susurró al oído, antes de yo penetrar en el paraninfo: “Si te envía donde la hija, eso indica que no vas a conseguir nada”.

La hija me recibió en su cubículo de monja ermitaña desde donde controlaba a todo el país. Noté un atractivo deje cibaeño en su hablar. Entre ella y yo había una montaña de folders y de oficios sin firmar. Me sonrió a flor de labios entre dos pupilas que parecían dos náufragos boyando en el medio del mar.

“No se preocupe”- me dijo solícita- “su asunto ya está caminando”.

Como mi imaginación ha sido siempre muy fértil y me ha costado  muchos sinsabores a través de los años, imaginé que a mi Curriculum Vitae le habían salido dos patitas y estaba caminando como Chapulín Colorado, dando saltitos por todos esos vericuetos palaciegos, de mano en mano, como una esponja embadurnada en vinagre, sin jamás llegar a un destino específico. Y así mismo fue.

A pesar de sus sonrisas y de “lo llamaré tan pronto pueda”, la dama me aplicó la táctica del “si te he visto no me acuerdo” y no se dignó jamás contactarme.

“Este país nunca cambia. Todo se repite a sí mismo, pues es el país donde el pa’lante resulta siempre  pa’trá”. Reverberaron en mi mente las palabras del oráculo.

Sin embargo, Don Antonio Guzmán Fernández me dio la impresión de ser de carne y hueso, muy diferente a otros presidentes con los que me he tropezado en mi largo peregrinar por este valle de lágrimas. Parecen fríos lagartos venidos de galaxias lejanas, tal como dijo textualmente en una ocasión Hugo Chávez Frías con su acento de llanero venezolano: “Yo no soy reptiliano como otros políticos, yo soy un ser humano, pues”.

El que menos uno piensa no es más que un reptil disfrazado de humano, sobre todo si está disfrazado de político. “Por sus hechos los conoceréis”, decía Jesucristo.

Esto indica que no todos los que poblamos este planeta somos exactamente de aquí, sino que podemos provenir de otras dimensiones distantes y hemos venido aquí a “joder la pista”, como decíamos cuando éramos niños. Son ellos los que han controlado a este mundo desde el principio.

“Si te dice que sí, es que no; si te dice que no, es que sí”, me dijo el reptiliano que hacía guardia en la puerta del despacho del Dr. Joaquín Balaguer Ricardo.

Su mano era lánguida, parecida a la de Charles Maurice de Talleyrand-Perigord, aquel hábil canciller de Napoleón Bonaparte, quien había sido Obispo de la Iglesia Católica Romana antes de convertirse en el cerebro diplomático de toda Europa y a quien el Doctor Balaguer imitaba muchísimo.

Me tomó del brazo sonriendo y me condujo hacia la puerta, como acelerando nuestra despedida. “Cuente con eso”, me dijo. “Lo referiré al Canciller”.

Aquel hombre de hierro, que había lidiado con enormes reptiles, parecía  un muñequito de papel a merced de sus generales de turno, uno de los cuales fue precisamente el que me había conseguido la entrevista.

Muchos años después me tocó el tercer oráculo.

Me habían recomendado al presidente de turno como un “potencial diplomático deseoso de servir al país”. Esta vez, sin embargo, fue el mismo presidente el que se convirtió en pitoniso:

“Está perdiendo su tiempo”- me dijo. “Dedíquese a predicar el Evangelio, a eso vino usted a este mundo”. Me dejó patidifuso y sin palabras, como si hubiera sido mi consejero espiritual.

-Pero, Excelencia, no he venido a solicitar un empleo sino a ofrecer mis servicios al país- imploré, como si estuviera rogándole al San Antonio del merengue de “palo, palo, palo, palo bonito, palo é… tengo a San Antonio puesto de cabeza…”

Sin darme tiempo a reponer, el reptiliano pasó de lo místico a lo ridículo:

-Es la misma vaina.