Es propio de los regímenes dictatoriales el recurrir a los más perversos modos de la violencia para acallar cualquier asomo de crítica. A juzgar por las reacciones de ciertos políticos, intelectuales y periodistas a la concesión del Premio Internacional Pedro Henríquez a Mario Vargas Llosa, es claro que en el tercer milenio la República Dominicana aún supura de las heridas del trujillismo en lo tocante a la represión de ideas.

Ha sido vergonzosa la polémica desatada en los últimos días por un grupo de periodistas, políticos e intelectuales que, haciendo uso del discurso nacionalista más cándido y vulgar, ha cuestionado la premiación del Nobel hispano-peruano. La razón para restar validez a este dictamen se afinca en un artículo de opinión que Vargas Llosa publicara en su columna "Piedra de toque" el 3 de noviembre de 2013. En dicho escrito, titulado "Los parias del Caribe", Vargas Llosa denunciaba con firmeza la normativa del Tribunal Constitucional de despojar de la nacionalidad a los descendientes de inmigrantes ilegales a territorio dominicano con carácter retroactivo a partir de 1929.

Al denunciar este capítulo espinoso de la historia judicial dominicana Vargas Llosa no describía algo ajeno al debate nacional de ese momento, más bien se hacía eco de lo que reputadas voces críticas del país venían denunciando desde hacía meses, esto es, que la necesaria regulación de la inmigración ilegal no podía realizarse en desmedro de los derechos de un sector significativo de la población. Ese desliz jurídico llegó a enmendarse, y desde entonces el proceso de regularización de los extranjeros indocumentados ha venido desarrollándose, mal que bien, de manera organizada.

Vargas Llosa, como agudo analista de la realidad latinoamericana, ha de estar suficientemente informado de estos esfuerzos y en su momento abordará este controvertido asunto de la historia reciente de nuestro país. Con todo, los voceros del pensamiento ultranacionalista, ávidos de todo lo que les permita exacerbar las pasiones más elementales del chovinismo en la imaginación de sus compatriotas, reprochan al Nobel por una crítica que no pudieron minimizar un ápice en el debate nacional de aquel entonces.

Es un espectáculo verdaderamente lamentable el que presentan, por ejemplo, los hermanos Castillo con sus ridículas arengas decimonónicas sobre la patria asediada. Igualmente lastimoso es escuchar al académico de la lengua Manuel Núñez señalar en una entrevista en torno al premio a Vargas Llosa que "se puede ser un buen escritor y al mismo tiempo idiota moral". Que no decir de los periodistas como Linci Kasahara y Julio Martínez Pozo, émulos del discurso ultranacionalista.

Julio Martínez Pozo merece renglón aparte por el poco profesionalismo que exhibió junto a los seis colegas que lo acompañaban al momento de "entrevistar" a Miguel D. Mena, jurado del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña. Ninguno de los comunicadores allí presentes prestaba atención a las razones que intentaba exponer Mena vía telefónica desde Berlín; en ocasiones llegaban incluso a mofarse abiertamente de él, miraban sus celulares, saludaban a la gente que pasaba por la cabina.

Este tipo de espectáculo, sumado al que ofrecen los abanderados del ultranacionalismo con sus llamados a defender a la patria supuestamente asediada ahora por una línea infeliz en un artículo de hace tres años, nos empequeñece como nación al poner en evidencia la miseria intelectual dominicana.

La selección de Mario Vargas Llosa como ganador del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña se basó en la trascendencia de su obra y en su infatigable labor en la promoción de los más altos valores democráticos y humanísticos en la trayectoria de toda una vida. Otorgarle el galardón más importante de nuestro país por estas razones, y por encima de lo que pudo haber expresado en su momento sobre uno de los poderes del estado dominicano, no es una afrenta a la patria, es un gesto de magnanimidad en el marco de nuestro desarrollo como país democrático.