"Toda gran ciudad tiene uno o más barrios horribles en los cuales se amontona la clase trabajadora. A menudo, a decir verdad, la miseria habita en callejuelas escondidas, junto a los palacios de los ricos; pero generalmente tiene su barrio aparte, donde desterrada de los ojos de la gente feliz, tiene que arreglárselas como pueda …. En general, las calles están sin empedrar, son desiguales, sucias, llenas de restos de animales y vegetales sin canales de desagüe y, por eso, siempre llenas de fétidos cenagales. Además, …  En las calles está el mercado, cestos de verdura y fruta, naturalmente todas de mala calidad, apenas aprovechables, restringen aún más el paso, y de ellas, como de los puestos de los vendedores de carne, emana un olor horrible".

Así describió Engels  "La situación de la clase obrera en Inglaterra" en 1846, las condiciones de vida en los asentamientos humanos insalubres donde habitaba la mayoría de la población londinense.

Es más o menos la época en que la "segunda pandemia" de Cólera alcanzó a las principales ciudades europeas (Moscú, Varsovia, Berlín, Londres, Paris, entre otras) y también New York.  Solo en Francia murieron 100,000 personas, 19,000 en Paris. "… un silencio de muerte domina Paris", escribió Heyne en 1832. Durante esta epidemia en Londres, en 1854, J. Snow demostró su asociación con el consumo de agua contaminada con heces fecales.

Aunque conocidos personajes históricos fallecieron en esta oportunidad (Clausewitz en Prusia, Hegel en Berlín) las descripciones destacaron los vínculos de la epidemia con la miseria y las condiciones insalubres de los asentamientos humanos de los empobrecidos. "…aumentaron los enfermos y se multiplicaron de un modo rápido desde los sitios más bajos, menos limpios y habitados por gente pobre y jornalera, hasta los puntos más aireados donde se encontraba la clase acomodada… pero siempre fue más devastadora en los primeros y ataco con preferencia a los más pobres en todas partes…. Habiéndose detectado una tendencia a fijarse más y producir mayores estragos en la proximidad de los ríos, principalmente los de corriente lenta…". Esto escribió  Torrecillas en 1833 al escribir la "Historia de la epidemia de Cólera-morbo de Paris en 1832″.

Este ambiente insalubre asociado a la miseria de los excluidos por la sociedad, brillantemente descrito también por Dickens en "Oliver Twist" (1837-1839), por V. Hugo en "Los Miserables" (1862), y en tono romántico por Murger en "Escenas de la Vida Bohemia" (1845-49) que inspiró La Boheme de Puccini (1896), donde se entremezclan el Cólera con muchos otros problemas de salud, no es un producto natural, ni sobrenatural. Es un producto humano, expresión de la dinámica económica y social. Quien siembra miseria recoge Cólera, y la constelación de calamidades patológicas que traduce la deuda social históricamente acumulada. La miseria es curable.

No hay secretos, tampoco muchas novedades. La miseria es el principal problema de salud de nuestro país. Un país cuyo PIB per cápita se ha triplicado en 50 años, cuya economía ha crecido a un promedio superior al 5% anual por 30 años.  Pero el mismo país que en ese periodo hizo la menor y peor inversión en salud, educación y desarrollo humano de todo el continente. Mientras no elevemos la calidad de vida, una elevada proporción de nuestra población seguirá siendo socialmente vulnerable. Un día el Cólera despertará nuestra buena conciencia, otros días la Tuberculosis, la mortalidad de la madres, la mortalidad de la infancia, o la desnutrición infantil, la violencia,  hipertensión, obesidad, diabetes, violencia familiar u  otras calamidades asociadas a la calidad de vida.

No nos engañemos. De lo que se trata, es que el modelo neoliberal  que ha impulsado el crecimiento de nuestra economía en los últimos 30 años, ha profundizado las desigualdades e injusticias sociales, y se ha agotado. Excluye a una proporción creciente de nuestra gente. No genera empleos de calidad, debilita nuestra productividad y competitividad sistémica, no promueve calidad de vida, salud ni educación, empobrece a los excluidos y a las clases medias, no promueve solidaridad. Tenemos que encontrar, entre todos, las formas de transformarlo y avanzar hacia una vida digna para todos. Necesitamos un nuevo pacto social.