"Muchas mujeres musulmanas entendemos el hiyab desde una espiritualidad determinada y le damos un significado liberatorio".
Sirin Adibi Sibai.
“La cárcel del feminismo” Akal (2017)
Trato de imaginar su mundo, pero debo admitir que no puedo. Me esfuerzo por vivir en propia piel una forma de mirar distinta, por comprender qué deben sentir, qué sentiríamos tú, yo, cualquiera de nosotras, pero sé que es vano ejercicio y que carece de sentido. Me gustaría saber qué sensaciones experimentarían las mujeres que conozco, nuestras hijas, nuestras madres y amigas al contemplar la existencia y el mundo que sucede ante nuestros ojos a través de un velo que los cubre. “Se empieza cogiendo un pañuelo rectangular. Se ajusta alrededor del óvalo de la cara, asegurándose de cubrir bien todo el cabello, incluso la frente hasta la altura de las cejas. Con el otro extremo del fular se tapa la nariz y la boca, dejando apenas una rendija para los ojos. Algunas mujeres incluso lo vuelven a pasar por detrás de la cabeza para dejarlo caer sobre esa abertura como una cortina. Es una de las formas más habituales del niqab, el velo que utilizan las musulmanas más conservadoras en público. Pero ¿logran ver algo a través de tanta tela?” se preguntaba Ángeles Espinosa (periodista española y corresponsal en Dubai) en un reportaje para El País Semanal hace tan solo unos pocos años.
Y eso nos preguntamos igualmente quienes cuestionamos -a medio camino entre los prejuicios que nos distancian de aquello que desconocemos y el profundo rechazo que tal imagen nos provoca- qué puede sentir esa mujer que desaparece bajo prendas que ocultan cualquier parte de su cuerpo, para mostrar modestia, virtud y evitar provocar deseo ajeno. La mujer, negada tras el burka y diversas prendas que dificultan sus movimientos y con una mirada permanentemente velada socialmente, ha de perder necesariamente toda referencia precisa del entorno que la rodea. El campo visual, acotado por el burka y el niqab, queda drásticamente reducido. Basta el sencillo ejercicio de cerrar las manos en torno a nuestros ojos para comprenderlo. Todo cuanto escapa a esa mirada central se pierde bajo una niebla difusa y sin contorno, una maraña de objetos y personas sin definir interactúan a nuestro lado sin que podamos darles forma. Solo aquello que enfocan nuestros ojos puede ser percibido con claridad o al menos así puedo interpretarlo desde mi situación de mujer que no debe someterse voluntaria o involuntariamente a tales prácticas.
Intento como ven atisbar una realidad muy distinta a la mía y soy plenamente consciente de que lo hago desde una mirada construida y basada únicamente en mis referencias, desde mi cultura y sin advertir variable ajena que pueda modificar mi discurso. He tratado de imaginar desde mi yo personal dejando fuera todo atisbo de empatía con el otro. Y es así como Occidente aborda siempre todo cuanto toca al Islam, con desconfianza y desdén, restándole valor y con el miedo pegado a los talones. Para ser justos su mirada, la de ellos, nos devuelve idéntica acritud. Mi gran problema, no es tan solo si el burka y el niqab son o no una forma lícita de mostrarse al mundo, pues nunca seré capaz de interpretarlo en su justa medida. Reconozco que ver desaparecer a una mujer bajo el peso de las ropas que la preservan de la mirada del mundo atenta de modo radical con mi idea de libertad e igualdad, pero al mismo tiempo procuro recordarme, para no avanzar en conclusiones erróneas, que desconozco casi todo cuanto afecta a muchas culturas de las que no poseo un gran conocimiento y una religión que me es por completo extraña. La palabra burka significa esconder, ocultar a la vista o separar y la religión islámica lo adoptó -aunque luego se perdiera con el tiempo este significado- como símbolo de la dignidad femenina recobrada. Mostrar el cuerpo a menudo se relacionaba con mujeres esclavas o dedicadas a la prostitución. Por el contrario, preservar el cuerpo, esquivarlo a los ojos del deseo se considera el exponente máximo de la pureza.
“Y di a las mujeres fieles que bajen sus miradas, sus partes privadas, y no muestren su belleza excepto lo que se desprende de la misma (…) excepto a sus maridos, o sus padres, o padres de sus maridos, o sus hijos (…) o los seguidores de los hombres que no sienten deseo sexual, o los niños pequeños a los que la desnudez de la mujer no es aparente”… Corán. Sura 24, versículo 31
Hoy sin duda parece más que arriesgado pensar que el patriarcado más recalcitrante y una interpretación ultraconservadora de las leyes del Islam y que suscita no pocos debates en el seno del mundo musulmán, no están detrás de la imposición de tales prendas que condicionan la vida de las mujeres allá dónde se aplica y con duros castigos para éstas si osan el desacato. Pero tendemos a generalizar y a hacer del detalle plano general. Hacer del Islam un universo homogéneo es errar del todo la perspectiva. Con frecuencia el ser humano reduce a rígidos parámetros los juicios de valor que formula, sobre todo de aquello que le aleja sustancialmente de la forma en la que fue educado y de la que cada uno de nosotros se siente partícipe. De forma natural y sin sentir el menor rubor por ello, tildamos de ignorante, de fanático e intolerante a todo aquel que queda fuera de nuestro control, despreciando -desde una esfera de privilegio que ad hoc construimos- espacios que no alcanzamos a interpretar. Nos consideramos entonces en posesión de la verdad y aplicamos nuestro criterio -desde esa lógica personal que nos permite creernos mejores que el resto- obviando por el camino las razones que el otro esgrime. Si algo aprendí a lo largo de muchos años de trabajo con culturas y religiones diferentes es a escuchar argumentos distintos, a no negar opciones ni sentimientos que no comprendo, a no imponer aquello en lo que creo ni a sentirme parte de una estirpe superior. Sencillamente no lo soy y solo los idiotas llegan al delirio de contemplarse en el espejo como referentes de una moral universal, sin macula ni tacha posible. Son tantas las cuestiones que ignoramos y malinterpretamos en los desconocidos que caminan a nuestro lado, que todo se desvirtúa al pasar por el tamiz que interesadamente aplicamos.
Dicho esto, debo a la vez afirmar que no defiendo ni justificaré nunca en nombre de nada ni de nadie, que las mujeres se conviertan en seres anónimos, oprimidas y encerradas en la prisión de sus propios cuerpos, sea cual sea el nombre del penal. Sencillamente porque considero, que la mujer y también el hombre, deben mostrarse al mundo en libertad, de modo natural y con el menor artificio posible. Pero ésta es tan solo una opinión personal sin mayor recorrido ni trascendencia alguna y que a su vez, me hace no perder de vista que nuestra cultura –la tuya y la mía- tiene también sus peculiares formas de castrar y apresar a la mujer de mil modos posibles. Occidente jamás fue generoso con sus mujeres y lo ha demostrado sin temblarle un ápice la mano a lo largo de la historia y lo sigue haciendo. Así que en cierta forma eso me hermana a las mujeres de cualquier rincón del mundo, aunque nuestras circunstancias puedan parecer diametralmente opuestas.
Hay algo sin embargo, cuando se profundiza en el tema y una no se queda tan solo en la primera impresión, que siempre se pasa por alto por falta de información. Cuando una hace un recorrido un poco más largo, buscando acercarse y no demonizar cuanto nos separa de la gente, cae en la cuenta de que ha hecho -en el mejor de los casos- una lectura muy parcial y que el Corán habla de modestia y discreción en ambos sexos. Si la mujer musulmana ha de bajar los ojos con recato y prudencia, el hombre ha de hacer lo mismo y no mirar de frente ni con altanería. Si la mujer ha de cubrir su cuerpo con amplias ropas que no lo delaten, también al varón se le exige discreción y sencillez en su atuendo. Hombres y mujeres utilizan amplias túnicas de algodón de colores neutros, si bien hay evidentes diferencias que responden a los usos de cada país y región. Si la mujer lleva velo el hombre también cubre su cabeza con diferentes tocados. Las interpretaciones arteras siempre se llevan por delante incluso los más grandes preceptos que se han dado a sí mismos los hombres y la mutua percepción de musulmanes y cristianos acostumbra a ser tendenciosa y cargada de veneno. Hay diferencias y enormes que las separan y hay también enormes coincidencias en dos religiones que hunden sus raíces, más de lo que quisieran, en territorios comunes.
Intentando aproximarnos y acotar el terreno a estudio, es preciso evidenciar que el número de mujeres que se ocultan detrás de un burka o del niqab, aun siendo demasiadas, constituyen una minoría entre los más de ochocientos millones de musulmanas que pueblan el planeta. Occidente, en general, conoció el burka a raíz de la llegada al poder de los talibanes en Afganistán en el año 1996, quienes lo impusieron a la población femenina, acabando de paso con cualquier conquista en su lucha por las libertades que hasta aquel momento habían alcanzado las mujeres del país. Pero como suele suceder con diversas cuestiones asociadas al Islam, de las que conocemos más bien poco y generalizamos mucho, cabe señalar que estas prendas son utilizadas por mujeres de territorios muy delimitados y apegados a antiguas y rígidas tradiciones islámicas, mientras que en la mayoría de países nos sería imposible ver tal vestuario por sus calles. En otros, por desgracia es la imposición pura y dura la que determina el modo en el que las mujeres se muestran fuera del ámbito familiar y éstas sencillamente no tienen nada que decir, sus bocas y su voluntad han sido silenciadas. Las razones que se esgrimen y que tratan de justificar su uso son variadas: desde costumbres territoriales manejadas bajo códigos muy estrictos, hasta el imperativo religioso o patriarcal como vimos antes. La respuesta de la mujer ante esta práctica es desigual. Lo confirmaba de nuevo Ángeles Espinosa con sus palabras “Mientras que en las calles de Riad las saudíes pueden cubrirse la cara por tradición, convicción o presión social, en las de Raqqa (Siria) o Mosul (Irak) la férula del ISIS no deja otra elección. Algunas jóvenes saudíes, cuando acuden a respirar y divertirse a Dubái o Beirut, mantienen el velo facial para ocultarse: el anonimato permite libertades que su sociedad no tolera”.

En un ámbito distinto y en constante crecimiento, pues el Islam se extiende de forma imparable alrededor de todo el mundo -es, por detrás del cristianismo, la religión más practicada- el hiyab o pañuelo que lleva la inmensa mayoría de mujeres que profesan esta religión se viste en infinitas formas y colores. Los hay sobrios y de riguroso color negro como el chador de Irán, y en su extremo opuesto se encuentran los dupatta paquistaníes, maravillosamente bordados y plagados de alegres tonalidades; entre ambos un sinfín de posibilidades, cada una con las características únicas de cada zona y representativas de los diferentes pueblos. Ninguno de ellos vela el rostro de la mujer. El hijab es, en general, ampliamente aceptado. En la mayoría de las ocasiones, casi todas las que yo he conocido de forma muy próxima, el pañuelo que delimita y enmarca la cara es asumido como claro gesto identitario, utilizado con orgullo como símbolo distintivo y casi siempre como manifestación de fe. Las cuatro escuelas jurídicas del Islam parecen estar de acuerdo e interpretan que el Corán señala la obligatoriedad, para la mujer musulmana, de ocultar la cabeza y el pecho desde su primera menstruación. A partir de ese momento las jóvenes deben comenzar a llevarlo en público y hay en ellas una actitud, muy generalizada, de portar el pañuelo con profundo respeto y un sentimiento de vivir un constante acoso cada vez que la mirada acusadora de Occidente intenta prohibirlo. Personalmente detesto toda imposición y más cuando el código que pretende justificarla daña sin motivo alguno a gente de bien. Jamás tuve la menor duda al escuchar a muchísimas mujeres musulmanas que me hablaron sin miedo alguno acerca de sus razones. Nunca me ofendió verlo sobre sus cabezas. No siento afrenta ninguna a mi cultura ni a mis creencias. ¿Por qué el ruido y el escándalo? ¿Por qué ese constante interés por doblegar y por unificarlo todo en vez de dejar vivir desde el mutuo respeto y en nombre de la concordia? Hay cosas importantes por las que luchar, centrémonos de una vez en ellas.