“La visión es el arte de ver lo que es invisible para los demás”-Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver).
La minería, como los demás sectores industriales, extractivos y no extractivos, se desempeña en un contexto mundial con afloramiento de tendencias que bien podrían estar anunciando un resquebrajamiento o debilitamiento de los pilares que sustentan el conocido fenómeno de la globalización.
La lenta recuperación económica de la región fue impactada de manera demoledora en los últimos 18 meses por la pandemia del covid-19, la cual amenaza con seguir incidiendo en la salud de la población mundial por lo menos en los próximos dos años. El debilitamiento del multilateralismo y del orden normativo que lo sustenta. Las peligrosas tensiones militares y económicas entre los Estados Unidos y China, país este último que se perfila como primera potencia económica y comercial mundial. Las mal disimuladas tensiones entre la UE y los Estados Unidos, sin dejar fuera el tema de la OTAN y los asuntos del comercio y las tecnologías.
También gravitan los impresionantes avances tecnológicos que levantan nubarrones de incertidumbre sobre los mercados de trabajo en varios renglones productivos clave para la época. La forzosa marcha hacia una transición energética radical como respuesta al cambio climático. Por último, una intensificación de los flujos migratorios, en gran medida generados por las tormentosas tragedias humanas que resultan de conflictos locales y regionales que terminan fragmentando o distorsionando varios esquemas de comercio.
Estos factores de inflexión o de freno retroalimentan negativamente los viejos problemas de desigualdad, marginación social y pobreza que erosionan la credibilidad ciudadana en los valores democráticos y amenazan la gobernabilidad. Concentran la riqueza mundial en unas cuantas manos familiares, clanes corporativos y gobiernos, lo cual abona irremediablemente la concentración del poder de negociación en planos decisivos del orden económico mundial.
En un contexto tal, y en países con las lamentables características institucionales de República Dominicana, el clamor de importantes contingentes de población contra la corrupción y la impunidad crece y adquiere visos a veces de rebelión social: la esperanza de un contrato social es una nebulosa que hoy resulta para cientos de millones de seres humanos inalcanzable. Como en una ocasión decía la prominente economista Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la CEPAL, el actual orden mundial debe ser reseteado y, agregaríamos nosotros, resteando en la apuesta del reseteo los mejores recursos humanos y voluntades políticas de la época.
Mientras, sin perder de vista todas esta amenazas externas que a menudo se tornan más complejas por la acción de las debilidades internas, debemos seguir alimentando a nuestros pueblos, atender las necesidades del desarrollo, financiar los requerimientos infraestructurales fundamentales, comenzar de verdad reformas institucionales y económicas clave, fortalecer el sistema educativo y decidir seriamente los caminos para llegar a los objetivos de un nuevo modelo de desarrollo inclusivo, participativo, de institucionalidad fortalecida y moralidad ejemplar.
Uno de los espacios más importantes de actuación política es definir la nueva configuración del sector industrial que necesitamos para avanzar. No podemos ni debemos seguir apostando a las microempresas o pequeñas empresas que, sin bien aportan un empleo de mala calidad y escasamente remunerado, sustentando con ello a miles de familias dominicanas, nunca podrían sustentar los pilares de un nuevo esquema de desarrollo competitivo con salida a los mercados más exigentes.
En vez de ofrecer miles de millones a las micro y pequeñas empresas, incluyendo paradójicamente a las informales (en claro incentivo a la competencia desleal), deberíamos seleccionar al grupo de las unidades que ya han demostrado ser ambiciosas y aguerridas en los mercados, porque, como escribía Mariana Mazzucato (2014), “…es más efectivo encargar las tecnologías que requieren innovación que conceder subsidios con la esperanza de generarla”.
Igualmente es importante la visión sectorial en medio de las convulsiones en el contexto externo. Somos del grupo que considera, por ejemplo, que la minería puede convertirse, con todo y que seamos una isla, en un motor clave del desarrollo económico bien entendido. Obviamente, no estamos hablando de minería artesanal, que podría tener un considerable potencial en dos o tres renglones, sino de la minería metálica y no metálica de mediana y gran escala productiva, priorizando las grandes del ámbito metálico que demuestren ser responsables y comprometidas con la agenda nacional y las comunidades donde actúan.
Si construimos una visión minera técnicamente rigurosa, que priorice los elementos regulatorios decisivos y los invadeables requerimientos ambientales en este caso, sin duda que podremos llevar la minería a la vanguardia de un nuevo tipo de desarrollo nacional. Es más necesario que nunca, tomando en consideración las incógnitas y las amenazas del orden económico mundial prevaleciente, ahora sacudido por brotes pandémicos que muestran descarnadamente sus grandes vulnerabilidades y contradicciones.
La minería exige una institucionalidad robusta, normatividad moderna y equilibrada, mecanismos participativos de construcción de consensos, incorporación de tecnologías emergentes en materia de tratamiento de residuos, responsabilidad social corporativa, seguridad y salud ocupacional, equidad cualitativa de género y demostrable implementación del marco de minería responsable.
Repitiendo desde esta columna esas aspiraciones, hemos defendido las actuaciones en todos estos sentidos de la Barrick Pueblo Viejo Corporation que, al margen de los progresos en todos los aspectos señalados, en nueve años de operaciones suministró al Estado por concepto de cobro de impuestos 123 mil 519.3 millones de pesos, lo cual arroja un promedio simple anual de 13 mil millones 724.4 millones. Recordemos que esta empresa representa la mayor inversión extranjera directa del país: su aporte inicial fue de US$4.500 millones (US$3.500 millones de capital + préstamo interno y préstamo externo de US$1.000 millones). Como se ha demostrado, sus contribuciones son muy significativas en materia de ingresos por exportaciones, compras locales y nacionales, empleos directos e inversiones.
Entendemos que, si existe un ejemplo en el país de que la minería tiene amplias posibilidades de pasar de un enclave socioeconómico que causa serios daños ambientales y deja dudosos beneficios al país, a un modelo de explotación minera que presta atención prioritaria a los aspectos ambientales, tributarios y sociales, mostrando un compromiso cuantificable con el buen gobierno minero y la transparencia, obligadamente deberíamos hablar de la Barrick.
Ella en realidad representa el tipo de empresa que necesitamos para poder llamarnos “economía competitiva y responsable”. Las amenazas externas son extremadamente desafiantes y complejas. Es momento de atinadas actuaciones políticas cuando todavía nos queda un poquito de tiempo.