Junto a la vieja y exagerada disyuntiva minería-ambiente, los fundamentalistas anti mineros apuntan ahora sus cañones a las presas de colas o de relaves, con más fuerza luego de que la Barrick-Newmont Goldcorp, que opera la mina de Pueblo Viejo, declarara sus intenciones de ampliar las operaciones para garantizar la viabilidad económica del viejo proyecto.

Como toda actividad productiva, la minería genera residuos de distintos tipos. Tenemos, en primer lugar, los provenientes de la actividad extractiva que no contienen minerales de interés económico. Estos no son sometidos al proceso de concentración minera, es decir, a las operaciones que buscan eliminar el material que no es de interés económico para reducir el volumen del mineral objeto de procesamiento.

Estos residuos dan lugar a los llamados depósitos de estériles o escombreras. Luego tenemos los que resultan del asentamiento humano (desmontes) o de todo lo que se hace para acceder y explotar un determinado yacimiento minero (galerías, piques, rampas, etc.).

Los más importantes por sus potenciales efectos ambientales, son los generados por el proceso de extracción y concentración de minerales metálicos, llamados colas o relaves, que, en el caso de la operación de concentración, provienen de la molienda de las rocas que contienen el mineral. Este producto es sometido a una mezcla de agua y reactivos químicos que liberan el mineral de interés.

Las proporciones residuos-mineral aprovechable para todos los minerales metálicos están suficientemente establecidas y a menudo se utilizan como argumento para resaltar el carácter destructivo de la minería. Por ejemplo, la concentración de una tonelada de mineral con 6 % de zinc y 3 % de plomo genera alrededor de 850 kilogramos de residuos sólidos y una cantidad equivalente de agua, conteniendo cerca de un kilogramo de sustancias químicas residuales. Otro ejemplo: el contenido de cobre en un yacimiento típico de buen grado (alta ley) solamente alcanza 0.25%, resultando que, en yacimientos de oro, apenas es recuperable aproximadamente 1 g de metal por tonelada de roca.

Sí, la minería es una gran productora de residuos (estériles y relaves) y el problema no está en que los produzca, lo cual es tan inevitable como el aprovechamiento industrial de la riqueza minera y de cualquier otra materia prima de origen natural, sino en la responsabilidad de las empresas y la competencia técnica de los reguladores a la hora de elegir la tecnología, garantizar los parámetros  de calidad y técnicos de la obra ingenieril (presa de colas) y la topografía más conveniente para optimizar las condiciones de disposición final de los residuos. Hoy todo ello se hace asegurando impactos mínimos o casi imperceptibles sobre el ambiente.

Nadie niega que esta vital tarea de las empresas mineras requiere grandes áreas de intervención. Si todavía se permite la minería salvaje, este proceso de disposición de residuos puede resultar-y de hecho en muchos casos ha terminado así- generando onerosos pasivos ambientales en el largo plazo, luego del cierre de la mina.

Los pasivos históricos mineros de la mina de Pueblo Viejo y su interacción con el agua y el medio ambiente generaron peligrosos contaminantes. Esta triste y perversa herencia ha sido neutralizada por un muy efectivo, pero tardío programa de remediación ambiental, liderado por el MEMRD con el apoyo de la Barrick-Newmont Goldcorp.

Pero allí, además de la criminal desidia gubernamental en el pasado, no se tenían disponibles las tecnologías emergentes de hoy, tales como el espesado de relaves, filtrado de relaves, retrollenado de galerías con pasta de relaves, realces (piggy-backing) y el modelo más aceptado de lo que llamaríamos geopolimerización, todo esto descartando la disposición submarina por estar restringida en muchos países.

La ruta tecnológica e ingenieril de clase mundial, así como la incorporación de criterios de seguridad antisísmica, está hoy no solo en función de los costos implicados, sino del rendimiento ambiental esperado, es decir, de los niveles posibles de eficiencia y seguridad del esfuerzo de protección ambiental, así como de la garantía de salvaguarda de la salud de las comunidades circundantes.

 Cualquiera que sea la tecnología seleccionada, tanto las empresas mineras como los reguladores competentes saben que la gestión integral y responsable con un enfoque ambiental de los residuos mineros -como en cualquier sector industrial- tiene como resultado grandes beneficios económicos, sociales y comunitarios.

Tratándose de grandes y reconocidas empresas mineras, las limitaciones financieras o de otro tipo para adoptar las mejores prácticas y las más avanzadas tecnologías en la gestión de los residuos, resultan hoy poco significativas. Para ellas, la gestión de relaves y estériles son un factor crucial de la sostenibilidad de la industria, tanto como para el gobierno debe serlo la canalización de la renta estatal a verdaderos objetivos de desarrollo (sembrar minería).

No podemos seguir viviendo en el pasado cuando en los países mineros menos adelantados e incluso en las potencias mineras de occidente o de la región, los residuos se vertían irresponsablemente en los cuerpos de agua, valles o incluso al mar. O cuando también los residuos se acumulaban en las presas de relaves, construidas con tecnologías entonces inseguras y bajo mínimas y en algunos casos nulas previsiones ambientales. Al final, sin las protestas de los dolientes modernos del ambiente, los depósitos eran abandonados.

Hoy tenemos avanzadas tecnologías disponibles y soluciones de alta confiabilidad para las fallas sísmicas y las licuaciones probables. El alto grado de seguridad ambiental deriva de la implementación acreditada de principios y técnicas refinados de la ingeniería de presas.

 Por lo demás, en nuestros días no solo es objeto de atención la garantía de estabilidad geotécnica de las estructuras de contención de relaves, sino que hay un consenso global en torno a que bajo ningún concepto estas deben ser abandonadas.

De este modo, haciendo las cosas correctamente desde los inicios, impactos indeseables de largo plazo como los cambios en el régimen de escorrentía superficial, la pérdida de suelo, la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, las alteraciones geomorfológicas y la eliminación de hábitats animales, entre otras consecuencias, están siendo reducidos a su más mínima expresión por la industria minera moderna.