En República Dominicana debemos partir de varias realidades, y subsiguientemente, pasar a plantear soluciones racionales e inteligentes al desafío de la migración haitiana que recibimos. En ese contexto, se debe reconocer lo complejo del hecho de que compartimos frontera con el país más pobre de la región. Haití, un país que, desde la consecución de su histórica independencia contra los franceses (el primer pueblo libre de Latinoamérica), ha sufrido el rechazo y expolio de las principales potencias del mundo. Tras el triunfo de los esclavos negros con la Revolución Haitiana en 1804, Thomas Jefferson, entonces presidente de Estados Unidos, prohibió que llegara a los puertos estadounidenses cualquier embarcación procedente de Haití. Quería evitar el contagio de lo que se llamó la “peste negra haitiana”. El ejemplo de los ex esclavos negros haitianos de que se podía derrotar una potencia esclavista, en aquel mundo de supremacismo blanco y economías basadas en la explotación de mano de obra esclava, no podían permitirlo los poderes hegemónicos centrales del momento.
De suerte que Haití, desde su nacimiento, estuvo condenado a luchar contras fuerzas muy superiores. Lo dejaron solo, incluso, las nuevas naciones independientes latinoamericanas que tanto proclamaban la soberanía y libertad (y los haitianos habían enviado armas y recursos a Bolívar cuando éste, casi derrotado y sin medios, solicitó ayuda a Alexandre Petion, presidente haitiano en ese entonces, para poder seguir luchando contra lo que quedaba del imperio español. Sin esa ayuda haitiana es muy difícil que el gran libertador hubiese alcanzado el éxito y gloria que logró). Francia le impuso, a cambio de reconocerlo como país, el pago de una indemnización millonaria que los haitianos terminaron de pagar casi 100 años después de su imposición. A su vez, los líderes haitianos incurrieron en una sucesión de excesos, graves errores y luchas fratricidas que fueron también destruyendo a Haití. Esto aunado a una oligarquía haitiana depredadora y sin sentido de país que diseñó una lógica de privilegios que le garantizaban (y garantizan) vivir en la opulencia a costa de la miseria de las mayorías. Lo cual dejó el saldo de la actual nación empobrecida y atrasada tanto estructural como culturalmente.
República Dominicana, bajo dominio haitiano por 22 años de 1822 a 1844, se ha desarrollado algo más que Haití. Goza de mejores condiciones de vida y menos atraso estructural y cultural. Desde las invasiones estadounidenses de principios del siglo XX sobre su territorio, los haitianos han devenido un pueblo que migra masivamente. En Haití los niveles de vida son paupérrimos; comparables a los de las naciones más míseras de África y Asia. En territorio dominicano los haitianos al menos consiguen lo de comer y algo parecido a una vivienda donde guarecerse. Esto genera una enorme presión migratoria al Estado y sociedad dominicana. República Dominicana no deja de ser, al mismo tiempo, un país subdesarrollado, del que, a su vez, migran miles de personas buscando mejor vida en el extranjero. Por tanto, la masiva migración haitiana hace a nuestro país aún más pobre. Nadie debe perderse en eso.
Ahora bien, en aras de reenfocar el tema de la migración haitiana es menester, pues, que apuntemos a los beneficiarios de esa migración masiva. A partir de las bonanzas económicas de principios del siglo pasado las grandes industrias dominicanas, controladas por las mismas familias ricas de siempre, se han servido de una abundante y baratísima mano de obra haitiana. Trujillo, el dictador que se autoproclamaba patriota, empleó miles de haitianos en sus posesiones. Con Balaguer, otro autoproclamado patriota (pero que fue puesto en el poder por el imperio estadounidense), las principales industrias dominicanas trajeron miles de haitianos. En épocas más recientes, bajo el omnipotente PLD, braceros haitianos han construido todos esos puentes, el metro de Santo Domingo, hoteles, torres y carreteras en la última década de crecimiento económico. Hay tres sectores clave de la economía dominicana –turístico, construcción y agropecuario- que actualmente no se sostienen sin la mano de obra barata haitiana.
El resultado estructural de esto es una economía en perjuicio de las mayorías dominicanas que tienen que lidiar con un mercado laboral donde un haitiano hace el trabajo de tres o cuatro dominicanos por el sueldo de uno. Asimismo, este primitivo modelo económico no genera eslabonamientos entre sectores productivos ni propicia el crecimiento de las pymes y segmentos medios de la población. Con todo, lo que hay es un sistema de emporios monopólicos cerrados –propiedad de un minoría superrica- y un Estado clientelar que se enriquecen vía la explotación a bajo coste de haitianos. Y surge así lo peor de los dos mundos: migración masiva haitiana y dominicanos teniendo que vender su trabajo en un ambiente laboral desigual y pernicioso. El pueblo mayoritario dominicano es víctima de esta economía sustentada en la explotación de migrantes haitianos. Pero las élites nacionales hoy tratan de manipularlo con el cuento de la “invasión haitiana”. De tal manera que el dominicano promedio, en medio del frenesí patriótico anti-haitiano, no vea que son esas élites las que promueven y administran el existente régimen de corrupción fronteriza que permite la entrada masiva de haitianos a territorio dominicano.
Por tanto, no es al haitiano pobre que se ve en las calles a quien hay que reclamar. Sino que a los de arriba que se benefician de esta migración. Por consiguiente, reenfocar el debate de la migración pasa, necesariamente, por señalar los verdaderos responsables de esta problemática. Se trata, entonces, de que los de abajo, que pierden con la entrada masiva de haitianos, cuestionen a los de arriba que se enriquecen y perpetúan privilegios con dicha dinámica. Es una cuestión de clase y no de guerras patrióticas contra los haitianos como tantos han asumido. Los enemigos del pueblo dominicano están adentro y son ricos. No son haitianos pobres.
Dicho lo cual, hablemos de repensar la política migratoria dominicana. Debe ser, en primer lugar, una política migratoria humana. Que parta de los derechos humanos y dignidad de toda persona local o extranjera. Defender estos derechos engrandece y hace más civilizado y encaminado al verdadero desarrollo a un pueblo. El odio nacionalista y el salvajismo nunca han edificado nada importante. Por otro lado, si bien humana, también debe ser firme. Reconociendo la realidad de que, como país subdesarrollado y de mayorías pobres, República Dominicana no puede asumir la actual migración haitiana. Debe frenarse esa migración con una frontera bien custodiada y claridad a la hora de aplicar la legalidad. Lo cual debe ir atado a una visión de dignificar, con mejores sueldos y condiciones de trabajo, a los policías y militares para que no tengan que venderse por migajas a los traficantes de haitianos en la frontera.
En el marco del respeto y reconocimiento de sus derechos se debe regresar a su país al haitiano ilegal. Viendo en ese haitiano no un enemigo ni invasor. Si no un ser humano en búsqueda de mejor vida. Un hermano, al cual, sin embargo, por razones de simple lógica, no podemos acoger, en las cantidades actuales, en nuestro territorio. Porque al final él sigue siendo pobre y nuestras mayorías se hacen más pobres de lo que ya son.
Propiciar relaciones inteligentes con Haití tendientes a encontrar un marco regional, internacional y fronterizo donde ambos pueblos nos beneficiemos y nuestras poblaciones puedan vivir mejor. Esto exige racionalidad y una diplomacia dominicana avezada. De ahí deben partir los conceptos orientadores de la política migratoria dominicana. Dejando atrás falsos e infantiles patriotismos que invisibilizan la cuestión de clase de fondo que debemos resolver para afrontar con soluciones inteligentes el enorme desafío de la migración haitiana.