Del Diccionario de uso del español (1998) de la lexicógrafa zaragozana, María Moliner, tomo la definición de  “metáfora”: Tropo que consiste en usar las palabras con sentido distinto del que tienen propiamente, pero que guardan con éste una relación descubierta por la imaginación.

Para la generalidad de los escritores, ya estén en la sarta de los narradores o en el oscilante pero ostentoso cordel de los poetas, el uso y comprensión exactos de la metáfora es tan necesario como el amolamiento de su imaginación.  Comprender o entender una metáfora en un texto o solapada en una estrofa a menudo no es tan fácil ni siquiera para los iniciados. Para el lector regular toda metáfora es fecunda. Sin embargo, para el grueso del conglomerado humano, la metáfora de cualquier pinta es “infecunda”,  puesto que no la “entiende”, no la “comprende” o no ve la “necesidad” de su uso, o la utilidad  de su exacta comprensión. Y parece que eso es lo que pasa con “toque de queda”,  que no es propiamente una metáfora sino una analogía, en la República Dominicana, pero con la diferencia de que sí todos los ciudadanos comprenden su significado y la utilidad de su aplicación hoy. Sin embargo, parece que para miles de dominicanos, “toque de queda” es lo más infecundo, la necesidad más torpe o la cosa más innecesaria que ojos humanos hayan visto alguna vez.

Pero, ¿es que acaso los dominicanos somos los ciudadanos más brutos del mundo por ser los más reacios a cumplir una disposición  de Estado  con el fin de evitar el contagio de una enfermedad que ya ha matado a 2.300 de los 130 mil afectados? No, nada de eso. Es que frecuentemente olvidamos que la gente, individualmente, es una cosa, pero cuando formamos parte de un grupo, casi seguro, nuestro comportamiento es otra cosa. Por otro lado,  recuérdese lo que plantea León Festinger (1919—1989),  sin duda el más famoso y leído sicólogo social estadounidense del siglo 20: “Los individuos evalúan sus propias opiniones y capacidades, reducen sus dudas en su ámbito social y aprenden a definirse a sí mismos” [Teoría del proceso de comparación social, 1954].

Por eso, aunque se impongan determinadas restricciones sociales tendentes a la modificación de conductas, como por ejemplo, la restricción a la circulación después de las 9:00 P.M y la “juntadera”  de grupos de amigos para tomar tragos, bailar y cherchar, cuyo propósito es evitar el contagio de una enfermedad,   las personas tienen la capacidad de cambiar sus opiniones, pero si existen elementos, llamémosles  “elementos psicosociológicos”, que imposibiliten el cambio de comportamiento u opinión, entonces la gente intenta una y otra vez, violar las restricciones porque eso que llamo “elementos psicosociológicos”, se refiere a que la gente desarrollada cognitivamente en una cultura determinada tiende a acentuar, a guiarse, a conducirse de acuerdo a los propios valores, hábitos y costumbres de esa sociedad particular. Pues los valores y costumbres de una cultura no son como los valores artísticos que casi siempre quedan sujetos a lo estético.  Los valores y costumbres de una cultura son forjados a parir de nuestros pensamientos, experiencias, actitudes, percepciones, aptitudes  y creencias. Y todos sabemos que las actitudes y creencias  humanas son funcionales, es decir, dependen, frecuentemente, del guión superpuesto a la sociedad pero que cada individuo lo interioriza como suyo porque le ‘funciona’ bien para sus propios fines personales. Esa es la razón de por qué es tan común el autoengaño a pesar de que sus resultados pueden llevarnos a la ruina de la salud, a la ruina económica o a la ruina moral.

Miles de ciudadanos toman como pura necedad del Ministerio de Salud y la Policía Nacional, restringir todas las noches, mediante un toque de queda, la circulación, la “juntadera” y el  “compartir con una amiguita hasta la media noche”, asimilado como una manera “sana” de reducir el estrés impuesto por la pandemia. Y para justificar el quebrantamiento de la restricción, la gente  echa mano de un fenómeno sicológico llamado “disonancia cognitiva”, el cual consiste en que la persona, a fin de justificar su violación a una regla, argumenta o inventa todas las pruebas que “demuestran” que el toque de queda se puede violar porque no tiene razón de ser o porque la Policía se excedió, pues lo apresó cuando, tranquilamente, disfrutaba al filo de la medianoche de una fiestecita privada con todo el barrio. Esto es una disonancia cognitiva porque la persona cree que únicamente es correcta su propia información, su propia creencia, mientras que toda información o creencia contraria a la suya, lo que cree la Policía y el Ministerio de Salud, es incorrecto o no sirve.

Quien piensa de esa manera se engaña a sí mismo y todo autoengaño es perjudicial. Usted piensa que la “juntadera” con el grupo o el compartir con una amiga que está buenísima, no tiene por qué contagiarlo de COVID-19 ya que se trata de una “diversión sana” y “las diversiones sanas no matan a nadie”. Al pensar  así, usted no se da cuenta que  lo que está haciendo es una “racionalización” de su creencia y las racionalizaciones funcionan como mecanismo de defensa para justificar nuestras “metidas de pata” y errores. Al razonar  solo de “aquí para allá”, pues usted  no intuye que uno o dos de sus amigos o la hembrota que disfrutó  podrían contagiarlo y morir tres semanas después.

Es prudente que la Policía, al vigilar el cumplimiento del toque de queda, tome  atinadas precauciones, para evitarse la necesidad de responder a una violenta agresión física o verbal de un ciudadano que, dominado e irritado por una disonancia cognitiva, persista en su desobediencia a la restricción sanitaria. Pues es común que la gente en grupo o individualmente, insista en evaluar positivamente su propia creencia, su propia opinión. Hay que tener pendiente que existe un impulso en cada individuo y aún más en los grupos (por las razones de los elementos psicosociológicos mencionados antes) de medir o comparar su propia validez social con la ajena o con la de la Policía, y cuando coincide todo eso con los efectos del alcohol, la irritabilidad por el aislamiento social y un bajo umbral de la agresividad en ciudadanos y policías, pues habrá heridos y presos.

Uno de los asuntos  que más investigaciones ha provocado en el campo de la psicología social experimental y policial, es aquel que busca saber el porqué miles de personas se molestan hasta el colmo de agredir o  salir huyendo de un agente del orden público por el simple hecho de que le mandó detenerse  o le pidió su documento de identidad personal. Según mis propias observaciones puedo decir que entre nosotros es predominante  el comportamiento de la autosobrevaloración social frente a toda autoridad policial o política  por encima de la valoración personal porque tendemos a compararnos socialmente con el otro y toda comparación social sobrevalorada lleva el potencial de desencadenar resistencia y agresividad hasta que “ese otro” reconozca que soy “lo que yo creo que soy”. Ahí está la razón de por qué mucha gente que viola el toque de queda enfrenta a la Policía y también el porqué tantos periodistas o comunicadores sociales buscaban y buscan como locos la adquisición de una escolta policial o militar por parte del Gobierno de turno: ¡Necesito demostrarle a los demás  que “soy lo que creo que soy!