“Nadie tiene la memoria suficiente para mentir siempre con éxito. Podrás engañar a todos durante algún tiempo. Podrás engañar a alguien siempre; pero no  podrás engañar siempre a todos. (Abraham Lincoln).

En esta crisis civilizatoria de la sociedad humana, la mentira se ha configurado como la  fase  de argumentación más privilegiada, más fundamental para lograr los objetivos personales, profesionales y organizacionales. La mentira como campo social es una distrofia, un paralogismo que destruye y cercena la convivencia armónica y  se contrapone con la naturaleza esencial, que es la interactuación social.

Mentir  es engañar, disimular,  usar el  fraude, la falsa, alterar, desvirtuar, inducir a error, difamar, calumniar, faltar a la verdad, utilizar patraña, inventar, utilizar la falacia, fabular. La mentira en todo su esplendor y sin escrúpulos se exhibe como el  verdadero plus que logra sin encanto lo que quiere. Ella, solo tiene que vestirse del engaño,  de la  simulación, del cinismo,  de la memoria con olvido,  de la  traición, de la insinceridad, de la doblez,  de la deshonestidad.

Para la mentira, su extra cardinal es que el tiempo no llegue, que su contradictor no se encuentre  en el mismo  espacio, en el mismo  escenario, que no pongan en evidencia al mismo tiempo todos los argumentos; que no se aireen las contradicciones y se transparenten  las diferencias. Juntar al mentiroso con los  demás, es ofender su jerarquía, su “dignidad” y faltarle  el “respeto”.

En esta sociedad líquida, la mentira alcanza mayor dimensión y con ella, su actor protagónico, el mentiroso,  de manera  estentórea  se pasea  por los distintos pasillos, no importa  el escalón  ni su rol en la dinámica social, política y económica. Lo que logra la estelaridad de la mentira es su carácter medularmente pragmático, empero,  a costa  siempre  de la mayoría  y  sin valorar  el peso  del costo social.

Al mentiroso  lo que lo valida en su  espejo  de falsedad son sus “logros”, sin importar a quien o quienes  destruye en aras de su “proyecto”. La mentira  está con todo y no  está con  nadie, solo con él. Es  capaz  de decirle a 10 personas cosas diferentes sobre un mismo problema. Eso sí, que los  demás no  sepan lo que él dijo ni cómo piensa, ni nadie sabe lo que finalmente realizará. La compulsión del mentiroso lo hace  encadenarse en un juego permanente, que termina haciendo  de la mentira SU  VERDAD.

El mentiroso descubierto se hace soberbio, arrogante y entonces, cualquier conflicto por pequeño que sea, cualquier diferencia  lo convierte en la más cruel de las batallas. Nunca expone a la superficie la verdadera esencia de la diferencia, lo que realmente quiere; porque la mentira en su poca eticidad es siempre enana, es vil; es la genuflexión  de la expresión acobardada del ser humano. Se constituye, como diría Orwell, en la “neolengua”; en la contaminación moral, queriendo pasearse en los diferentes  salones como  verdad.

La mentira es la verdadera creadora de la ruptura y quiebra de la confianza. El mentiroso le atina solo el poder y la sombra. A la mentira y su protagonista le aterra la institucionalidad; odia y desprecia el debido proceso; se enmudece con las cosas correctas; trata de ultrajar y de intrigar cuando se siente desplazado y en evidencia. Entonces, evidenciado, se convierte en el tiburón herido, donde el juego de la negociación es Ganar-Perder o Perder-Perder. El todo o nada. No le interesan las relaciones. No mira a los ojos y se apesadumbra en medio del letargo que le produce su crisis existencial, cuando tiene que  reconocer la  verdad.

El mentiroso en su lucha constante por falsear la verdad se regodea en un permanente parecer ser sin serlo; su mezcla de mutaciones y metamorfosis es tal que al cierre su propio espejo lo desconoce. Es el triste desenlace de todo simulador y engañador. Al final nadie lo quiere ni lo aprecia ni lo valora por más encumbrado que esté en el peldaño  económico-social y político. Porque el corolario fundamental es como dijo Aristóteles “El castigo del embustero es no  ser creído aun cuando diga la verdad”.

El mentiroso  por antonomasia es un hipócrita, un cínico y  egocéntrico, que  se cree siempre dueño de la película completa. Por ello, el mentiroso vive creando circunstancias permanentes y diferentes para que sus mentiras sean creíbles. La pose es su cédula, su credencial preferida, sin la cual no logra su objetivo. Pose, distorsión y engaño a través del disfraz, se unen en la matriz perfecta  del mentiroso y embaucador para materializar “sus logros”.

El mentiroso, en su naturaleza consustancial, intrínseca, no valora  nada y lo aprecia todo; su vileza solo encuentra eco de su existencia reflejada en un yo real que desdibuja por completo su yo consciente; desfigurándose en una tenaz y persistente agonía que lo lleva a una esquizofrenia y paranoia, al mismo tiempo.  Por eso se bloquea, no entiende; no escucha; la razón pierde sentido y la sonoridad de su voz  se transforma en su único sentido vital.

Para el mentiroso  la diversidad y la tolerancia no existen. La diferencia, en consecuencia, no cabe en su hábitat, en su entorno. Solo exige incondicionalidad. La lealtad, desconocida por él, solo es válida si es para unificar criterios y consensos a través de sus planteamientos.

De ahí que el final de todo mentiroso, simulador, cínico, engañador, es que se transforma siempre en un mercachifle y mentecato. !La verdad es la única posibilidad de la confianza y ésta es la fuente nodal del Capital social y la  grandeza de todo progreso  real!