En el mundo antiguo se generó la convicción de que el ser humano es mejorable, de ahí la invención de técnicas y métodos para obtener al ser humano soñado. Esta convicción no era solo pensar que el ser humano es domesticable, sino que existen las formas de hacerlo y que, para una mejora de la propia especie, hay que hacerlo desde una instancia superior para fines no individualistas, sino colectivistas. La utopía era pensar en la posibilidad de domesticación de los individuos bajo el lema de la transformación de la especie a través del desarrollo de cada uno, en función del rol social que se le asigna. El problema fue establecer quién asigna qué a quién; a pesar de este último escollo, la convicción de la transformación del ser humano siguió perenne en la historia de occidente.

Esta transformación humana se inició, en un primer momento, desde el cuerpo. El ideal del joven atleta griego se convirtió, de este modo, en baremo a seguir para la condición humana perfecta. La belleza se definió por este ideal; más tarde, los griegos entendieron que la perfección humana no debía depender de la caducidad del cuerpo, sino que involucraba el alma. No bastaba con solo la perfección del cuerpo, sino que había que llenar de virtudes lo inmaterial en nosotros. Muchos filósofos, casi en su mayoría, dieron prioridad a la perfección del alma sobre las virtudes ligadas a la corporalidad. El mismo Aristóteles, quien inicia la reflexión sistemática sobre la acción humana que denomina ética, priorizó los contenidos inmateriales sobre lo visible o corporeidad: la materialidad de la existencia.

El cristianismo radicalizó esta perspectiva dualista de la mejora humana y lo llevó a niveles cósmicos. La perfección del cuerpo dejó de ser un ideal para constituirse en fuente de pecado, la “carne” Paulina es el origen de esta primacía de lo, ahora, espiritual sobre la materia. Cuerpo y Alma se constituyeron en fuerzas antagónicas y separables. Por tanto, las técnicas y métodos para la mejora del alma debían ser otras, ligadas a la accesis y a la perfección del espíritu con su contrapartida: la doblegación del cuerpo como recinto paradigmático de la caducidad del individuo.

Desde entonces, hablar de mejora del ser humano, de diseño del ser humano, constituye una afrenta al buen juicio ya que el humanismo que nos embarga (y demanda la cordura) condena expresarse en estos términos. Preferimos hablar de desarrollo de la individualidad, de desarrollo de las capacidades, de mejora de los hábitos prácticos y reflexivos, sin pensar que en el fondo se trata de lo mismo: cómo perfeccionamos el individuo y lo dirigimos hacia fines colectivistas. Pero cuidado, el capitalismo liberal nos enseñó que la individualidad (reflejada en la propiedad privada y en la conquista de sí o felicidad) y la libre expresión son hiperbienes, por tanto, todo lo que sospeche a colectividad es un atentado contra la dignididad humana, siempre expuesta como particularidad en oposición a lo común.

Por ello es que aún pensamos que libertad es dejar al otro ser lo que quiera ser o, al menos, no interrumpir el libro desenvolvimiento del otro en lo que quiere ser; terrible idea que nos aleja de la educación o entrenamiento de lo que realmente es importante: la voluntad libre. Entiéndase voluntad libre como la autodeterminación del sujeto; en términos de Enmanuel Kan es darse sus propias normas. Estas últimas jamás son propias, sino mediadas por la colectividad en vista de la dialéctica que existe entre la comunidad, que es primero, y el individuo sujeto a aquella.

En definitiva, la mejora del ser humano es un proyecto inacabado en la medida en que nuevos seres humanos se incorporan al conglomerado social y es necesario adecuarlos a la comunidad y en un función del grupo. Solo desde la comunidad podrán ser mejorables las individualidades, salvaguardando lo propio en cada persona. Ser inacabado no es señal de que no se ha implementado o que no se trabaje, de forma mas o menos consciente en todos, para este proyecto.

Hay muchos proyectos de mejora del ser humano que conviven y se contraponen en el mundo actual. Tal vez lo importante es saber a cuál uno pertenece.