Zacarias Bennoit, joven de origen humilde que le dio al país la primera medalla en los juegos olímpicos de Tokio, hijo de padres haitianos y criado en un batey de Bayaguana, es también hijo de un PNRE-Plan Nacional de Regularización de Inmigrantes que nuestras autoridades han dejado de lado para saciar el antihaitianismos de los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad.

Solo la tenacidad del joven Zacarias Bennoit, capaz de levantar 204 kilos (448.8 lb.) de un tirón, pudo vencer las múltiples trabas de un PNRE que ha dejado fuera a la inmensa mayoría de los 183,718 haitianos que inicialmente solicitaron regularizar su estatus inmigratorio en el marco de este plan, iniciado 2004, luego de la sentencia 168-13.

Los ultranacionalistas han vendido la falsa idea de que es imposible regularizar el estatus de los inmigrantes haitianos porque estos no poseen documentos de identidad, pero contrario a esa afirmación, el 93% de los solicitantes los presentaron y quedaron fuera, porque no pudieron cumplir con los innumerables requisitos de un PNRE, que más que un plan de regularización de inmigrantes parece haber sido un mero recurso para hacer frente al alboroto provocado por la absurda sentencia 168-13.

Nuestros decidores políticos no entienden o no quieren entender la importancia de controlar, ordenar y favorecer la integración de estos inmigrantes para potenciar su aporte a la sociedad, privándonos así de quien sabe cuantos Zacarias Bennoit y otros jóvenes que pudrían destacarse en otros campos, salidos de esa población inmigrante que, quiérase o no, fue en la que recayó todo el peso en la edificación del emporio agroindustrial que levantó Trujillo para hacer una gran fortuna y transformar la aldea que encontró en 1930 en un país más moderno, y que todavía hoy continúa soportando con su mano de obra barata a importantes sectores de la economía, construcción, agropecuaria, servicios.

No voy a pecar de ingenio, desmontar el antihaitianismo reinante en el país para avanzar en el dossier del tratamiento a la población haitiana no es tarea fácil. Durante mucho tiempo, pero sobre todo desde la primera mitad del pasado siglo, nuestras élites se ocuparon de inculcar en nuestra población fuertes prejuicios en torno a los haitianos, he aquí una pequeña muestra de este trabajo de ideologización:

El haitiano que nos molesta y nos pone sobre aviso es el que forma la última expresión social de allende la frontera. Este tipo francamente indeseable, de raza netamente africana, no puede representar para nosotros incentivo étnico ninguno, desposeído en su país de medios permanentes de subsistencia es allí mismo una carga, no cuenta con poder adquisitivo y, por tanto, no puede constituir un factor apreciable en nuestra economía. Hombre mal alimentado y peor vestido, es débil aunque muy prolifero por lo bajo de su nivel de vida. Por esa misma razón el haitiano que nos adentra vive infectado de vicios numerosos y capitales, y necesariamente tarado por deficiencias fisiológicas endémicas en los bajos fondos de aquella sociedad. Peña Batlle, M.A., La Frontera de la República Dominicana con Haití, 1946.

 El inmigrante haitiano ha sido también en Santo Domingo un generador de pereza. La raza etíope es por naturaleza indolente y no aplica su esfuerzo a ningún objeto útil… El negro que emigra a Santo Domingo es un ser tarado por lacras físicas horrorosas. Balaguer, J., La Realidad Dominicana, 1947.

 Estos propósitos profundamente antihaitianos y racistas son todavía defendido por sectores que el gobierno del cambio se resiste a enfrentar para avanzar en el tratamiento de la cuestión migratoria, acorde con las exigencias de los nuevos tiempos: favorecer la integración de los inmigrantes en aras de construir una sociedad cada vez más justa, inclusiva, próspera.

Canadá, donde hay una importante comunidad haitiana, la mayoría concentrada en el Quebec, es un buen ejemplo de integración exitosa de esta población inmigrante. Se argumentará siempre que los haitianos establecidos en Canadá no son los mismos haitianos que nos llegan a nosotros, pues no es totalmente así. Si bien es cierto que los primeros haitianos que llegaron al Quebec, temprano en los sesenta, eran personas instruidas, provenientes de los sectores favorecidos de ese país, artistas, intelectuales, a este grupo selecto inicial le siguió sectores empobrecidos de la escasa clase media, y a estos, temprano en los años ochenta, los muy pobres provenientes de los barrios miserables de las ciudades haitianas, más o menos con las mismas características de la nueva inmigración haitiana en Santo Domingo, que desde hace ya un buen tiempo no son los campesinos analfabetos, sino los muy pobres de las zonas urbanas y suburbanas del vecino país. En el contexto canadiense, el origen humilde nunca ha impedido a estos inmigrantes participar de la movilidad social, los hijos de los pobres de Haití, en Quebec convertidos en taxistas y operarias en las factorías de ropa ayer, son hoy enfermeras, policías, empleados de la administración pública, profesionales en diferentes ramas, artistas, deportistas de elite. Hay incluso parlamentarios y ministros y una canadiense nacida en Haití, Michaëlle Jean, entre 2005 y 2010, fue la gobernadora general del Canadá (constitucionalmente la jefa del Estado).

De los 36 ministros que constituyen el gabinete del gobierno federal canadiense, incluyendo al primer ministro Justin Trudeau, nueve (25%) han nacido en el extranjero o son hijos de inmigrantes, dentro de ellos Harjit Bains, nada menos que el ministro de defensa, un sikhe originario de la India que porta en todos los actos públicos su tradicional manto enrollado en la cabeza y esto no es percibido en este país como una amenaza a la identidad nacional, todo lo contrario, es entendido como lo que es: fuente de enriquecimiento social y cultural.

A simple vista, la comparación no parece valida, siempre se podrá argumentar que Canadá es un país desarrollado con inmensos recursos, que puede darse el lujo de tener una inmigración ordenada y bien integrada, pero sí que es validad la comparación. Nosotros, un pequeño y pobre país de limitadísimos recursos, también hemos logrado una integración exitosa de inmigrantes de otros orígenes, libanes, cocolos, chinos, entre otros. De esa integración exitosa, que podemos vanagloriarnos por todo lo que ha significado para el desarrollo nacional solo los haitianos han quedado fuera, por la existencia de una montaña de prejuicios que ya es hora de comenzar a desmontar, como mínimo, retomando y despojando de todas sus injustificables trabas el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros, para que continuemos pariendo otros tantos Zacarias Bennoit y más.