La semana pasada hicimos un trayecto histórico en la que otrora fuera la sección residencial de la avenida Máximo Gómez, llamada así en honor a uno de los dominicanos que más colaboró con la independencia de Cuba. Hoy los invito a una revisión hacia el norte, por terrenos que estuvieron baldíos durante muchos años y que ahora son de intensa densidad poblacional.
Villa Mella, su extremo norte, fue el lugar alejadísimo de la ciudad donde se establecieron cimarrones, es decir, personas que se escaparon de vivir en esclavitud y se dedicaron a la subsistencia con la distinción de que, al vivir alejados de los usos y costumbres urbanos, mantuvieron con relativa fuerza las tradiciones que combinaban las herencias africanas y europeas. Una de sus manifestaciones más fuertes es la Cofradía de los Congos del Espíritu Santo, donde la figura que conceptualiza un catecismo redactado en Roma, es recibida y alabada con congos y vestigios de ceremonias de origen africano.
Aunque hoy día es parte del Gran Santo Domingo, este era una villa aparte desde el siglo XVI y solo se empezó a “acercar” a la ciudad cuando, como consecuencia del ciclón San Zenón, en 1930, se empezaron a diseñar y construir lotes habitacionales. El extremo límite de la ciudad era el cementerio, que tradicionalmente siempre se coloca en las afueras, pero la parte más extrema de la ciudad en sí misma, eran las casas situadas al sur del aeropuerto General Andrews y, más abajo, el lugar que actualmente está ocupado por el Hotel Lina, llamado así por una cocinera española cuyos servicios fueron requeridos durante la celebración de la Feria de la Confraternidad y la Hermandad del Mundo Libre. Lina permaneció en el país, abrió un restaurante y eventualmente los propietarios del restaurante se convirtieron en hoteleros para, con el crecimiento de la industria turística, pasar a ser adquirido por cadenas de alcance internacional.
El desarrollo de la industria financiera también se vio reflejado con en el traslado de la sede del Banco Popular desde la Casa del Cordón, en la ciudad colonial, hasta una moderna torre en esta avenida a principio de los años noventa. Más arriba en el trayecto están todavía muchas de las industrias de procesamiento y manufactura de larga data, ahora accesibles a los trabajadores a través del metro y de tramos elevados que se llenan de tanto tránsito que al final de la tarde es común ver vendedores de frutas, de cocaleca y artículos diversos en un espacio que jamás fue concebido para peatones. Si a principios de siglo XX no había vías de comunicación, hoy día el problema no es la falta de vías como la que acabo de describir, sino el exceso de vehículos que no caben en el espacio.