Hoy día que el nombre de la avenida Máximo Gómez es sinónimo de tapón y de malos conductores. Es difícil imaginar que a mediados del siglo pasado ella albergaba literalmente la cúpula del poder político, económico y cultural de la ciudad de Santo Domingo. La que es hoy la principal arteria norte sur, y por ello se eligió para el trazado de la primera línea del metro, tuvo un pasado de esplendor.

Dado que al momento de construcción, en la década de los años cuarenta, esta avenida representaba “las afueras” de la ciudad, muchas familias deseosas de contar con amplios espacios fueron construyendo residencias que tal vez no tenían más metros cuadrados de construcción que los apartamentos de máximo lujo que tenemos hoy,  pero que estaban provistas de amplios patios.

Esta avenida marcaba el extremo occidental del solar donde estaba construida la última residencia del dictador quien ofreció otro solar para la sede de la Nunciatura apostólica.  Un poco más al sur se erigió el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en el año 1956, y que representaba unas glorias que no le fueron devueltas con su remodelación posterior.  Al año siguiente, se le indicó al entonces vicepresidente que debía construir una casa cerca de ahí. Así lo narran Rafael Tomás Hernández en un artículo periodístico y el propio Joaquín Balaguer en su libro “Memorias de un cortesano de la era de Trujillo”. El arquitecto de ambas construcciones fue Humberto Ruiz Castillo, reconocido por una estética ordenada, con atención al mantenimiento de las proporciones.

Aún después de la caída del régimen, el espacio conservó sus aires de grandeza, pero fue transformándose.  El presidente Balaguer, consciente del poder de los símbolos sobre el cual había sido alertado pocos años antes, decidió eliminar todo elemento que pudiera recordar el primer uso que se le dio al extenso solar que terminaba en la Máximo Gómez e hizo construir el conjunto de edificaciones que albergaron los primeros museos concebidos como tales, dejándole la parte más vistosa al Teatro Nacional. Progresivamente, en vez de privilegiar usos familiares, se fue proyectando un uso profesional a las edificaciones en dicha avenida.  Allí está el que fue en su momento el más moderno edificio de servicios de salud, el Centro Médico Nacional y, al otro frente del Teatro Nacional, estuvo la sede de una importante empresa de seguros.

Con el crecimiento de la ciudad hacia el oeste, las instituciones y sus riquezas también se fueron dirigiendo en ese sentido.  La casa de Julia Molina, como todos los bienes inmuebles de la familia Trujillo, fue convertida en propiedad del estado, que la donó a la naciente Asociación pro Educación y Cultura, hoy día Universidad APEC.

Otra gran casa familiar, la de los Pol, fue adquirida para el campus capitaleño de la Universidad Tecnológica de Santiago, UTESA.

En el terreno baldío que había frente al extremo del terreno de la mansión presidencial se construyeron las oficinas del Consulado de los Estados Unidos y, coincidiendo con la transformación hacia el mundo de la educación y de la cultura, estas facilidades fueron posteriormente adquiridas por la Universidad Francisco Henríquez Carvajal.

Con la quiebra de la compañía de seguros, sus instalaciones se destinaron al Ministerio de Educación Superior, tal vez por su cercanía con lo que en su origen fue la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos y que, para afrontar las necesidades de una población que es seis veces lo que era antes, necesita cada vez más empleados.

En consecuencia, algunas de esas bellas casas de antaño se fueron transformando en áreas de oficina de ese ministerio.  La que antiguamente fuera la avenida de las grandes residencias cambió. Su tramo inferior es de la educación y la cultura. Solo quedan tres de las antiguas casas. La vista al mar siempre es un placer.