Sonreír es un acto revolucionario. Sin baile ni canto no existe revolución. Ser feliz es de por sí un desafío a este mundo injusto en el cual los privilegiados de siempre, a fin de preservar sus privilegios, nos hacen creer que la tristeza es lo normal. Por tanto, cuando el pobre, el excluido, la madre soltera pobre, optan por responder a esos de siempre con una sonrisa, bailando y cantando, están haciendo revolución. Están, de alguna manera, construyendo otro mundo posible.
Comienzo hablando de felicidad, de sonrisas, porque el pasado domingo 22 de enero de 2017, a mi parecer el día más importante en lo que va de siglo XXI para la República Dominicana, sobre todo vi un pueblo sonriente. Un gigantesco acto revolucionario de felicidad. El dominicano puede bailar caminando. Aquella masa que caminó extensos tramos de avenidas capitaleñas iba, pues, bailando. Estaba de fiesta.
En la marcha estuvo representada la mayoría del pueblo. Esa mayoría dominicana que hizo de la marcha contra la impunidad una fiesta. Pero esta vez una fiesta revolucionaria, cuyo substrato es el de un pueblo que, de a poco, comienza a darse cuenta que la chercha también puede servir para politizarse y asumirse protagonista, colectivo de sujetos autónomos conduciendo su patria por otro camino. Un camino signado por la solidaridad, justicia a los excluidos, defensa de lo público y un patriotismo basado en el amor al otro dominicano (no reducido a simbologías manejadas por minorías para alienar las mayorías).
El dominicano promedio, como casi todo empobrecido en una sociedad excluyente, en la cual operan lógicas de deshumanización internas, se asume a sí mismo incapaz. Considera que no tiene y no puede enunciar puesto que “no sabe”; otros son los que “saben”. Quienes saben tienden a ser gente de otro físico -con el “color bueno”- y “preparada”. De esas élites que se constituyen de dos sectores históricamente aliados: la clase dominante (la oligarquía tradicional) y la clase dirigente (los grandes dirigentes políticos). Acceder a la clase dominante, sector herméticamente cerrado, es casi imposible para el resto de los dominicanos puesto que allí se manejan códigos de apellidos, descendencias y colores (no se aceptan “prietos”). Así, vemos una clase dominante que, en los planos culturales y físicos, por ejemplo, poco tiene que ver con la masa mayoritaria. De su lado, a la clase dirigente sí hay maneras de entrar. Un Leonel Fernández, pongamos por caso, mulato nacido en un barrio humilde de la capital, hoy día es un conspicuo miembro de la clase dirigente. Igual un Félix Bautista quien actualmente es un riquísimo mandamás dentro del todopoderoso PLD. Dos personajes venidos de abajo.
La clase dominante y la clase dirigente, en el actual periodo histórico signado por el control hegemónico del PLD sobre el país, viven bajo un particular acuerdo de beneficio mutuo. El PLD, en la época en que pugnaba por alcanzar el poder, era una organización política progresista que propugnaba justicia a la mayoría desposeída y defendía la soberanía nacional frente al imperialismo internacional. Llegado al poder, tras una alianza “patriótica” con Balaguer, devino un partido conservador y continuador del autoritarismo trujillista/balaguerista que asume la gestión gubernamental desde una visión verticalista donde los cuadros dirigentes se consideran élite “capacitada” y “bienintencionada” que debe dirigir una masa de dominicanos “incapacitados” en tanto “ignorantes”. En ese contexto, el PLD formalizó una alianza con la clase dominante mediante la no intervención en el modelo económico extractivista del país, y sin tocar el esquema fiscal dominicano bajo el cual los grandes propietarios pagan poquísimos impuestos sobre sus gigantescas rentas y ganancias. De igual manera, tampoco realizó los cambios culturales necesarios para socavar simbólicamente los privilegios de los que, en este plano, goza la clase dominante cuya insultante opulencia es asumida como “normal” por la masa empobrecida.
De ese modo, el PLD construyó un modelo de control social tendiente (implícita y explícitamente) a preservar privilegios de la clase dominante a la vez que apalanca los beneficios que, en esa lógica, obtiene la clase dirigente. De ahí a que casi todos los altos dirigentes del PLD sean hoy grandes millonarios. Así, también, vemos que las riquezas de muchos de éstos últimos, en algunos casos, superan fortunas de miembros de la clase dominante. Ser rico es sinónimo de legitimidad, de modo que los nuevos ricos de la clase dirigente (peledeísta) se legitiman socialmente amasando grandes fortunas. Este modelo es perverso puesto que, al tiempo que asegura privilegios y grandes riquezas a minorías dominantes y dirigentes, excluye y empobrece, material y espiritualmente, una mayoría que apenas sobrevive en medio de las carencias y falta de oportunidades. El esquema económico dominicano, así las cosas, funciona trasladando la riqueza social producida por todos a las manos de unos pocos vía esquemas formales (en el caso de la clase dominante) e informales (corrupción) en la clase dirigente.
Ahora bien, en la medida que la gente se movilice y politice, se irá, inexorablemente, socavando ese modelo de contubernio perverso entre clase dominante y clase dirigente. Las transformaciones profundas son fenómenos históricos que, necesariamente, requieren tiempo, procesos y dan lugar a contradicciones y exigen grandes sacrificios. Ni mañana ni pasado mañana se verán todos los resultados tangibles que de la marcha del 22 de enero van a surgir. Hay que tener paciencia, inteligencia y estar siempre con la gente principalmente con los más humildes. Hay que estar en la calle como hicieron miles y miles de dominicanos el pasado domingo. En un futuro no lejano, el 22 de enero de 2017 será recordado como parte de la conjunción de eventos y procesos que marcaron el punto de no retorno hacia la transformación verdadera del País.
Una transformación que llegará con una revolución hecha por un pueblo que, alegre y sonriente, completará parte del camino que el 22 de enero de 2017 comenzamos a construir. Un pueblo que cuando identifique claramente quienes son sus explotadores internos (clase dominante y clase dirigente) podrá pues lograr su auténtica emancipación liberándose de las cadenas físicas y mentales que todavía lo aprisionan. Esquema de opresión diseñado por los de arriba con el fin de entristecer los de abajo. Pero, como se vio el domingo, la alegría prevalecerá. Nada impedirá la revolución de la alegría que hará el otro país que sí es posible. ¡Sigamos sonriendo y bailando mientras marchamos!