El pasado 22 de enero de 2017 el país despertó. Desde entonces, una gran cantidad de dominicanos ha incorporado a su lenguaje diario términos como corrupción, impunidad, justicia; la palabra Odebrecht debería estar reconocida por el corrector ortográfico del programa de documentos, y me atrevo a asegurar que hoy todos ven el color verde en forma diferente.

Desde ese día, toda suerte de artículos, análisis, escritos, opiniones y pareceres se han repartido y publicado por cuanto medio escrito, radial, televisivo y digital ha sido posible. Y aunque parece que todo está dicho, un nuevo inicio está a la vuelta.

En el manifiesto de la recién celebrada Marcha Verde en San Pedro de Macorís, se anunció la Gran Marcha Verde en el Distrito Nacional, pautada para este 16 de julio. Y este momento impone algunas acotaciones importantes.

Es fácil evocar la marcha del 22 y querer reivindicar algunos puntos que hicieron sombra ese día y que posteriormente terminaron siendo luz en todo el recorrido logrado hasta hoy. Recuerdo como yo y cientos de personas –otros cientos iban delante y otros tantos detrás- nos detuvimos en la intercepción de la 27 de Febrero con Dr. Delgado, para encontrarnos con un contingente de policías y agentes de la AMET que nos impedía continuar la ruta establecida. Lo mismo sucedió en la calle 30 de Marzo con Ave. México. No nos permitieron acercarnos al Palacio Nacional más que a uno de sus laterales.  Mi memoria fotográfica aún guarda la mirada de los oficiales del orden, a quienes se les prohibió interactuar con los marchantes. Yo misma fui impedida de conversar con una mujer policía, que con cara de “me da pena, pero no puedo”, hizo su mejor silencio forzoso justo antes de ser invitada a seguir mi camino.

Así fue ese día, y el Gobierno ni sospechaba lo que le venía encima con Marcha Verde, no imaginaba lo que ha sido hasta hoy cada convocatoria a marchar por el fin de la impunidad, en Puerto Plata, Santiago, San Francisco de Macorís, Azua, San Pedro de Macorís, Navarrete, El Capillo y Cristo Rey. Imaginemos pues el cordón de seguridad que habrá esta vez, siendo que se ha demostrado el alto poder de auto convocatoria que ha despertado en cada dominicano y dominicana el sentimiento de indignación y hartazgo que hoy prevalece. Es en este contexto que pienso que sugerir o apenas suponer la oportunidad de tomar esa ruta y resignificarla se convierte, no solo en una opción improcedente sino que también provocadora. A la vez que una consideración de esta naturaleza contraviene en esencia el ánimo que ha caracterizado cada marcha: paz, orden, familia.

Sobre este particular conviene insistir en las calidades de las marchas celebradas hasta el día de hoy. Cada una ha sido la oportunidad de reunirnos todos, sin importar credos ni dogmas, bandería política ni discursos. Asisten familias completas, personas con alguna discapacidad física, envejecientes, niños, bebés. Hemos marchado con entusiasmo, determinación y orden, pero sobre todo, hemos marchado en paz. Esta vez no puede – ¡ni debe!- ser distinto.

Y sí, nos arrebataron el placer de poder cantar el Himno Nacional frente las puertas de Palacio, nos conminaron a hacerlo en una esquina distante, no nos dejan gritar el cansancio que sentimos frente al símbolo de poder que representa la casa de Gobierno, pero no nos han callado, no lo hiceron entonces ni lo harán ahora. Se dió inicio a una lucha que hasta hoy no tiene una sola tacha de violencia, de irrespeto a la Ley; las marchas son ejemplo de civismo y ciudadanía comprometida; nos han orillado muchas veces intentando fabricar excusas que violenten este proceso y no han podido hacerlo. En cambio, Marcha Verde sigue logrando la reunión de una hermosa mayoría diversa, que no distingue clases ni sectores. La gran conquista de este movimiento, además de poner en evidencia cómo la corrupción pasó de ser un tema lejano, a ser uno que nos atañe a todos, ha sido compilar a esa gran masa ciudadana, distinta y a la tan vez igual en propósito.

Así todo lo dicho, cuidémonos de ignorar estas conquistas, seamos sensatos y coherentes con el bien mayor, vigilemos el futuro inmediato que nos toca asumir en este momento. La marcha del 16 de julio debe ser LA MARCHA, pues supone el culmen de todas las realizadas a la fecha y su celebración -exitosa y sin percances- es un punto de inflexión obligado en la estrategia de protesta a seguir. Esta marcha debe ser la excusa de convocatoria de todos los sectores de la vida nacional: ingenieros, profesores, abogados, arquitectos, artistas, cantantes. Todo grupo, organizado o no, debe hacer acto de presencia, porque es momento de entender que el país nos necesita a todos, sin excepción.