Los analistas, historiadores y profesionales de la conducta colectiva del pueblo dominicano continúan planteando sus diversos criterios acerca de las razones por las cuales a su entender los dominicanos no hemos podido aprovechar la enorme potencialidad de desarrollo con que la naturaleza nos ha bendecido.
Desde la época en que Federico García Godoy escribiera su famosa obra “El Derrumbe” a principios del Siglo XX, en la cual describe el modo de actuar en la vida política dominicana, un verdadero trabajo de sociología política criolla en opinión de Jaime Domínguez, pasando por el ensayo “A Punto Largo” de Americo Lugo novela en que narra hechos ligados a la sociedad dominicana de su época con drama de lo cotidiano revelador de cómo era el pueblo dominicano de fines del siglo XIX, con altas y bajas seguimos trillando el mismo camino.
En época más reciente tenemos los escritos de Antonio Zaglul sobre la Era de Trujillo en su obra “Mis 500 Locos” así como otros trabajos en los cuales, en opinión de Frank Nunez, ofrece una mirada comprensiva a la dominicanidad resultado de una larga cadena de miserias, materiales y espirituales arrastradas por el pueblo dominicano desde su origen, tragedia que aun nos sigue hasta nuestros días.
Esa misma línea de pensamiento es seguida por Federico Henríquez Gratereaux al escribir “Un Ciclón en una Botellla” notas para una teoría de la sociedad dominicana, en la cual explica porque somos como somos, porque hemos sufrido a Santana Báez, Lilis, Trujillo y averiguar las razones por las cuales no habíamos podido organizarnos colectivamente.
A estas brillantes y privilegiadas mentes debemos agregar dos nuevas teorías, propuestas bajo la premisa de un lego y profano en la materia como quien escribe. Siendo estos, el síndrome de la dispersión clasista y la bipolaridad sociológica que nos ha acompañado desde siempre como pueblo, con un dejo de Alzheimer que nos permite olvidar y repetir los mismos errores del pasado.
Lo propio viene sucediendo actualmente en el campo de la política económica del Estado, la cual sigue priorizando el vulnerable sector del turismo, casi exclusivamente, como renglón fundamental de desarrollo futuro para la nación. Tal como sucedió con el azúcar en las turbulentas décadas del sesenta y setenta del siglo pasado.
Lo cierto es que la Republica Dominicana es una tierra y un pueblo de grandes riquezas. Fértil y biodiversa, con una economía diversificada que le ofrece ventajas competitivas inusuales con respecto a otras economías de la región, muchas de ellas sustentadas en el monocultivo. Nuestro país cuenta con una amplia gama de posibilidades para las inversiones y para la exportación con productos y servicios agrícolas, agroindustriales, industriales y servicios de telecomunicación y tecnología de la información sustentadores de la riqueza económica de nuestra nación.
De modo que los dos grandes pilares del desarrollo económico deberían ser la promoción de las exportaciones y la atracción de la inversión extranjera, elementos fundamentales para alcanzar el avance, el progreso y el bienestar de los pueblos en el marco de la globalización de las economías del mundo actual.
El impulso a este posicionamiento en los mercados internacionales requiere la implementación de la estrategia “Marca País” herramienta imprescindible para la obtención de un sólido y sustentable nivel de ventaja competitiva frente a las propuestas de otros países.