Siempre he sido abogada de la coherencia. Sé que en el tiempo podemos contradecirnos, cambiar de opinión, admitir errores, pero también debemos (sobretodo quienes representan los intereses de colectivos) coherencia entre nuestras palabras y acciones.

Confieso que he sido tímida en expresar mi opinión sobre el tema de la apertura de las aulas y no por falta de interés, la verdad es que al principio no sabía cómo sentirme al respecto. Entablé varios debates con mi papá, quien es médico y me decía: “Es que la población escolar es muy amplia, no es una decisión fácil de tomar” (antes de comenzar con el tema de la vacunación). En el momento lo entendí y callé.

No obstante, esto se ha extendido y vemos cómo todos los sectores están abiertos y funcionando “bajo protocolos” (no siempre respetados, hay que decir), nuestros maestros fueron vacunados, nuestra población de mayor riesgo también y todos los sectores están activos (por no decir activísimos, porque eso es un picazo por aquí y otro picazo por allá que ni el MoMa) TODOS menos el más importante: el sector de educación.

Como una persona que hizo su marcha amarilla cuando estaba en la universidad, que cogió sol en la Plaza de España, que abogó por el 4% por la educación, por el futuro de mis hijos (que ni sabía que tendría y hoy no me imagino sin ellos), me pregunto: ¿Valió la pena?

¿Valió la pena luchar por presupuesto cuando el problema está en la falta de interés por un pueblo educado? ¿Nos calmaron con ese 4% sabiendo que en la práctica eso no significaba nada?

No puedo ser indiferente, no puedo ser ignorante de quedarme dentro de mi privilegio y callar. Porque, por más que recientemente se haya amenazado con sancionar instituciones que han buscado soluciones inteligentes y más patrióticas que las mismas instituciones gubernamentales que deben proteger a nuestros hijos, puedo decir con mucha pena que estoy escribiendo desde mi privilegio. Desde el privilegio de una madre que eligió la escolaridad presencial para su hijo de 5 años (por entender que lo necesitaba) y eligió no inscribir a su hijo de 2 en el año 2020-2021 (por entender que el mismo no estaba listo para las vías propuestas).

Elegir. Interesante palabra. Pareciera que todos los temas en los últimos meses coartaran este derecho. Que estamos en frente de un Estado y una sociedad que condena la elección, que culpa la voluntad. Como si no fuéramos capaces como sociedad, como seres humanos, de tomar decisiones sensatas. Estamos frente a autoridades que no creen en nuestro criterio como ciudadanos de elegir cómo queremos que nuestros hijos se desarrollen y se eduquen ¡qué poca fe en nuestra sociedad! ¡Qué poca fe en nuestra gente! ¡Qué poca fe en nuestros niños!

No obstante, tenemos fe en los menos confiables. Tenemos fe en los perpetradores del popular ‘teteo’, tenemos fe en los comerciantes, tenemos fe en las industrias, tenemos fe en los colmados, tenemos fe en los hoteles, tenemos fe en las discotecas, tenemos fe en las iglesias (claro), tenemos fe en toda la población menos en nuestros niños. Los más puros, los menos corrompibles, los esencialmente buenos. Con estos somos duros, con estos somos estrictos, con estos somos irracionalmente incoherentes.

Las prioridades definitivamente están invertidas y, siendo sincera, no lo veo del todo mal. Nadie nos enseñó a lidiar con una pandemia, los gobernantes no tenían al comienzo de esto de dónde hacer chivo o de quien fijarse… pero ya tenemos más de un año y si usted, Sr. Ministro es de los ‘conservadores’ que no actúan hasta que los demás lo hagan… le tengo una novedad: siga el ejemplo de la comunidad internacional y entérese que con nuestro futuro no se negocia. Que en la mayoría de las jurisdicciones se ha preferido dejar todo cerrado y abrir las escuelas primero.

Y aunque sé que mi opinión privilegiada de una persona cuyos hijos no están aprendiendo de confusas lecciones de la radio, cuyos hijos no están obligados a compartir un perímetro microscópico con 5 hermanos más de diferentes cursos para hacer cada quien su clase, cuyos hijos gozan de una computadora e internet con buena recepción. No seré yo quien lo juzgue. La historia juzgará por sí sola a los que abrieron la brecha que tanto nos ha costado tratar de cerrar.

Pero independientemente de esto, nuestros hijos si juzgarán a las personas, los gobiernos, los partidos y las instituciones que les dieron la espalda cuando más lo necesitaron. Y de eso nos encargaremos nosotros, de ponerle una cara y un nombre a esta parte de la historia que será recordada como la incoherente máquina del tiempo. Esa que nos llevó al retroceso en materia de educación.

Abran las aulas o cierren lo demás. De lo contrario, esta gestión será por siempre recordada por ser la que sacrificó la educación por dinero.