Aristóteles escribió una vez: “Fuera de la sociedad, el hombre es una bestia o un dios”. En verdad, somos gregarios. Está en las bases mismas de nuestra biología y de nuestra socialización copertenecer y desarrollarnos dentro de un grupo.

No es entonces extraño que los sentimientos gregarios estén arraigados en nuestras mentalidades, que nos adscribamos a grupos sociales, políticos, religiosos o deportivos y en torno a ellos satisfagamos nuestra necesidad de protección, seguridad y estima.

No obstante, este sentimiento natural arraigado en nuestra memoria biológica y en nuestra historia socio-cultural puede traicionarnos muchas veces. Como todo instinto primario, puede convertirse en una fuerza de una enorme capacidad destructiva si no es moldeada por la formación.

Ejemplos en la historia nos sobran. Desde el proyecto totalitario del Tercer Reich hasta los programas colectivizadores de Stalin, desde la revolución cultural de Mao hasta las tiranías militares latinoamericanas, los sentimientos gregarios fueron manipulados para lograr la cohesión social en torno a pandillas, grupos paramilitares, cúpulas estatales corruptas, movimientos fundamentalistas o dictadores megalómanos.

Con frecuencia, estos proyectos emplean la falacia del “argumento ad populum (argumento al pueblo) consistente en recurrir a la identificación de la mayoría de las personas con sentimientos como el de la patria, la familia, etc. para generar adherencias en vez de  justificar de modo racional sus argumentos. Por ejemplo, durante el Tercer Reich, se recurrió al sentimiento de identificación de millones de alemanes con su nación haciendo equivalentes a Hitler con la patria alemana.  De este modo, todo el que estuvo contra su proyecto de exterminio fue tildado de traidor.

Hoy, en nuestro país, se está recurriendo a la manipulación del sentimiento gregario de identificación con una tierra para señalar que todo el que sea un buen dominicano debe estar a favor de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el caso de Juliana Deguis Pierre.

En oposición, muchos que objetan la sentencia del Tribunal acusan de “fascistas” o “racistas” a quienes favorecen la decisión. A esta situación debe agregarse que, en una reciente manifestación convocada por defensores de la sentencia, se empleó el epíteto de “traidor” para quienes se oponen a la mencionada decisión judicial.

La falacia de atacar a las personas que defienden una opinión en vez de analizar la misma se conoce como “argumento ad hominem” o argumento contra el hombre. Condenar a quienes defienden u objetan la resolución del Tribunal en vez de realizar un análisis sistemático de los supuestos y argumentos en discusión es incurrir en esta falacia.

En cualquier país del mundo, por civilizado que sea, el problema del nacionalismo despierta los sentimientos más brutales o primitivos, pero lo cierto es que en nuestra sociedad  existe una arraigada cultura de no debatir los argumentos sino de recurrir a epítetos descalificadores de las personas, manipular los sentimientos populistas o, en última instancia, recurrir a la fuerza para imponer una postura ideológica.

Es el producto de siglos de una cultura autoritaria que conoce los momentos democráticos como excepción a su historia. La democracia es un sistema de prácticas que debe ser cultivada a través del ejercicio del pensamiento crítico, del debate contradictorio entre ideas opuestas. Un cultura abierta, civilizada, no puede desarrollarse allí donde la hostilidad se cultiva entre las personas, en vez de promoverse hacia las ideas.