A Guillermo, Minoú y Max, con respeto

Soy un militante firme  frente a la reelección,  porque cuantas veces veo  la ambición de políticos buscando perpetuarse en el poder, asoman a mi memoria dos de los más espantosos crímenes de la historia nacional.

El crimen de Virgilio Martínez Reyna y su esposa embarazada, Altagracia Almánzar, en la quietud de su hogar campesino el 1 de junio de 1930, cuando Trujillo se aprestaba a dejarnos su impronta de sangre, abusos y traumas aún presente en la intolerancia y la agresividad del criollo.

El otro asesinato dejó un dolor inextinguible en la conciencia nacional. La muerte a palos de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal y su acompañante Rufino de la Cruz, cometidos cuando el tirano lanzaba zarpazos de rabia a lo mejor del país, buscando prolongar su Era.

Por esos dos crímenes, sumados a los abusos de Santana, Báez, Lilís, Trujillo y otros políticos enceguecidos por la ambición continuista, el criollo acuñó hace mucho la figura ”la maldita relección”.

La relección es una maldición que desborda en toda su gravitación antidemocrática e ilegítima inconductas y atropellos que trascienden los designios hasta del mandatario que la procura o ejerce.

Creo que fue el fenecido vicepresidente Lora quien caracterizó a la reelección como “una hidra de 7 cabezas”, significando que las maldades que engendra, multiplican las que practica el presidente de la República.

Y explicaba  Danilo Medina antes de aspirar a reelegirse, su negativa a respaldar la reelección del presidente Leonel Fernández en 2008, identificando como el gran problema con la reelección es que los allegados del presidente incurren en múltiples e incontrolables inconductas en perjuicio de la salud económica, moral e institucional de la Nación.

Maldita  reelección, de nuevo, porque en su afán de seguir a caballo el presidente Medina asestó un golpe devastador a la democracia interna, el fortalecimiento institucional y la credibilidad de los partidos, que con sus debilidades y defectos deben ser pilares democráticos.

Para lograr que los legisladores de su partido y del PRD aprobaran la reforma constitucional releccionista, Medina decretó la eliminación de las convenciones en que las bases debieron elegir a esos legisladores, una acción que por temor a sangrías letales y por efecto de ósmosis, contaminó a los demás partidos.

Lograr que las bases partidarias eligieran en primarias o convenciones abiertas a sus representantes, fue un salto extraordinario en la democracia interna y la apertura de los partidos hacia la sociedad.

Maldita reelección, otra vez, porque la negociación bastarda impuesta por la ambición continuista, ha acelerado la degradación política y cercenado derechos fundamentales.

Maldita reelección, otra vez, por mal parir esta plaga de transfuguismo, por devaluar líderes, humillar a dirigentes, doblegar trayectorias históricas de partidos enteros, y pretender imponerse bajo un manto de irrespeto a la Constitución y las leyes, de mentiras y engaños.

Maldita la reelección, sí, porque está “callando a los cantores”, obligando a preguntarnos con el poeta: “¿de qué sirve la rosa, sin el canto”?