El título de este artículo de opinión es alusión a aquella vieja balada de Yuri, la cantante mexicana, que lleva por título «La Maldita primavera». Me llega cuando estoy leyendo el informe de investigación publicado por Oscar Gallo y otros en la revista inteciana Ciencia y Educación (ver el artículo aquí: https://doi.org/10.22206/cyed.2021.v5i3.pp97-116).

Según esta investigación a los docentes de ciencia sociales y humanidades de la República Dominicana les parece que el desafío que tienen por delante es el «fortalecimiento de la identidad dominicana, la ciudadanía y la democracia»; todo bien si los investigadores no tuvieran como horizonte que las preocupaciones actuales debieran rondar, o al menos acercarse, a cuestiones tan actuales como la cuarta revolución industrial y las transformaciones tecnológicas. En definitiva, el tema de la identidad es el tema que más preocupa a los docentes de ciencias sociales y humanidades.

¿De dónde les viene esta preocupación a los docentes de ciencias sociales? No olvidemos que fue uno de los ejes transversales del currículo anterior y que el actual es hijo de la idea de que en el país no tenemos identidad. Por lo que hay que ir y venir una y otra vez sobre el mismo tema de la identidad nacional. Con ello se justifica, de forma vana, la incursión sobre el pasado y se focaliza la transmisión de conocimientos históricos en determinados hechos de la formación nacional ideológicamente recuperables. Así que los fines políticos del conservadurismo y el nacionalismo criollo, a los cuales muchos intelectuales se doblegan en su afán de subsistencia y reconocimiento social, utiliza la escuela para perpetuar el perenne tema de la identidad nacional.

De lo único que vale la pena, en pleno siglo XXI, al hablar de la identidad dominicana es la crítica a los discursos sobre la identidad nacional. Me explico, siempre es tarea loable en ciencias sociales la crítica a los mitos y a las ideologías que construye una élite para sostener un esquema de dominación. Hay que hacer consciencia en el alumnado de los temas repetitivos que determinados grupos mantienen en la palestra pública y, por extensión, en los libros de textos; someterlos a crítica severa es digno de estimular. El problema nuestro con la identidad es que no se somete a crítica y se repite como papagayo lo que pensadores racistas y clasistas han dicho que constituye nuestra identidad nacional.

Desde que un historiador o un antropólogo me habla de la identidad nacional y de cómo está estructurada alrededor de las tradiciones, la lengua y la religión heredada le pierdo el respeto. Nada aporta a no ser la continuidad de un discurso sobre la identidad preñado de prejuicios frente al otro diferente. Si de alguna manera se hace necesario hablar de la identidad nacional o colectiva es por analogía con la identidad personal. Como sabemos: la identidad del yo es un constructo narrativo que permite la reflexión y el análisis de un sí mismo que se compromete éticamente frente al otro y en instituciones justas. Fuera de ahí, todo lo que podamos decir de la identidad colectiva es por aproximación analógica con los procesos de identificación del individuo y si se sale de este marco es mera ideología.

Los discursos sobre la identidad dominicana son como dice la canción de Yuri respecto al amante: «Lo que a su paso dejó/ Es un beso que no pasa de un beso/ Una caricia que no
suena sincera/ Un te quiero y no te quiero». Un supuesto amor a lo propio se edifica sobre el odio a las diferencias; por ello es por lo que sostenemos que hoy es el principal reproductor de la heterofobia de antaño.

Recuerdo aquellos años en que, según el proceso de individuación, la cuestión del quién soy era crucial en mi vida (la adolescencia-juventud). Hoy, en la madurez del medio siglo todavía no sé quién soy ni para dónde voy y puede que no lo sepa nunca; pero tengo ciertas certezas de que en la medida en que respondo al llamado ético frente a los otros, dentro de una comunidad de vida, van aflorando en mí los sentidos que necesito para apostar al futuro de una vida buena. Soñar juntos habla más de quién soy.