El pasado 2 de noviembre, el equipo de Grandes Ligas, los Cachorros de Chicago, ganó la serie mundial a los Indios de Cleveland. Los Cubs, luego de 108 años batallando para vencer “la maldición de la cabra”, al fin le dieron cristiana sepultura a la condena. Que esto acontezca en un país súper desarrollado, no es más que un indicador de que las creencias mágico-religiosas son intrínsecas a la curiosidad humana. Las cábalas, maldiciones y, amuletos de buena suerte, influyen en las personas sin importar su conocimiento, formación académica o el poder que ostente.
En efecto, en Santiago, los fanáticos del equipo Águilas Cibaeñas, atribuyen las derrotas de las Águilas a que la cabra de Chicago se mudó en la Ciudad Corazón. Incluso, algunos explican que la cabra, en el trayecto, se transformó en lechuza, (ave de mal agüero o mala suerte).
La maldición de la cabra
La Serie Mundial del 1908 fue ganada por los Cubs. En la serie, un fanático de los Cachorros asistió al estadio acompañado de una cabra como fetiche. Cuenta la leyenda, que el fanático fue expulsado del estadio junto con su mascota.
La cabra, hedía insoportablemente, razón por la que los admiradores de uno y otro equipo se quejaron. La seguridad del estadio atendió los reclamos de los fanáticos e invito al seguidor de los Cubs, a sacar la cabra de la instalación deportiva.
El apasionado fanático, conciliaba su creencia con cábalas típicas del sincretismo religioso. Basta saber, que él creía que la cabra le daría buena suerte a su equipo favorito. Esta, y no otra, es la razón por la que se negó categóricamente, a sacar la mascota de las gradas y prefirió una salida forzada. El fanático, humillado, maldijo su equipo.
— El espíritu ofendido de esta cabra pesará sobre el futuro de los Cubs por la eternidad, ¡jamás verán una corona mundial! –, sentenció.
El curso del desarrollo de la humanidad siempre ha estado matizado o influenciado por las creencias mágico-religiosas. Tanto en las competiciones deportivas, como en el amor, en la actividad económica y en los estudios, la gente se empecina en conseguir la bendición de alguna deidad.
— Hay que ponerse en manos de Dios, para evitar que el mal entre en ti –, dicen.
En ese sentido, el poder político no escapa a esta práctica mágico-religiosa. Una muestra de esto puede comprobarse revisando algunas de la arengas de guerra. La gran mayoría tienen una fuerte carga espiritual y subliminar.
Incluso, muchos recordarán el famoso debate entre el sacerdote católico, Laútico García con el profesor Juan Bosch. El sacerdote insistía en demostrar que Bosch era un comunista y por tanto no podía ser presidente del país.
El mismo Bosch, años después de Laútico, fue víctima de acusaciones de ateísmo y de comunista por parte de sus contrarios. ¿Quién no recuerda el corte publicitarios donde supuestamente el candidato del PLD se declaraba no creyente?
— No, yo no creo en Dios –, parecía afirmar el profesor.
Los más jóvenes también fueron testigos de una trama similar en contra del líder negro, José Francisco Peña Gómez, concretizada por el Dr. Joaquín Balaguer. En medio de una concentración de masas, el entonces presidente y candidato a reelegirse el Dr. Balaguer arengo la multitud.
— El camino malo está cerrado, ¡cerrado!, ¡cerrado para siempreee! –, enfatizo Balaguer.
De hecho, la reelección presidencial en el país, y su secuela de autoritarismo, es responsabilidad de Trujillo, según alegan los sucesivos inquilinos del Palacio de Gobierno. En efecto, se cree que la mayoría de presidentes, llega con intenciones sanas al gobierno, pero el fantasma de Trujillo pende sobre ellos al poco tiempo. La maldición del dictador se acerca a los 60 años. Cabe entonces la pregunta:
¿Habrá de esperar el pueblo dominicano más de cien años para enterrar el maleficio trujillista?