Porque…“¿Hasta cuándo, Catalina, abusaras de nuestra paciencia?”

En el principio de igualdad discierno dos tendencias: una, dirigiendo la mente de cada  persona hacia pensamientos

no comprobados; otra, prohibiendo totalmente al individuo pensar. Alexis de Tocqueville.-

En nuestros inicios, tanto humano como institucional, todo se nos presenta de una manera inocente, puro, de trato humano pero, con el transcurso del tiempo, todo lo malo que existe en nuestro interior aflora como una peste que tiende a querer aniquilarnos. Llega el momento que aprendemos a conocernos de tal  manera, que llegamos a espantarnos de nosotros mismos, al darnos cuenta de los demonios que han crecido en nuestro interior.

Así ocurre con la política, donde los descarados enganchados a la misma, nos hacen respirar un aire agobiante, bochornoso, sofocante e ignominioso, producto de sus acciones mentirosas y manipuladoras que nos producen la sensación de perder la voluntad hasta de vivir y despiertan esas agruras y sentimientos oscuros que invernan en todo ser humano, porque en esta tierra no hay santos ni apóstoles, solo pecadores.

Solo fatigas morales e inenarrables dolores corporales nos producen estos elementos, al vernos involucrados en un mundo de hechos deplorables inducidos por esta clase, que en su manera de obrar, imprimen un mentís que entra en franca contradicción con los más elementales principios morales y éticos que hasta hace poco tiempo constituían nuestro elixir de vida.

Han establecido el irrespeto a la institucionalidad como su mejor arma para hacer política partidista. El clientelismo ha sustituido la institucionalidad y solo ven y aplican aquellas leyes que a su ver y conveniencia defienden y  protegen mejor sus mediatos intereses. Las leyes y reglamentos para los pendejos, mientras el vacío de las mismas, la nada, se apodera de todo lo que en verdad importa para las grandes mayorías.

Por donde quiera que lo miremos estamos jodidos, porque, a los que no les va bien en el negocio de la política se meten a “protestantes”; “arrepentíos” o “pastores” y al poco tiempo se erigen como verdaderos abanderados “Del Hombre” y su “Palabra”, convirtiéndose en los únicos llamados a conversar con él y transmitir sus deseos a una población que ya solo mantiene su esperanza en el más allá, en lo divino, o en el juego.

La sociedad hiede, el país es una selva de cemento, peligrosa, llena de depredadores y el salvajismo oral y físico campea por sus fueros, mientras la vida cuesta menos que una morocota antigua y  algunos de los perversos teóricos que nos gobernaban, tienen todavía  el descaro de querer manipular cifras y hechos para minimizar los mismos.

Muchos dicen ser nuestros “representantes”, pero nadie conoce siquiera su correo para comunicarse con ellos o para tratar de dar a conocer nuestras inquietudes, solo en las campañas políticas usted los ve, después, si te conocí no lo recuerdo.

Por eso, ante el manifiesto deterioro de nuestra sociedad y ni hablar de la política, no quisiera pensar que quizás necesitemos la reencarnación de un Servio Tulio, aquel rey de la antigua Roma y que fue el primero en llegar al poder sin consultar a la población conformada por los plebeyos, -que en nuestro caso estaría conformada por aquellos infelices nuestros, que venden su voto por una vulgar y vergonzante cajita-, y a quien se le acredita haber llevado a cabo la reforma del Senado y las Asambleas de votación, entre otras tantas reformas y que al parecer es lo que nos está haciendo tanta falta para salir de este atolladero en el cual nos tienen metido los políticos.

Quizás sería bueno la llegada de algún “destinado” que meta en cintura a todos aquellos políticos aspirantes a las “altas cumbres” que buscando falsos protagonismos se dedican a denigrar instituciones y organismos militares, metiendo a todos sus miembros en un mismo y

asqueroso saco, cuando en sus propios predios es donde se cuecen las más perversas acciones que conducen a la depravada injusticia, la misma que es madre de todas las violencias e indelicadezas que nos acosan en la actualidad.

Y, mientras critican y critican, están conscientes de que por cada miembro militar o policial que hace tratos con narcotraficantes y mafiosos, hay tres o cinco políticos, sin descartar el ámbito judicial. El problema está en la sociedad toda y, aquí, en este país, reitero, no hay santos ni en las iglesias. ¡Que prosigan los aspirantes! ¡Si Señor!

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