Al darme cuenta que el tiempo marcha lento aprovecho para dirigirme al guardián o vigía (uso estas palabras indistintamente). El guardián (no es un guachimán sino un viejo empleado del ayuntamiento de Samaná), parece que esta ahí para cumplir un cometido que intepreto como una misión histórica: contarme todos los secretos de la ciudad.

A decir verdad, ese término -ciudad- le queda grande a muchos pueblos dominicanos. Ciudades hay pocas y no puede decirse que sean ciudades modernas. Entendida como una ciudad turística, fundada el 4 de Junio de 1867 como distrito marítimo y ahora pretendido Montecarlo criollo, Samaná no es lo que era en mi infancia. De niño, había venido aquí a ver un solar, un letrero grande de Malboro que estaba encaramado en la cúspide de una montaña desde donde se podía ver toda la ciudad y el mar. Ahora ese letrero lo han quitado, las tierras fueron vendidas y sabrá Dios si ese lugar es el que imagino.

Por su lado, Cabarete (lo fundó Zephaniak Kingsley en 1835 como parte del Mayorazgo de Coca), se pierde en mi memoria como el lugar exacto al que se debe asistir con la piel dispuesta a convertirse en un chicharrón tostado por el sol. A pocos kilómetros de Imbert donde un viajero nos espera- son pocos considerados después de la travesía que haces por la montaña-, hay que dirigirse a la playa a las 6 de la mañana porque a esa hora es cuando existen las mejores olas para el Surf. Luego de encontrarte con viajeros de Paris, franceses que no saben que sus antepasados venían a estas costas a traficar con reses y biblias luteranas, te das cuenta que la mejor de todas las estrategias es empezar a caminar con la conciencia de que eres un iniciado en el arte antiguo de navegar sobre las olas. Los panameños y el californiano que me acompañan saben que esta es la mejor hora, sobre todo es la que dice la revista internacional donde se hace una crónica entusiasmada de este lugar reconocido mundialmente.

"Wach out over there"- dice el gringo mientras intentas cabalgarlas. Las olas pueden llevarte hacia las rocas levantadas y salir herido. La tabla de Surf puede dejarte mal parado en medio del oleaje de "Encuentro", playa mundialmente conocida para estos menesteres del oleaje y la vida playera.

En el caso de Samaná son otras las cosas que el turismo aventurero esta aprovechando. Vendida como posible Montecarlo del Caribe, se atraen inversiones para poder mejor diseñar el lugar. El gobierno dominicano aporta una cantidad pírrica para el remozamiento de las estructuras. Leía en una vieja edición de un periódico dominicano que el gobierno había dispuesto 300 y tantos millones para remozamiento de casas y edificaciones históricas. Que es esto de acuerdo a un plan turístico nacional que no escatimaría otros fondos para el desarrollo de una provincia turística tan importante?

Sin embargo, yo sé bien que el truco de ir a Samaná esta en todas estas maravillas arquitectónicas, en los paradísiacos lugares y en ciertos puntos considerados estratégicos. La pizzería de frente al parque -sí, la pizzería-  no es un lugar anunciado en los menus promocionales pero es un secreto que conozco a la par de ser el lugar estratégico para mirar el mar en la nocturna brisa del malecón. El vendedor de comida del parque tiene un lambí mágico que hace delicias de viajeros y lugareños. Esperaré que el vigía del parque se marche o lo buscaré para que me cuente sus historias?

Al ver que me le acerco, sonríe. Comprendo que ese vigía se ha entrenado toda su vida para mi entrevista. Ahora comienza su relato con su hierro al hombro, una decidida escopeta recortada que hizo huir a unos reformistas. Y se prepara para decirme todos los secretos del poder de la provincia, la crónica acumulada de una realidad política intrigante al ritmo del oleaje y los viajeros. "Esos reformistas los saqué a tiro limpio", empieza diciéndome. Esa sería una de las muchas frases de la noche.