En la tradición política dominicana, nada que haga el gobierno encuentra apoyo en la oposición. Esa característica peculiar de nuestro accionar político se da incluso en los temas en que teóricamente hay coincidencia de pareceres, impidiéndonos avanzar en la búsqueda de solución a los problemas que arrastramos desde el nacimiento mismo de la República.
Se ha escuchado decir a todo aquél que hace vida política partidaria que la educación es la clave del futuro, la magia liberadora de la esclavitud proveniente de la ignorancia y el analfabetismo. Lo mismo ha ocurrido con la salud pública, el medio ambiente, el transporte, los servicios públicos y cuantas cosas influyen en la vida diaria de la gente que habita este país. Bastaría una simple revisión de las propuestas electorales, las actuales y las del pasado, para comprobar cuán similares son y han sido las de unos y las de los otros, sin que en la práctica se haya dado un concierto de voluntades para hacerlas realidad y sentar así las bases del bienestar real al que todos, por igual, tenemos derecho sin importar afiliaciones y creencias.
En peores condiciones, en situaciones de guerra civil incluso, los liderazgos de otros países han dejado de lado sus diferencias para ponerse de acuerdo en la ejecución de programas comunes de desarrollo, bajo el compromiso de impedir que las disparidades en el campo de la lucha política, los desvirtúen. Tuvimos un buen ejemplo de nuestra capacidad para alcanzar objetivos mayores, como fue el pacto por la educación, que nos ha abierto un trecho enorme para caminar hacia el futuro. Pero no parecemos entender que las metas de una educación de calidad toman su tiempo, porque los hábitos de una nación, su conducta frente a la ley, el respeto a los demás y a la Constitución, no se cambian en un abrir y cerrar de ojos y requieren, sobre todo, un serio compromiso político que trascienda las rivalidades partidarias.