Nuestra lucha contra la corrupción se remite a una batalla verbal: hablamos de la corrupción en todos los escenarios de nuestras vidas, comentamos y criticamos, conocemos todos los detalles de las travesuras de un corrupto – desde sus viajes en primera clase, hasta qué tipo de yipeta le regaló a la joven que tiene como tarea hacerle las felaciones.
Sabemos cuántas veces fue la esposa del político a la clínica estética, para evitar las líneas de expresión. Conocemos el nombre de la boutique, y la cantidad de vestidos que compró a la esposa del amigo funcionario. Oímos hablar de la fábrica donde el exministro encargó su avión. Tenemos detalles de la tecnología que rodea su última casa; de la cantidad de restaurantes que visitó durante cuatro años, de las marcas de los vinos que tomó y con quien los tomó; del yate que mandó a hacer y con quien fue a buscarlo.
Pero desconocemos los rituales rigurosos para enfrentar la corrupción, carecemos de rendimiento de cuenta, para conocer el valor de esas cosas, del cómo y el porqué fueron obtenidas.
…conocemos todos los detalles de las travesuras de un corrupto – desde sus viajes en primera clase, hasta qué tipo de yipeta le regaló a la joven que tiene como tarea hacerle las felaciones…
La corrupción se comenta en el transporte público, tiendas, supermercados, peluquerías, banalizada la conducta. Solo se gritan detalles cual catarsis del robo. Es como si el hablar de ello nos aliviara de tanto abuso.
La corrupción se vocifera en una emisora considerada estandarte de la lucha democrática. Mientras los corruptos blindados nos hablan desde sus propios programas y emisoras de radio y TV.
En los programas de opinión, los argumentos se manejan con la misma pasión que se manejan las discusiones de la pelota: es una lucha anti corrupción verbalizada. Que a rato hace decir a los corruptos que están “políticamente perseguidos” y “agredidos” por una población desinformada, que solo sabe hacer lo que siempre se ha hecho en sociedades con tradición oral: vivir del rumor.
Carecemos de metodología para enfrentar la corrupción (salvo algunos casos) con pruebas, documentales y bibliográficas, de imágenes del antes y el después, con facturas, de ejemplos concretos de cómo una cartera de cualquier funcionaria, cuesta más que el salario que percibe anualmente un empleado dominicano.
Hay que rastrear las cuentas bancarias, descubrir en que paraíso fiscal están, y bajo el nombre de qué testaferro reposan, conocer el monto, los detalles del uso de las tarjetas de representación ¿Qué hacen con ellas? ¿Van a la ferretería? ¿Se hacen operaciones estéticas? Necesitamos más rituales anti corrupción, más rigor – diría un asesor de transparencia internacional-, más auditorias para dar un toque de trascendencia, desde los espacios de la sociedad al mantener al ciudadano vigilante.
Olvidemos la justicia, definitivamente. Parece que el tiempo de la justicia dominicana (con separación de poderes, para enfrentar la corrupción) aún no ha llegado, pero podemos dar seguimiento a los jueces. Empecemos a darle cierta seriedad a esta lucha, para poder ir ordenando los hilos que nos llevarán a descubrir cuánto daño se le hace al pueblo con la práctica compulsiva del robo al Estado.
Permítasenos conocer más allá de los detalles, eduquemos la memoria, documentemos el rumor, demos seguimiento a los casos de manera personal, aunque sea a través de la prensa, para que explote el susurro y corra el pus, como corre el rumor.
Tratemos de sustentar nuestras quejas, para que no nos tilden de envidiosos, que todo sea diáfano. Tenemos que ser capaces de indignarnos, aunque no nos quede rostro al conocer las fortunas fabulosas, productos de esta práctica. Solo así podremos pasar de la oralidad a la acción. ¡Basta ya! Todos los que se han involucrados en actos relativos al robo de los recursos del Estado a través del rumor deben ser investigados.
Merecemos una sociedad decente. Es necesario hacer algo para demostrar que la queremos, menos discursiva y más eficaz en su accionar hacia los actos que atentan contra integridad.