Todavía hay quienes se aferran a la idea de que “quien sabe menos es más feliz”. Sobre ese enfoque, se asume que hay felicidad en medio del absoluto oscurantismo. Es, más o menos, una lógica de “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Para quienes preferimos y buscamos el conocimiento, existen dos saberes considerados como principales a nivel general: saber de letras y saber de números. Se asume que son básicos para las más diversas áreas del conocimiento.
Personalmente me persuade la idea que le escuché a un matemático. Él compara su pasión, la matemática, con el páncreas. Dice que lo tenemos ahí, lo usamos, cumple una función muy importante y, en la inmensa mayoría de los casos, ni siquiera reparamos en el órgano en donde están las células beta (que sintetizan y segregan la insulina, hormona de vital importancia para el organismo humano).
Algo similar ocurre con aquello de que “en todo triángulo rectángulo, la hipotenusa es igual a la raíz cuadrada de la suma de los cuadrados de sus catetos”. Eso lo sabe, sin saber que se llama Teorema de Pitágoras, el carpintero que quizás llegó a segundo de primaria, pero es capaz de marcar y levantar una vivienda que, además de ser rectángulo perfecto, cuenta con proporciones de número áureo y con resistencia ante sismos y huracanes.
Saber de números es un deleite. El secreto está en agarrar la lógica de algo que nos ayuda a entender, a hacer abstracciones (con todo lo que ello implica) y hasta a hacernos (y hacerles a los demás) la vida más cómoda y llevadera. En resumen, saber de números es abrir una gran puerta para la felicidad. Quizás por eso, el científico a que he aludido también compara a la matemática con el Kamasutra. Y, en ese sentido, destaca que “quien más sabe es quien más disfruta”.
De lo que se trata es de asumir el proceso. Recordemos que iniciamos con los deditos, y cuando logramos contar hasta cinco hay celebración en la familia. Luego nuestro horizonte llega a diez. Después descubrimos que las decenas se repiten, y algo similar ocurre con las centenas, unidades de mil, decenas de mil y centenas de mil. Hasta que, solo cuando reparamos en que no sabemos hasta cuánto sabemos contar, es cuando de verdad hemos aprendido a contar.
Desde algo tan básico como echar en un vaso justo la cantidad de agua que necesitamos para mitigar la sed, hasta los grandes descubrimientos logrados mientras se busca la solución a otros retos matemáticos, son muy variados los aportes de quienes descubren el deleite de aprender de números y otros entes abstractos.
Quizás por eso, independientemente del oficio a que se dedique, quien despierta pasión por los números suele ser buena persona. Eso debió ocurrir con un maestro y jurista belga a finales del siglo XIX. Hablo de Víctor d’Hondt. Este hombre quiso hacer un aporte para mejorar la representatividad en los sistemas parlamentarios. Desde 1878 su método ha servido a muchas sociedades democráticas para conciliar entre representatividad y proporcionalidad a la hora de distribuir escaños entre quienes han postulado para ocuparlos.
Una verdad debe ser dicha. Con todo y la vocación democrática que caracteriza a la República Dominicana, con todo y el ejercicio cívico del pasado 5 de julio, con todo y querer dejar atrás lo ocurrido con la primera convocatoria a elecciones municipales en febrero, algo anda mal en nuestro saber de números.
Así lo demuestra lo tortuoso que ha resultado lograr cuentas claras en torno a la conformación de la Cámara de Diputados que habrá de asumir el próximo 16 de agosto. Desde actas mal cuadradas, hasta colocación de un cero (con efecto multiplicador) han sido solo algunas de las acciones numéricas que han empañado el proceso.
Tres cuentas merecen ser revisadas para obtener la verdad. ¿Sabemos de números? ¿Valoramos la vida en democracia? ¿Somos buenas personas?
Ojalá respondamos positiva y honestamente a esas tres preguntas. Con una sola respuesta negativa, necesitaríamos volver a estudiar hasta aprender lo básico para mantener viva la democracia. Así tendríamos como premio, además de buena calificación, esa lógica del Kamasutra: “quien más sabe es quien más disfruta”.